César Félix Sánchez
Arequipa: un aniversario más
En el día en que se cumplen 484 años de la fundación de la ciudad
Este 15 de agosto Arequipa cumple un año más de su fundación. Es un momento más que adecuado para hacer un balance de su situación sociopolítica y económica, tanto en el plano provincial como regional.
Hay algunas buenas noticias en el panorama regional: la transferencia de Majes-Siguas II al gobierno central (quizá una de las únicas cosas en las que los distintos gobiernos regionales de Arequipa resultaron exitosos y consistentes fue en estorbar la ejecución de este proyecto hidroeléctrico y agroindustrial); el anuncio de una cierta voluntad de parte del ejecutivo nacional por «destrabar» el proyecto minero Tía María y, finalmente, la difusión del proyecto del megapuerto de Corío que, aunque todavía está en la fase de estudio de demanda por parte del estado, ha bastado para despertar algunas ilusiones que, para afanes de la tan anhelada reactivación económica, no caen mal.
Porque la región recién se recupera de la mayor catástrofe económica de su historia, representada por una contracción inédita de la economía regional de -18.9 %, ocasionada por la cuarentena más larga del mundo (marzo-septiembre de 2020). Si bien entre 2007, a partir de la ampliación de Cerro Verde, y hasta casi 2017, la región tuvo un crecimiento económico inédito, en torno a la minería, el turismo y la agroexportación, la incapacidad de los actores políticos y de los liderazgos académicos y económicos para poder, al menos en teoría, ofrecer una alternativa de políticas sanitarias y de recuperación y amortiguamiento económico a las arbitrariedades draconianas y contraproducentes del régimen de Vizcarra fue reveladora de una realidad grave y de raíces más profundas.
Me contaba ya hace años un amigo limeño difunto, hombre versado en lo humano y lo divino, que, en los tiempos del gobierno militar, era siempre interesante consultar los pronunciamientos de la Cámara de Comercio e Industrias de Arequipa que, en forma sintética, pero a la vez profunda, denunciaban las dificultades que los sectores productivos del país enfrentaban en un contexto cada vez más demagógico y controlista. Incluso los resúmenes politizados de DESCO de aquellos años, caracterizados por una tiniebla informativa promovida por el gobierno, referenciaban tales documentos. Eran los tiempos de Jaime Rey de Castro y de otros ejecutivos locales, que no eran meros gerentes ni, peor aún, emprendedores, sino hombres públicos poseedores de una considerable cultura letrada.
Es también en estas épocas que ocurrió una anécdota reveladora del crepúsculo de los liderazgos arequipeños. La dictadura militar de Velasco tuvo a bien expropiar SEAL, la compañía generadora y distribuidora de electricidad de Arequipa. Sabiendo lo que les esperaba -convertirse en otra institución devastada por la ineficiencia y la demagogia- los ejecutivos de SEAL escribieron una carta pidiendo que se mantuviese como presidente del directorio a don Alfredo de Belaunde i Guinassi en 1972. El capitoste encargado de la energía en el Velascato era nada más ni nada menos que el general Jorge Fernández-Maldonado Solari, moqueguano y representante de la línea más radical del régimen (sería senador por Izquierda Unida en la siguiente década) que aceptó el pedido de los arequipeños, por estar escrito, según dijo, «en tan buen castellano». Si había que ser expoliados y anulados por un poder arbitrario, por lo menos había que aguantar el golpe castizamente.
¿Qué propuestas de desarrollo le corresponde ahora formular a los liderazgos arequipeños? La más urgente es la reforma de la ley de bases de la regionalización de 2002 que, en sus múltiples versiones, no ha servido más que para ser una de las maneras más elaboradas para dilapidar recursos y estorbar el desarrollo de las regiones. Si tenemos en cuenta que la constitución de 1993 (siguiendo la experiencia histórica de las Juntas de Rehabilitación y de las ORDE) atribuye a los gobiernos regionales la función de coordinar el desarrollo de sus regiones con los organismos de gobierno nacionales y subnacionales y con la sociedad civil, queda claro que aquellos organismos están totalmente desnaturalizados.
¿Podrán formular nuestros liderazgos locales una propuesta de regionalización desde las regiones y no desde el escritorio de algún político limeño de izquierda (como fue el caso de la ley del 2002, nacida de la cabeza de Henry Pease)? Lo dudo. El gran problema de Arequipa es la desmoralización y el desmantelamiento de sus élites. Figuras como Mario Polar, el ya mencionado Jaime Rey de Castro, el empresario Pedro P. Díaz o incluso el difunto arzobispo Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio, al margen de sus diferencias en formación y temperamento, no consideraban a Arequipa como un mero espacio para enriquecerse y luego emigrar a lugares «mejores», sino como un espacio histórico y humano inextricablemente unido a su destino personal. En nuestros días, los restos de los viejos liderazgos parasitan de sus rentas, mientras despotrican contra Castillo o contra Dina, en medio de las bacanales mejianas (única tradición que observan) y no ven las horas de «irse» de Arequipa, desarrollando así un rastacuerismo inédito en nuestra historia; mientras que los nuevos liderazgos se asemejan más a bandas de corsarios que se arman cada cuatro años para asaltar algún municipio.
El 15 de agosto se festejará y se cantará el Himno. Pero urge volver a la reflexión y compromiso con el desarrollo de la región que, por su urgencia, es la única forma válida de amar a Arequipa, más allá de los gestos grandilocuentes y patrioteros tan frecuentes en estos días.
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