Neptalí Carpio

Un drama que pudo ser epopeya

La familia Fujimori y sus 28 años de trayectoria política

Un drama que pudo ser epopeya
Neptalí Carpio
19 de octubre del 2018

 

El prolongado drama que vive la familia Fujimori desde hace casi 28 años, desde aquella disputa palaciega entre Juana Fujimori y Susana Higuchi (semanas después que Alberto Fujimori llegará el poder en 1990), ahora tiene su momento más álgido con la detención de Keiko y la anulación del indulto a su padre, por parte del Poder Judicial. Un drama que pudo ser en realidad una epopeya, fundadora de un prolongado momento republicano, y no una tragedia que no tiene cuando acabar.

No debemos olvidar que los hermanos Rosa, Juana y Pedro Fujimori, además del esposo de la primera (Víctor Aritomi Shinto), enfrentan procesos judiciales por presunto enriquecimiento ilícito y asociación ilícita para delinquir. Son procesos que siguen vigentes, con órdenes de captura internacional emitidas por los tribunales correspondientes. En términos prácticos, toda la familia Fujimori está impedida de una unidad familiar.

En nuestra historia republicana no existe ningún caso en que una fuerza política, con sus diferentes variantes, haya tenido la oportunidad de tener mayoría parlamentaria, casi durante 13 años: entre 1992, en el Congreso Constituyente Democrático; luego de la reelección de Alberto Fujimori, entre 1995 y el 2000; y ahora para el periodo 2016 2021. Suficiente y prolongado periodo, con 10 años en el Gobierno y 13 años con mayoría parlamentaria, para tener la posibilidad de cambiar diametralmente y, sin retorno, la historia de un país.

Es dramático que la familia Fujimori haya desperdiciado esa magnífica oportunidad para consolidar aquellos logros en el plano de la economía y la política: la superación de la inflación, la derrota del terrorismo y la modernización parcial del Estado peruano. Hoy más bien se encuentra casi en una situación de ostracismo y aislamiento en la sociedad y la opinión pública.

A los enemigos más acérrimos del fujimorismo se les puede acusar de una alta mezquindad por no reconocer los logros del fujimorismo en la década de los noventa y su renuencia para aceptar que Fuerza Popular (antes Cambio 90 o Fuerza 2011) es uno de los fenómenos políticos más importantes de las tres primeras décadas del presente siglo. Pero es solo responsabilidad de la familia Fujimori el haber llegado a una situación incómoda como la actual, convirtiendo al parlamento en un recinto de la impunidad.

Solo un solo hecho pudo cambiar esta historia: si en los primeros meses del 2017 el fujimorismo hubiera respaldado el proyecto del congresista Roberto Vieira, para hacer viable la prisión domiciliaria de Alberto Fujimori, ahora la historia ahora sería diferente. Pero Keiko prefirió dar la orden de votar en contra de ese proyecto, desatando un intenso enfrentamiento con su hermano Kenji.

No solo eso. Esa historia pudo ser radicalmente diferente si Alberto Fujimori no hubiera forzado un tercer intento de reelección el año 2000 y, luego, el año 2005 —luego de hibernar cinco años— hubiera sido el candidato favorito para volver a la presidencia, pero respetando la Constitución que él mismo promovió y que es el sustento estructural del prolongado crecimiento de nuestra economía. Ahora mismo, desde el año 2016 con la amplia mayoría parlamentaria, bajo el liderazgo de Keiko Fujimori, Fuerza Popular con sus 72 parlamentarios se hubiera convertido en la primera fuerza reformista del país, relanzando y perfeccionado el modelo económico que su padre impulsó en los años noventa. Keiko prefirió un rumbo errático, entre el populismo y la oposición a promover una reforma del sistema político.

Curiosamente, en lugar de imponer una agenda reformista nacional, con una indiscutible mayoría parlamentaria, ha terminado arrinconada por las iniciativas del Gobierno, casi con una agenda monotemática de defensa del statu quo. Estoy seguro de que la autoridad moral de Keiko Fujimori para enfrentar los actuales procesos judiciales que enfrenta sería completamente diferente si la ubicación y la proyección de su liderazgo la hubiera posesionado como la lideresa con mayor iniciativa de cambio en el país.

Dicho de otra manera, la familia Fujimori tuvo todo en sus manos para construir una epopeya de cambios en el país. Y que el devenir no convirtiera su situación en un drama que, en sus expresiones más benéficas, solo puede generar, en estos días, la misericordia de la gente. Y es que ningún líder nacional o corriente política nacional que le interese ocupar un lugar digno en la historia merece terminar solo intentando construir relatos melodramáticos, como últimos recursos de sobrevivencia.

 

Neptalí Carpio
19 de octubre del 2018

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