Oscar Silva Valladares
Bernardo Monteagudo: ¿pensador político o “degollador de godos”?
Expulsó a la colonia española en Lima, en los primeros año de la República
Bernardo Monteagudo, antiguo revolucionario rioplatense con dotes como pensador y escritor político y con talento en el periodismo y en la labor propagandística, jugó un rol fundamental en el gobierno de San Martín en el Perú y en los intentos de concretar su iniciativa monárquica.
El vínculo de Monteagudo con el Perú se inicia al final de 1811 cuando redacta la proclama del líder independentista rioplatense Juan José Castelli a los peruanos durante la incursión rioplatense en el Alto Perú. Desde 1812 Monteagudo fue colaborador de San Martín y en 1818 contribuyó a la composición del acta de la independencia de Chile. A su llegada al Perú con la expedición libertadora, Monteagudo fue el nervio central político durante el Protectorado y ejerció gran influencia frente a las debilidades de liderazgo de Tagle y Unanue. En el campo propagandístico, una muestra de sus habilidades fue su utilización de la prensa para explotar las divisiones entre los realistas al publicar la versión de Pezuela sobre su destitución en la cual el depuesto virrey criticaba a La Serna y sus partidarios.
Habiendo sido un antiguo liberal, Monteagudo se convierte en el Perú en un ferviente colaborador del proyecto monárquico de San Martín a través de la Sociedad Patriótica y como editor de El Pacificador del Perú. Monteagudo fue un exponente y precursor del real politik en la América hispana, y su genio radica en haber entendido las barreras del plan independentista, los confines de la democracia por la ausencia de una amplia base de individuos con capacidad para conducirse como ciudadanos y la necesidad de crear un modelo de gobernabilidad de acuerdo a la realidad social que puede resumirse en su énfasis en otorgar la libertad “con sobriedad” y en proporción al grado de civilización. Su visión es pragmática, no ideológica, y su Memoria publicada durante su exilio en Guayaquil luego de su expulsión del Perú es un documento clave para entender la razón de la lucha por la independencia. Pese a la aguda rivalidad que Monteagudo tuvo con Faustino Sánchez Carrión en el debate sobre el proyecto político adecuado al Perú, Raul Porras Barrenechea realza sus coincidencias al haber ambos entendido el carácter del peruano y lo que el historiador peruano consideraba su principal defecto: el servilismo.
La decisión más controvertida de Monteagudo en el Perú fue su acoso y expulsión de la colonia española en Lima, la cual se vio reducida de 10,000 a la llegada de San Martín en 1820 a 600 personas en 1822, por lo que ha sido objeto perenne de demonización en la historia hispanoamericana siendo descrito como “monstruo” y “desollador de godos”. Esta medida, que no fue opuesta por San Martín, ha sido criticada por haber eliminado un componente importante de la sociedad peruana que tenía méritos en la industria y el comercio. Detrás de esta persecución se ha visto igualmente una conspiración contra la clase comercial peruana en beneficio de intereses económicos rioplatenses y especialmente chilenos. En defensa de Monteagudo se dice que las medidas contra los comerciantes españoles de Lima tenían el objeto de conseguir fondos para continuar la guerra y que sus acciones eran además una respuesta inevitable de protección frente al espionaje en favor del virrey que desempeñaban algunos miembros de esta colonia, lo que llevó al historiador chileno Gonzalo Bulnes a afirmar que Monteagudo logró en el Perú más triunfos con su política que Cochrane con sus naves.
Otro argumento utilizado para justificar las medidas represivas de Monteagudo es que la retirada española de Lima a principios de julio de 1821 era parte de un plan político-militar en el cual grupos sociales limeños actuaban como aliados de los realistas. Comparativamente, los actos ordenados por Monteagudo contra la colonia española no fueron diferentes a las confiscaciones y persecuciones contra la población civil leal a la corona inglesa durante la revolución en América del Norte que ocasionó la salida forzosa de más de 60,000 personas, y por cierto menos drásticos que la violencia contra los españoles ordenada por Bolívar en 1813 con su decreto de “guerra a muerte” en Venezuela. La expulsión de los españoles por Monteagudo ha sido igualmente aclamada como la más importante victoria política en el terreno social durante la independencia.
El desastre militar independentista en Macacona en abril de 1822 es también considerado como el motivo de la subsiguiente persecución a los españoles organizada por Monteagudo un mes después, persecución definida por otra parte como una violación de las promesas anteriores de San Martín de respeto a la propiedad e integridad física de los españoles, pero fue una medida similar a las que Bolívar ordena a Sucre en mayo de 1823, y luego en diciembre de 1823 como secuela a la disidencia de Riva Agüero.
Según el mismo Monteagudo, la hostilización y acoso a la colonia española buscó agudizar sentimientos anti-hispánicos que eran necesarios para fortalecer los ánimos en favor de la revolución independentista. De todos modos, cualquier abuso contra los españoles fue insignificante en comparación con las atrocidades españolas a la población indígena del Perú perpetradas por Ricafort y Carratalá, entre otros, pero curiosamente la historia peruana parece haber destacado en el pasado con mayor estridencia la conducta de Monteagudo frente a ciertas élites limeñas que la violencia de los realistas contra indígenas.
La abrupta deposición de Monteagudo en julio de 1822 durante el viaje de San Martín a Guayaquil, caracterizada por el historiador Sebastián Lorente como una “pueblada”, fue el resultado de una insurrección motivada por el rechazo a sus excesos contra la población de Lima, la animadversión criolla a su personalidad y estilo de gobierno, la percepción de malversación de fondos estimulada por las dificultades financieras que se sufría en Lima y el deseo de cortar su influencia en la estructuración del próximo Congreso Constituyente ya que había el temor de que esta asamblea llevaría a formalizar el proyecto monárquico.
Los cargos de corrupción contra Monteagudo no fueron probados y se dice que murió en la pobreza, y es irónico el prejuicio racial contra él por sus raíces africanas que abunda en numerosas crónicas históricas, en particular por parte de aquellos que desde una posición presuntamente liberal y democrática desechaban sus convicciones autoritarias y monárquicas. Acusado de propiciar un círculo político aristocrático en Lima de corte napoleónico y de haber propuesto formalmente la coronación de San Martín en el Perú, la deposición de Monteagudo significó un repudio a la política de San Martín, lo cual fue entendido por el Protector y contribuyó a su decisión de salir del Perú.
Luego de su destierro en Guayaquil, Monteagudo regresa como colaborador de Bolívar – lo cual evidencia sus coincidencias políticas y simpatías autoritarias, pero es también una confirmación de sus méritos y potencial por Bolívar pese a su pasado monarquista y adhesión previa a San Martín– participando en la organización del Congreso de Panamá y en la lucha política contra Riva Agüero.
El asesinato de Monteagudo en Lima en enero de 1825 es un asunto turbio en el cual se ha visto desde resentimientos y envidias privadas hasta la labor de Sánchez Carrión e inclusive de Bolívar – quien sin embargo consideró que el crimen era parte de una conspiración realista en su contra – y fue caracterizado por San Martín de tener motivaciones políticas.
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