Carlos Adrianzén

Tiempos aburridos

Se nos presenta un horizonte económico cansino

Tiempos aburridos
Carlos Adrianzén
25 de septiembre del 2018

 

La economía peruana —desde que tenemos registro estadístico de ella— ha tenido tiempos muy diferentes. Tiempos de entusiasmo, tiempos de terror, con fases de acción definida e inacción autocomplaciente. Hoy vivimos tiempos muy aburridos. Lamentablemente, no de aquellos tiempos monótonos por haber alcanzado cierta predictibilidad, sino fastidiosos por la baja predictibilidad de los eventos y por el poco entusiasmo que justificadamente despiertan hoy los desenlaces en juego.

Como siempre, enfocar lo que se viene en el Perú es una tarea peliaguda. Un primer plano aproxima su inercia inmediata. Los eventos que ya están en curso y que —salvo desarrollos fortuitos— implican un empalagoso escenario de mengua gradual. Me refiero a operar bajo un ambiente político en el que, en las semanas venideras, podrían resultar presos varios ex presidentes, gran parte de los principales líderes políticos, muchos capitanes empresariales, el presidente de la república en ejercicio, los principales magistrados del Poder Judicial y hasta la vice presidenta en sucesión. Toda una amalgama generadora de parálisis (ante cualquier acción sesuda e impopular) y de precondiciones para acciones demagógicas o de cambio de rumbo económico.

Nótese bien que hablamos de eventos a ser definidos pronto. Toda una comedia de confusiones y con inflación baja, manejada por un instituto emisor que apuesta a controlar el dólar y acumular divisas a su discreción, y un ignoto Ministerio de Economía y Finanzas que vive con un pie en el acelerador y un dedo en el gatillo. Como una marioneta de los escándalos políticos, pisa el acelerador del endeudamiento público y el gasto burocrático (sin ninguna evidencia de mejoras de calidad o transparencia) y va apretando el gatillo de iniciativas tributarias sobre la minoría formal para recaudar más, anticipando que el algún momento los precios externos dejarán de favorecernos.

El corto plazo de nuestra economía dibuja un horizonte económico cansino en el que el mejor de los desenlaces implica estar pegados a un porcentaje: el 3%. Ese anodino 3% anual de crecimiento, de Inflación o de déficit fiscal. Aquí nadie anticipa un entorno dinámico o esperanzador. Esto es lógico, dados los continuos retrocesos que se producen en el Ejecutivo y el Legislativo, ambos caóticamente desesperados por sobrevivir. En este cuadro, nótese, la inversión privada rebota solo levemente.

Respecto al ruido de la (mal) llamada reforma política —que es más de lo mismo— se prevé pocos efectos reductores del riesgo país en el corto plazo. Respecto al gélido proceso electoral por los gobiernos locales y regionales (y sus innumerables candidatos con financiamientos turbios masivos) solo podemos decir que los escándalos de corrupción y las escaramuzas políticas lo han relegado a ser un negocio opaco de medios de comunicación.

Pero las cosas dejan de ser tan aburridas cuando enfocamos el largo plazo de la economía nacional. Un enfoque virtualmente inexistente en las discusiones públicas.

Aquí hemos recibido —y nos quejamos de ello— una indeterminada migración de población venezolana, a modo de comodín de la divina providencia que nos ayudaría a paliar dos problemas: la extinción de nuestro bono demográfico y nuestra exigua oferta de técnicos.

Hoy, dada la coyuntura global, resulta inverosímil asumir que los precios externos persistan creciendo indefinidamente. Con ello los márgenes de acción de la política fiscal (ritmo de recaudación y costo del endeudamiento público) y monetaria (administración del dólar) se reducirán previsiblemente. Cero reformas, con previsibles menores crecimientos, e inversiones privadas. Léase: tiempos accidentados a la vuelta de la esquina

Al final de estos tiempos soporíferos emerge, además de lo dicho, un detalle tremendamente inquietante. Que la desesperación y los cambios de reglas políticas de Martín Vizcarra (aliados con la confusión del accionar de la señora K) configuren la antesala para plantear una nueva Constitución Política. Con ideas tan destructivas como las de la espuria Constitución de 1979. Aquí les recuerdo algo muy valioso y positivo: tratamos con fuerzas políticas sucias, débiles y acomodaticias. Se alinean entusiasta y esmeradamente a lo que exige la opinión ciudadana. Exijamos pues.

 

Carlos Adrianzén
25 de septiembre del 2018

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