Oscar Silva Valladares
Torre Tagle: párrafo sombrío de la independencia
Hay consenso sobre su condición de persona incompetente y sin dotes de gobernante

La trayectoria y conducta de José Bernardo de Tagle (Lima, 1979-1825), más conocido como Torre Tagle, ofrece indicios importantes para entender el liderazgo político peruano durante la guerra de la independencia.
En diciembre de 1820, siendo intendente interino de Trujillo por nombramiento del virrey Pezuela, Tagle lidera un pronunciamiento por la independencia que pone a disposición de San Martín una gran parte del norte del Perú. La insurrección de Trujillo permitió acceder a importantes recursos humanos y materiales en favor de la campaña de San Martín y el mérito de esta acción ha sido asignado a Tagle, aunque se afirma también que esta rebelión era inevitable indistintamente de quien fuera el gobernador, y Cochrane adujo que esta insurrección fue facilitada por su captura del navío español Esmeralda. La conducta de Tagle durante estos eventos fue ambigua y vacilante ya que anteriormente había ordenado el envío de tropas realistas a Lambayeque a sofocar un intento similar de rebelión y al final Lambayeque se anticipó por dos días a Trujillo en la jura de la independencia. Por otro lado, el pronunciamiento de Trujillo contribuyó a la caída del virrey Pezuela, ya que entre otros cargos éste fue acusado de no haber cumplido la ordenanza real que instruía el envío de Tagle como intendente a La Paz, en donde le hubiera sido más difícil rebelarse, argumento discutible ya que se afirma también que Pezuela decidió no enviar a Tagle a La Paz por su carencia de experiencia militar y energía.
Durante la presidencia de Riva Agüero, Tagle tuvo un activo papel en intrigas políticas que le permitieron asumir el cargo de jefe supremo político en agosto de 1823. En su brega con Riva Agüero respecto a la sede del Congreso Constituyente, Tagle fue el precursor de la larga tradición de corrupción política en la nueva república al sobornar a miembros de dicha asamblea para que se pronunciaran a favor de su reinstalación en Lima. Notablemente, Bolívar tuvo tempranas impresiones positivas sobre Tagle resaltando “su patriotismo, bondad y servicios” en carta al presidente interino colombiano Santander de setiembre de 1823. Otros autores, sin embargo, consideran que Tagle fue inicialmente un instrumento en manos de Bolívar a la llegada de éste al Perú.
La labor gubernativa de Tagle fue mediocre y solo su capítulo final ofrece interés histórico por representar un drama en el que la destreza política de Bolívar, sustentada en una férrea voluntad abocada a la eliminación del poder español en el Perú, se impuso a las maniobras de menor cuantía impulsadas por Tagle en un contexto de traiciones y dobleces que si bien no pudieron estar conectadas, ocurren simultáneamente, incluyendo la pérdida del fortín del Callao.
Estos sucesos se inician en enero de 1824 cuando Bolívar, quien solo tenía mando militar en el Perú y no político, solicita a Tagle entablar discusiones con el virrey La Serna en Jauja para obtener un armisticio. El precedente del pedido de Bolívar era un acuerdo preliminar de paz que los españoles habían logrado en julio de 1823 con el gobierno independiente de Buenos Aires presidido por Bernardino Rivadavia quien buscó la adhesión a ese convenio por parte del Perú. Bolívar exploraba un armisticio similar como maniobra dilatoria en la espera de la llegada de tropas colombianas adicionales, y su ánimo fue influido también por la derrota de Santa Cruz en el Desaguadero a fines de 1823. Es importante resaltar que la falta de apoyo de Colombia a Bolívar en ese momento le llevó a éste a amenazar al gobierno colombiano con retirarse del Perú de no recibir auxilios, como menciona en una carta a Sucre de mediados de enero de 1824. En sus instrucciones a Tagle, Bolívar indicaba que no se mencionara su nombre en la solicitud de negociaciones y que se dijera que él no tenía conocimiento de esta iniciativa. La táctica de Bolívar era muy peculiar, no solo teniendo en cuenta que los españoles sabían que Bolívar tenía el poder militar en el Perú, sino también por su prestigio y capacidad decisoria que no era desconocida por los realistas. Por otra parte, se afirma también que Bolívar estaba en una situación política delicada ya que en esa época consideraba que Colombia debía también entrar en conversaciones con España. De una u otra manera, una negociación de armisticio que implicara no contar con el conocimiento o anuencia de Bolívar era extraña y perdía toda credibilidad y Tagle debió haber percibido las debilidades básicas de esta proposición, pero su anuencia fue también singular y refleja una falta de criterio o intenciones ulteriores con respecto a los realistas. La posibilidad de un doble juego por parte de Tagle fue insinuada por él mismo cuando mencionó en su manifiesto de marzo de 1824, escrito cuando ya estaba asilado en el fortín del Callao, que reconocía que para Bolívar estas discusiones eran una maniobra dilatoria mientras que él estuvo siempre decidido “a dar la paz al Perú, uniendo sinceramente españoles y peruanos”. La única prevención que tomó Tagle ante el pedido de Bolívar fue su notificación al Congreso y la autorización de esta asamblea para iniciar las conversaciones.
