Carlos Adrianzén

¿Todos somos El Niño?

Las consecuencias del supuestamente salvador impulso fiscal

¿Todos somos El Niño?
Carlos Adrianzén
21 de junio del 2023


El nuestro es un país peculiar. En la narrativa generalmente aceptada aún se trata a un fenómeno meteorológico recurrente como si fuera
el responsable. Es el gran culpable de eventos destructivos (inundaciones, deslizamientos, sequías, etc.) de vidas, propiedades y de capacidades productivas. Algo así como la manifestación culposa de la furia desorbitada de la naturaleza, porque nos habríamos portado mal. De hecho, los creyentes en la teoría de un calentamiento global por causa humana lo podrían haber tomado como ejemplo palmario… si no existiesen innumerables yacimientos arqueológicos en el norte peruano que acreditan que estos fenómenos meteorológicos se dan desde tiempos inmemoriales.

La aludida peculiaridad de nuestro país en esta materia no se asocia solamente con esta creencia. Se asocia también con el hecho de que -año tras año- a diferencia de naciones con una institucionalidad inclusiva no aprovechamos este fenómeno. 

Sí estimado lector, estas lluvias traen agua en una escala inusual a una costa desértica. Y aquí surge la pregunta del millón: ¿por qué -en lugar de llorar e inflar la escala burocrática local- no lo aprovechamos para justificar inversiones y prácticas e incluso hasta rentabilizar estos desórdenes meteorológicos? Nótese aquí que no solo hablamos de El Niño sino de su hermanita. No pocas veces subsecuentemente se da un fenómeno de friaje extremo, denominado como La Niña.

Imagínese usted que el gobierno peruano de los últimos años -en lugar de robar presupuestos ad hoc y trabar inversiones- hubiera apostado por acompañar (con apoyo de la Contraloría General de la República y otras instituciones) la preparación de infraestructuras privadas a toda escala para rediseñar asentamientos urbanos, irrigaciones, represas, refugios, etc. 

Si hubiéramos hecho esto en los tiempos de Vizcarra, Sagasti o Castillo, en lugar de entregarle a los bandos burocráticos locales nuestras esperanzas; el drama social que se nos avecina -y veremos por televisión como en el caso de Yaco, El Niño costero, etc.- solo sería otro verano extremo más. Para sopesar -con algo de detalle- la relevancia de la interrogante aquí planteada resulta útil tanto mirar más allá de la narrativa y nuestras desgracias, cuanto analizar las cifras de nuestra propia historia económica reciente. 

En los hechos, desde hace décadas, abundan los países que minimizan y hasta rentabilizan sus desórdenes meteorológicos y has sismológicos. Privados y burócratas-no-corruptos acumulan toda la infraestructura y capital físico y humano necesarios para que estos fenómenos resulten minimizados. Japón, Australia, o los países nórdicos resultan ejemplos de Perogrullo. En el Perú los burócratas rentabilizan individualmente esta tarea… no los privados ajustados a la Ley.

Pero ¿Qué nos cuentan nuestras propias cifras económicas y políticas sobre los impactos de El Niño? Aquí las observaciones son claras. En las últimas siete décadas se observan algunos hechos estilizados. Primero, a mayor producto por persona, los efectos de El Niño han tendido a paliarse. A pesar de sus intensidades, el Niño de 1983-1984 se asoció mucho más visiblemente a una contracción del producto por persona de un peruano (léase, resultó mucho más destructivo) que el de 1997-1998. Se observa lo previsible. Cuanto más pobre el país, más golpean este tipo de fenómenos. 

Segundo, la mayor desgracia que traen estos Fenómenos -al igual que en las post pandemias, según Neil Ferguson-, es política. Después del desastre meteorológico (El Niño de 1983 y su destrucción; reflejada en una caída anual del PBI en -13% y el terrible déficit fiscal de apertura de 14% del PBI en 1984), llegó al Perú algo peor: las ideas mercantilistas socialistas de la izquierda limeña en el Futuro Diferente de la Alianza Izquierda Unida-APRA. Hornadas de deterioro institucional, corrupción burocrática e hiperinflación. Ya sé que no nos gusta recordarlo, pero fuimos casi tan atrasados como la Bolivia, Cuba o la Venezuela actuales. Ojo con esto.

En tercer lugar, los cuadros macroeconómicos con Fenómenos de El Niño del periodo 1950-2022 contrastan una caída del gasto estatal (agregando el sector público financiero y no financiero). Una escasez de recursos estatales más pronunciada cuanto más pobre está el país (ver Cuadro 1). El Niño nos empobrece de golpe.

El siguiente gráfico múltiple profundiza este hallazgo.

El cuadro 2 describe la conexión de las tres principales fuentes de financiamiento de todo el aparato estatal peruano. Bajo los dos casos analizados (1997 y 1983) la recaudación tributaria cae significativamente. En proporción mayor cuanto peor resulta el manejo fiscal y más pobre es el país. El comportamiento de la recaudación inflacionaria contrasta nítidamente la diferencia del impacto de El Niño bajo los penosos incentivos de la Constitución Política de 1979 todo empeora. Con la de 1993 se palia algo. La maquinita monetaria del ex ministro Pedro Beltrán no ayuda. Solo daña. 

Nótese también cómo se desinflan los botines políticos. Mucho antes de que se iniciasen los procesos de privatización de empresas estatales, El Niño de 1983 y la extrema corrupción de sus gestiones, habían reducido severamente la escala de las llamadas empresas públicas, heredadas de la dictadura militar.

Sí estimado lector. La historia peruana –particularmente el tercer subgrafo del segundo cuadro– descubre que peor que los impactos del aludido fenómeno meteorológico, implica las consecuencias del supuestamente salvador impulso fiscal. Nótese, esto se da no solamente porque ensancha el desequilibrio fiscal (que deberemos financiar en periodos futuros). Esta opción política –muy popular entre gobiernos locales, regionales y nacionales… por razones obvias– mal asigna recursos y bloquea el accionar privado –tanto en la gestión actual del desastre cuanto en la inversión privada posterior en infraestructura–. Así cierran el círculo. Esperando nuevas desgracias que nunca debieron ser tales. 

Claro que al final todos somos El Niño. Tanto a la hora de votar por cada personaje, cuanto al cerrar los ojos cada día.

Carlos Adrianzén
21 de junio del 2023

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