Tino Santander

Túpac Amaru vive

Túpac Amaru vive
Tino Santander
01 de noviembre del 2016

En nuestros compatriotas marginados y olvidados por el Perú oficial

¿Quién representa hoy el espíritu rebelde de Túpac Amaru en el Perú? La cuestión se plantea a propósito de la conmemoración del levantamiento del cacique de Tungasuca contra el poder español, el 4 de noviembre de 1780. Esta fecha casi pasa inadvertida. Túpac Amaru cayó prisionero y fue torturado en un acto público espantoso, en el que los sicarios del poder colonial descuartizaron su cuerpo ante la mirada horrorizada del pueblo. Pero el espíritu de Túpac Amaru no murió, no pudieron matarlo, y su epopeya libertadora quedó intacta.

Sin embargo en el mundo oficial peruano, el de la historia escrita y mediática, no se recuerda su gloria con la misma fuerza y brillantez con la que se homenajea a otras grandes figuras de nuestra historia. A diferencia de las personalidades criollas, el cacique indígena que estremeció América se ubica en un plano disminuido y hasta ignorado. Se teme destacar su gloriosa rebeldía a raíz de que gobiernos y movimientos políticos la aprovecharon y manipularon y pretendieron favorecerse con su sangre.

Pero no lo lograron y desaparecieron a pesar de ese aprovechamiento, mientras la imagen histórica de Túpac Amaru no se pervirtió y sigue grabada profundamente en la mente y el corazón de las multitudes. El espíritu de Túpac Amaru está presente hoy en los cerros y los desiertos que rodean Lima. Millones de pobladores venidos desde las provincias andinas viven allí y nos recuerdan a Túpac Amaru. Esos peruanos, con su aliento y gran capacidad de trabajo, combaten por abrirse camino en la vida, con la misma determinación con la que hace siglos se enfrentaron sus antepasados al yugo europeo.

Son los hijos de Túpac Amaru que han conquistado Lima pacíficamente y han dado a la capital su nuevo rostro emprendedor de ciudad moderna y dinámica. Son los nuevos dueños de la urbe que antes gritaron libertad en los Andes y ahora gritan igualdad en todo el Perú. Son los hijos de los comuneros organizadores de la lucha contra el gamonalismo y la cruel explotación campesina. Son los montoneros del ejército de Andrés Avelino Cáceres que resistió ferozmente la invasión chilena.

Son los creadores de las rondas campesinas y de los comités de autodefensa que derrotaron a Sendero Luminoso. Son los organizadores de las primeras barriadas en El Agustino y el cerro El Pino; los que construyeron el mercado mayorista La Parada; los que impulsaron el movimiento popular y los sindicatos; los que recrearon en Lima la costumbre andina de trabajo comunal para tener servicios básicos en sus Asentamientos Humanos; son los que crearon el emporio comercial de Gamarra, el Cono Norte, Los Olivos y la zona Industrial metalmecánica de Villa El Salvador; son los que levantan ciudades en el desierto y no tienen agua ni desagüe; los que viajan como sardinas enlatadas y pierden horas para llegar a su trabajo; son los que ven asqueados como desde Palacio de Gobierno se hacen “negociazos” con la salud de los más pobres; son los mineros informales de las punas; los comuneros que quieren participar de la renta minera; son la inmensa mayoría de jóvenes que labora en la informalidad; son los músicos que fusionaron el wayno con la salsa, el rock y la cumbia colombiana y crearon la popular chicha, que cantan y bailan en todos los estratos sociales. Son los pobres que migraron a Lima y que la enriquecen con su presencia. En todos ellos vive el espíritu rebelde del caudillo de Tungasuca, y lo han demostrado con sus actos.

El escritor Ventura García Calderón decía, el siglo pasado y refiriéndose a los indígenas: “es la raza que nunca supo sublevarse”. Los descendientes de Túpac Amaru demuestran con sus obras lo contrario: siempre supieron rebelarse. Gracias a su aporte el país actual dejó de ser promesa para convertirse en realidad pujante.

Tino Santander Joo

Tino Santander
01 de noviembre del 2016

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