Tagle encargó el manejo de las discusiones a Juan de Berindoaga, su ministro de gobierno. Sin embargo, con anterioridad a la misión de Berindoaga, Tagle ya había iniciado conversaciones con el general español Canterac con el objeto de llegar a un arreglo peruano-español basado en la salida de Bolívar del Perú. Un instrumento aparentemente involuntario de estas maniobras fue el comerciante José Terón, quien separadamente llevaba correspondencia de Tagle a los españoles al tiempo que Berindoaga iniciaba sus discusiones, correspondencia que en su descargo Tagle afirmó que originó no de él sino de su vicepresidente Diego de Aliaga. Atendiendo a estas circunstancias, el pedido de Bolívar a Tagle para negociar un armisticio ha sido considerado como una conveniente oportunidad que facilitó los designios conspirativos de éste con los españoles.
En defensa de Tagle se afirma que Terón tomó su nombre para negociar separadamente con los realistas la recuperación española del fortín del Callao, lo cual no es creíble dada la condición de comerciante de Terón y su nula experiencia política y militar. Se dice también que Tagle, por intermedio de Berindoaga, siguió estrictamente las instrucciones de Bolívar y al final de las discusiones estas fueron aprobadas y encomiadas por Bolívar.
El brigadier español Andrés García Camba, interlocutor presencial de las discusiones con Berindoaga en Jauja, sugiere que una comunicación confidencial dirigida anteriormente a La Serna por Tagle había sentado bases para discutir una alianza peruano-española contra Bolívar, tal como fue propuesto en esa oportunidad a Berindoaga. García Camba agrega que el ministro peruano no aceptó esa alianza como base de discusión, pero deja dudas sobre los verdaderos motivos de Berindoaga dada la insistencia del ministro peruano de hablar directamente con Canterac, lo cual no le fue permitido.
Se dice que Tagle tenía un sincero interés en lograr una unidad hispano-peruana como base de la independencia y se insiste que la insinuación de una alianza contra Bolívar fue hecha por los españoles a Berindoaga y no por éste a ellos. Dado el estado de animosidad entre realistas y colombianos luego de la larga lucha emancipadora en Venezuela y Nueva Granada, es difícil considerar una alianza peruano-española que pudiera haber obviado una fuerte oposición de Bolívar.
La historia española respalda la intención de Tagle de facilitar un entendimiento con los españoles contra Bolívar mediante la entrega del fortín del Callao a los realistas, pero hay discrepancias sobre los pasos que tomó para ejecutar esta acción. Mariano Torrente afirma que Tagle y Berindoaga abrieron negociaciones con Canterac destinadas a restituir el poder realista en Lima, incluyendo la cesión del fortín del Callao. García Camba afirma que la intención de entregar los castillos del Callao a los realistas fue manifestada por Terón a Canterac y representaba la voluntad de Tagle. En carta al virrey La Serna luego de la caída del fortín del Callao en poder realista, Canterac confirmó el apoyo ofrecido por Tagle y Berindoaga. La historiografía colombiana por su parte apoya la versión de que Tagle había ofrecido a los realistas la restauración del poder realista y la entrega del fortín del Callao, y esta interpretación tiene soporte en fuentes peruanas que acusan a Tagle de haber pasado información militar independentista a los españoles.
