Carlos Adrianzén

Un tremendo error

La creación del banco de fomento COFIDE-PYMES

Un tremendo error
Carlos Adrianzén
17 de abril del 2018

 

La idea de que COFIDE —ese ente estatal que algunos catalogan como intermediario de segundo piso— se convierta en un banco de fomento (al estilo de la dictadura socialista de los años setenta) y además se especialice en un segmento de alto riesgo (el financiamiento a las pymes) resulta —políticamente hablando— una iniciativa muy popular. No anticipo un solo congresista o comentarista político que no la aplauda con penoso entusiasmo. Económicamente, en cambio, es una idea muy torpe. Para ponderar los efectos económicos previsibles de esta sugestiva iniciativa nada mejor que revisar al menos estos tres puntos básicos.

Un banco es uno de los peores canales imaginables para subsidiar o regalar dinero a terceros. Un banco serio nunca le presta a quien necesita dinero. Solo le debe prestar a quienes van a repagar un crédito en las condiciones pactadas. No olvidemos que los bancos prestan la plata de sus depositantes o de las líneas de financiamiento que reciben. Es un negocio en el que el arte implica recuperar lo que se presta. Dado su sesgo y la historia, en el caso de los llamados bancos de fomento o desarrollo hablamos de prestar de líneas de crédito, locales o extranjeras. Recursos que, frente a cualquier incumplimiento, serán repagados con los impuestos de los contribuyentes. Por esto, si se desea regalar dinero —o prestar con alto riesgo, que puede ser lo mismo— a algún privado, resulta mucho más transparente, pero también mucho más indecoroso frente a la opinión pública, hacerlo vía una partida presupuestal.

Nunca olvidemos que la historia de los bancos de fomento en el Perú es escandalosa. Por varias décadas, sucesivos gobiernos apostaron por la llamada banca de fomento. Involucraron dinero del público y de los contribuyentes para financiar a privados y burócratas que operaban en sectores específicos de la economía como el agropecuario, minero, Industrial, cooperativo, etc. Esta apuesta se construía —tal como la reciente iniciativa no nata de Produce— sobre una proverbial muestra de ignorancia económica.

La teoría financiera moderna nos recuerda que no resulta una idea racional colocar todos los huevos en una misma cesta. Es inteligente diversificar el portafolio de cualquier banco. Cada banco es libre de especializarse en uno o pocos nichos de mercado; pero lo estúpido, económicamente hablando, es hacerlo por decreto. Por décadas y como resultado de este estropicio económico, el grueso de los bancos de fomento nacionales no solo se convirtieron en fábricas de pérdidas (que dispendiaban fondos públicos), sino en fábricas de corrupción burocrática; especializadas en distribuir subsidios entre previsibles grupos de interés. Así, la visión idílica de un banco de fomento moderno, capaz de manejar y rentabilizar —acaso mínimamente— el esquivo riesgo del sector supuestamente beneficiado, caía fácilmente en el tacho de los fracasos. Esto fundamentalmente por el uso político de los fondos y por la incapacidad de sucesivas gerencias seleccionadas para obedecer a sus directorios. ¿Y de contribución al desarrollo del sector? Al sector, nada. En cambio abundan los casos de millonarios locales que surgieron gracias a los regalitos (préstamos no pagados u otorgados a condiciones licuadas) desde la carísima banca de fomento local.

Actualmente el sector pyme peruano configura un sector de muy alto riesgo. Prestar dinero de los contribuyentes en esta aventura burocrática implica una sospechosa equivocación. Hoy en nuestro país las condiciones económicas bajo las cuales opera la micro y pequeña empresa, resultan hostiles. Su pobre emergencia (el tránsito de pequeño a grande) y su abultada tasa de quiebra o liquidación, no solo reflejan la influencia tanto de pronunciados déficit de capital humano e infraestructura cuanto de cargas regulatorias, laborales y tributarias encarecedoras de la formalidad. Esta incoherencia, por supuesto estructura un buen negocio político con ribetes demagógicos. De hecho, la propuesta de COFIDE-PYME implica un viejo engaña muchachos. En este caso no es solo que este ente burocrático carezca hoy de los cuadros técnicos requeridos para administrar espinoso portafolio pyme, sino que (dadas las aludidas condiciones en las que operan la micro y pequeñas empresas en el país), el nivel de riesgo de colocación es alto. Agreguémosle acá los efectos depresores de los planos judiciales y policiales que afectan directamente el accionar de las empresas.

Mientras no resolvamos lo anterior (ergo mientras no existan cuadros técnicos especializados y reales clientes para esta aventura burocrática), hago pública mi preocupación y hasta sospecha por la propuesta. Preocupación por el dispendio de fondos públicos —a costa de los pliegos de salud o educación pública— o a través de la toma de fondos previsionales, para financiar este exabrupto burocrático. Y la sospecha, porque esta iniciativa —como nuestra historia contrasta en abundancia— va a tener entusiastas beneficiarios privados. Y estos, recuérdelo, no van a ser los micros y pequeños empresarios. Sería otro ejemplo más en el que los burócratas de turno hacen lo que nunca deberían hacer: gobernar para el corto plazo y ciertos grupos de interés.

 

Carlos Adrianzén
17 de abril del 2018

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