Tino Santander
Un desastre total
Es momento de abrir el debate nacional sobre el fracaso de Regionalización
La regionalización era la reforma anhelada por el Perú provinciano, significaba acabar con el centralismo limeño, muchas veces reproducido en las capitales regionales. La descentralización debía impulsar la inversión pública y privada, mejorar la educación, salud, seguridad e infraestructura productiva (carreteras, puertos, telecomunicaciones, etc.). Era la reforma que ayudaría a acabar con la soledad y la pobreza de nuestra patria. Lamentablemente, ninguno de esos objetivos se ha cumplido
Sin embargo, no todo es malo. La región San Martin presidida por César Villanueva, La Libertad por José Murgia, y Moquegua por Martín Vizcarra, avanzaron en carreteras, salud y educación, pero falta mucho por hacer. En el resto del país, la ineficiencia gerencial, la corrupción, la improvisación política, son características de los gobiernos regionales. La regionalización lamentablemente se inició sin mayor debate. Un carpetazo de la turba congresal le impuso al Perú un nuevo gamonalismo político corrupto. Lo real es que el Perú tiene crecimiento económico por la inversión privada. Los gobiernos regionales no acompañan socialmente a la inversión pública y privada, tampoco defienden a las comunidades campesinas y nativas de la prepotencia de traficantes o algunas malas empresas. Los gobiernos regionales no gestionan los conflictos sociales. Son una burocracia corrupta e ineficiente que el ciudadano repudia cada día más.
La principal causa del fracaso de la regionalización está en la política. Primero, es una reforma hecha desde Lima. Segundo, consolida la fragmentación política del Perú con 18 partidos políticos nacionales y aproximadamente 450 movimientos regionales, es decir, 15 movimientos regionales en cada una de las 25 regiones del país. Las regiones se han convertido en botines del crimen organizado. Tercero, la ausencia y deserción de las elites nacionales y regionales. Cuarto, la naturaleza corrupta de la mayoría de los movimientos regionales, que son organizados por empresarios de la construcción, de empresas que lavan activos, el narcotráfico, la minería ilegal, etc.
El Perú, reclama que sus elites políticas, empresariales y gremiales participen en la vida nacional y regional. No confundamos elite con oligarquía. Ser de la elite no es hereditario, se conquista diariamente buscando ser el mejor en su actividad. La elite tiene, frente al pueblo, la misión de fortalecer su conciencia, de interpretar y representar su esperanza, de solucionar sus problemas inmediatos, de alentar su emprendimiento. Una elite comanda, dirige, nunca se disipa en la frivolidad ni se ahoga en los estados financieros de sus libros de contabilidad. Las elites tienen fuerza de voluntad y de poder. No olvidemos que la historia de la humanidad es un cementerio de elites.
La muerte de Rosalío Sánchez Dueñas, alcalde de Kepashiato, no puede ser en vano. Refleja la deserción de nuestras elites. La Convención ha recibido S/ 5,751 millones de soles en 10 años, provenientes del canon de Camisea, y sus 10 distritos no tienen agua potable ni desagüe; tiene 43% de desnutrición crónica infantil; 19% de mortalidad infantil.
La vieja política siempre termina en infinitas mesas de diálogo, actas firmadas, promesas incumplidas que luego se convierten en violencia. Es el momento de debatir el fracaso de la regionalización. La cobardía de los que gobiernan, del Parlamento, de los partidos políticos, de los movimientos regionales que aspiran solo a mandar, jamás a gobernar. Debemos liquidarlas. Sugiero a las universidades provincianas que convoquen a un debate democrático para salvar una reforma agónica.
Por Tino Santander Joo
(16 set 2014)
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