A inicios de febrero de 1824, días después del regreso de Berindoaga a Lima luego de su misión en Jauja, ocurre la sublevación del fortín del Callao y su caída en manos del poder español. Este evento ha sido explicado secuencialmente como resultado de resentimientos de la guarnición del fortín, predominantemente rioplatense y chilena, por las preferencias que se otorgaba a las recién llegadas tropas colombianas, sueldos impagos, demora en la recolección de fondos del gobierno de Tagle para pagar a los sublevados y la duplicidad de los negociadores independentistas que intentaron fusilar a los insurrectos mientras simulaban negociaciones. Las intenciones iniciales de los sublevados eran el pago de sus salarios y su transporte a Buenos Aires y Chile; sin embargo su entrega del fortín a los españoles fue su medida de protección ante el doble juego que percibieron por parte del gobierno y la demora de éste para resolver prontamente sus reclamos. Se ha alegado que Bolívar propició la defección al haber retirado del fortín al batallón colombiano Vargas en diciembre de 1823 – aunque este batallón había salido del Callao para combatir guerrillas cajamarquinas que en aquella época aún apoyaban a Riva Agüero -, el mismo que fue reemplazado por tropas rioplatenses y chilenas que eran notorias por su indisciplina.
La ocupación española del fortín del Callao llevó a Bolívar a exigir y obtener la suprema autoridad política del Perú a expensas de Tagle. Por el alcance militar de esta debacle, Bolívar decidió tomar medidas de evacuación y protección frente a una eventual ocupación de Lima por los realistas, providencias a las que Tagle se opuso con maniobras dilatorias. A fines de enero de 1824, cayó en manos del general rioplatense Mariano Necochea correspondencia de Canterac a un presunto agente de Tagle en la que se discutía una labor común hispano-peruana contra Bolívar. Al ser confrontado con esta evidencia, al no reaccionar con energía ni consistencia a estas maniobras supuestamente de terceros y al oponerse a las medidas de defensa luego de la caída del fortín, Tagle incurre en las sospechas y en la ira de Bolívar, por lo que decide esconderse en un convento y asilarse luego en el fortín del Callao a fines de febrero de 1824, donde murió ignominiosamente en setiembre de 1825. Se dice que Bolívar no tenía intenciones de fusilar a Tagle y que ésta fue una acusación falsa del marqués, pero es razonable concluir que esa hubiera sido su suerte.
Durante su estadía en la fortaleza, inicialmente Tagle pretendió que los españoles lo trataran como prisionero de guerra, y luego manifestó que se encontraba en calidad de asilado y no de colaborador de los españoles, profesando su lealtad al Perú y expresando su intención de viajar a Chile como exiliado. Prontamente Tagle cambia de posición y en un manifiesto de marzo de 1824, que se dice fue redactado por Berindoaga, Tagle justifica su conducta señalando que las ambiciones desmesuradas de Bolívar, manifestadas en el envío de tropas colombianas al Perú sin consulta previa, le habían llevado a tomar una actitud de recelo contra él. Tagle acusa asimismo a Bolívar de haber fomentado intrigas a su llegada al Perú, incitando la discordia entre el Congreso y el Ejecutivo, y protesta el beneficio que Bolívar recibió del Congreso con un mandato dictatorial en desmedro de su autoridad. Tagle menciona que la orden de fusilamiento de Riva-Agüero fue dada por Bolívar y el Congreso y no por él, y acusa de duplicidad a Bolívar al encargarle las negociaciones de armisticio con los realistas ya que éste no tenía intención de aceptarlas aún en el caso que los realistas reconocieran la independencia, conclusión ingenua dada la firme oposición de los realistas sobre este punto. El expresidente peruano destaca su escrupulosidad en informar al Congreso y obtener su autorización con anterioridad al inicio de las discusiones en Jauja respecto al armisticio, y aunque no ofrece detalles sobre las negociaciones con los españoles recuerda que Bolívar aprobó posteriormente la conducta de Berindoaga. En cuanto a la rendición del Callao a los realistas, Tagle sugiere que fueron intrigas el incriminar a miembros del gobierno peruano en esta acción y afirma que había una trama siniestra de Bolívar al haber retirado el batallón Vargas del fortín para ser relevado por el del Río de la Plata. Como epílogo, Tagle no oculta su vocación hispanista llamando ejército nacional al realista, se refiere a “la canalla que es la Patria” y confiesa su resolución de “ser tan español como D. Fernando (VII)”.
