César Félix Sánchez

Un posible escenario arequipeño en el 2021

Tristes consecuencias del desinterés electoral

Un posible escenario arequipeño en el 2021
César Félix Sánchez
09 de febrero del 2020


En su última columna en
El Montonero Jorge Morelli apunta acertadamente a la figura verdaderamente destacada de las últimas elecciones: la suma del ausentismo y del voto nulo, que alcanza cerca del 41 %. En muchas regiones del Perú el voto nulo es la principal opción, superando en ocho o diez puntos porcentuales a las listas más votadas, en un contexto de fragmentación absoluta. ¿Podría repetirse este escenario en las elecciones generales de 2021? ¿Cuáles serían las consecuencias? Para hacerse una idea, parcial e incluso relativamente benigna, tendríamos que pensar en lo que ocurrió en Arequipa en las elecciones regionales de 2018.

No conozco a nadie que esté entusiasmado o siquiera dé el beneficio de la duda al inefable Elmer Cáceres Llica, gobernador regional de Arequipa, mi tierra. Su pantagruelismo hace ver a Alejandro Toledo como un cuáquero. Incluso hasta Walter Aduviri, en uno de los múltiples conflictos limítrofes con Puno que han ocurrido en los últimos años, denunció que su colega nunca se presentaba sobrio en las negociaciones. Los pobladores de La Joya fueron un poco más expeditivos: en una reunión, ante una serie de sonidos inarticulados y grotescos que interpretaron correctamente como un insulto, decidieron tomar al gobernador por la fuerza y obligarlo a correr por un rato, «hasta que se le pase» la intoxicación. ¿Cómo así tan excepcional individuo acabó gobernando la segunda región del Perú?

La respuesta se encuentra en la increíble cantidad de votos nulos y blancos (22.20%) que permitieron que un personaje con 14% de votos, como Cáceres, pase a la segunda vuelta con un rival con solo 10.24%. En la segunda vuelta, los votos viciados, nulos y en blanco también sumaron una cantidad avasalladora: 30.7%. ¿Qué había detrás de esto? Una gran decepción con las autoridades y una aún mayor indiferencia (ignorancia, hostilidad, náusea) hacia el proceso electoral en general.

Algo parecido se vio el 26 de enero. Y quién sabe si en el 2021 cualquier quídam totalitario, sea algún vicario de Antauro o sea Urresti, robándole las banderas al etnocacerismo, pase a la segunda vuelta con un 15%. Y, si pasa a la segunda vuelta también alguna fuerza que pueda ser catalogada por la mermelada periodística nacional, como «neofujimorista» o «ultraconservadora», quién sabe si los usuales distorsionadores de la vida política del Perú, como el marqués de Vargas Llosa (si todavía vive en aquel momento y no ha muerto en manos de Isabel Preysler) no invocarán también a votar por la opción totalitaria solo por sus viejos odios personales, incomprensibles para cualquier profano en psicología profunda. Y probablemente ya no haya hojas de ruta que valgan. Porque en su ceguera «antifujiaprista», las cofradías progres y sus brazos jurídicos y mediáticos han hipertrofiado de manera suicida al Poder Ejecutivo, inflando la cuestión de confianza y canonizándola como fáctica. Han preparado un lecho confortable para cualquier aprendiz de tirano. 

Y finalmente, quién sabe si no recordaremos estos años (1993-2021) con todos sus escándalos y tropiezos, como una belle époque de paz y crecimiento. Como los centroeuropeos de 1945 recordaban los tiempos del imperio austrohúngaro. O los venezolanos actuales la década de los setenta. 

Dios no lo quiera.

César Félix Sánchez
09 de febrero del 2020

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