Un paso al más allá

Allá por los años sesenta del siglo pasado, un personaje y una serie de televisión marcaron gran parte del imaginario de la teleaudiencia. El personaje se llamaba John Newland y su exitoso programa se denominaba Un paso al más allá. No era un programa sobre lo que podía suceder después de la muerte –como el nombre podría sugerir– sino una serie donde John Newland en persona nos presentaba una serie de casos ora extraños, incomprensibles, inconcebibles y hasta misteriosos.

Cuando ocurrió la tragedia del fenómeno de El Niño, en el año 2017, el ilusionante gobierno tecnocrático recientemente electo elaboró un cuantioso y ambicioso programa al que denominó Reconstrucción Con Cambios. Específicamente la palabra “cambios” prometía mucho. Se daba por descontado que la tríada PPK/Vizcarra/Aráoz y su equipo vendido como altamente calificado reconstruiría lo afectado veloz y eficientemente. Pero la palabrita “cambios” avizoraba un paso al más allá. Pues hacía suponer que no se reconstruiría lo dañado exactamente en los mismos lugares y con las mismas características, permeables a las fuerzas de la naturaleza, sino que veríamos obras que mirasen más bien al futuro.

Allí donde pistas y avenidas se habían inundado, se ilusionaban lechos de río construidos debajo del pavimento para que las alcantarillas laterales condujesen el agua por cauces que no solo evitasen nuevos empozamientos sino también llevasen al progreso. Allí donde había caminos comunales que vinculaban pobreza con pobreza, esperábamos no solo un nuevo pavimento sino un nuevo trazo que permitiese a los pueblos salir de la pobreza y vincularse a los mercados. Pensamos todos que no se trataba de reconstruir simplemente el ayer. Hoy sabemos que la reconstrucción no solo fue un fracaso en lo tradicional, pues poco fue lo avanzado. Y sabemos también que la palabra “cambios” era una simple palabra marketera. 

Hoy estamos ante un nuevo reto. Aquel de la pandemia. Y al menos uno de los tres personajes de la tríada mencionada permanece esta vez al frente del día siguiente. Del paso al más allá. Sabemos que la magnitud de la tragedia será grande. Sabemos que a pesar de los voluntarismos ha habido mucha, mucha, improvisación; y ello ha contribuido a aumentar la magnitud del desastre. 

El Gobierno ha destinado US$ 30,000 millones para hacerle frente, y probablemente deba destinar más. Serán 10 u 11 puntos del PBI. Será dinero que todos los peruanos habíamos ahorrado con trabajo gracias a la inversión y al buen manejo macroeconómico de varios gobiernos.

Mientras aprendemos a convivir con el virus feroz, esperamos que esta vez –que no se ha pronunciado la palabra cambios– se acometa un plan integral que concilie economía y salud. No solo hospitales, sino salubridad pública. No solo tests o pruebas, sino dependencias de salud que funcionen eficientemente todos los días; no solo restricciones o toques de queda, sino esencialmente planes concretos para ubicar nuevos mercados en un mundo empobrecido.

Y finalmente el transporte y el comercio ambulatorio. Suponemos que un paso al más allá, es decir mañana, tendremos todas las líneas del metro funcionando y que esto haya sido previsto. El transporte no puede seguir siendo portador de este y otros virus. Lo mismo ocurre con el comercio ambulatorio y la informalidad en general: tampoco pueden seguir siendo focos de corrupción e infección, sino más bien dejar de ser pasivos indeseables para convertirse en activos económica y saludablemente importantes para el país. 

Que no nos sorprenda nuevamente el paso al más allá como algo no explicable. Eso significaría ausencia de razón y planes. Que no nos sorprenda un paso al más allá sin autoridad ni capacidad de gestión. El marketing tiene un límite, y no es eso lo que urge el pueblo peruano.