La conducta de Tagle puede ser calificada como traición ya que significó la violación del juramento de lealtad a la constitución peruana que hizo al asumir el mando supremo de la república. Esta lealtad no tenía que significar una aquiescencia con Bolívar, pero sí la obligación de ejercer sus funciones en provecho de la consolidación de la independencia del Perú. La conducción de conversaciones secretas con el poder español y el ofrecimiento de los castillos del Callao al poder virreinal, si bien se puede suponer abrían un camino hacia la independencia alternativo a la ruta de Bolívar, era al menos una decisión políticamente arriesgada e irresponsable y que hubiera conducido a una sangrienta lucha civil en el Perú más allá de lo que sucedió en la historia.
El asilo de Tagle en el fortín del Callao tuvo un efecto desmoralizador sobre la población civil de Lima, impacto agravado por su manifiesto de marzo de 1824. Numerosos funcionarios públicos siguieron su ejemplo y se refugiaron en el Callao, incluyendo su vice-presidente Aliaga, Berindoaga y 337 jefes y oficiales del ejército peruano detallados en un decreto oficial que con posterioridad los excluyó de la carrera militar, defecciones que sin embargo han sido también calificadas como positivas a la causa de la emancipación por su efecto depurador de personas de dudosa lealtad. El asilo de Tagle en el Callao sin duda tuvo motivos de supervivencia, dado el precedente de la condena a Riva Agüero, pero fue también un desentendimiento del significado de su decisión ante la historia, o al menos una apuesta a un veredicto futuro más indulgente. En cierta medida la apuesta de Tagle triunfó y su título monárquico español, que había sido eliminado luego de su nombramiento como marqués de Trujillo por San Martín, simboliza el centro de la diplomacia y de la política exterior del Perú hasta hoy.
Al margen de la conducta de Tagle con los realistas y su asilo final en el Callao, hay concurrencia histórica sobre su condición de persona incompetente, de carácter superficial, sin dotes de gobernante y maleable. Tagle ha sido también descrito como adicto al juego y al alcohol y como un continuo buscador de privilegios y ascensos en la burocracia española durante su estadía en la metrópoli entre 1813-1817. Su apoyo a la causa independentista ha sido considerada como una maniobra para librarse de las hipotecas que tenían sus propiedades en favor de acreedores españoles. Pese a su mérito al haber facilitado la jura de la independencia en Trujillo durante el Protectorado, San Martín tuvo frases despreciativas hacia él, y con un poco más de indulgencia lo caracteriza como “débil e inepto” en una controvertida carta a Bolívar de agosto de 1822.
La historia peruana mayoritariamente destaca el rol de Tagle en la declaración de la independencia en Trujillo al haber estimulado pronunciamientos similares días después en Cajamarca y Chachapoyas. En cuanto a la conducta de Tagle a la llegada de Bolívar, y diferentemente a la narrativa hispanoamericana y española, la historiografía peruana ha hecho un gran esfuerzo en minimizar los aspectos controvertidos de sus acciones, tratando de dar un contexto benigno y clemente a sus planes de forjar una unidad peruano-española contra Bolívar y a su asilo final en el Callao. Se dice por ejemplo que Tagle siempre quiso negociar con los españoles sobre la base de la independencia, que su ánimo de compromiso era motivada por las recientes derrotas independentistas, que los planes de luchar con los españoles contra Bolívar no se concretaron y por tanto no fueron delitos consumados, y que su asilo en el Callao obedeció a un natural instinto de sobrevivir. Dada la contundencia de la evidencia contra Tagle, su justificación no puede basarse en la investigación histórica, sino más bien en un intento subconsciente de resaltar la conducta peruana en favor de la independencia. Pero si este esfuerzo significa exculpar a Tagle, minimizar su actuación o justificar su traición, ello significa mantener un precedente funesto sobre la responsabilidad política e histórica de los gobernantes.
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