Raúl Mendoza Cánepa

Teoría económica de la persona

El mercado rige malévolamente las elecciones humanas

Teoría económica de la persona
Raúl Mendoza Cánepa
24 de marzo del 2019

 

Casi no hay nada que no haya pasado por el tamiz del análisis económico. Por ejemplo, el nobel Gary Becker ha aplicado las teorías económicas a categorías que creíamos ajenas al mercado como la familia, el comportamiento criminal, el divorcio y la discriminación. Probablemente explicar esas teorías aleje al lector, y de eso no se trata, sino de utilizar la teoría del valor de una manera transgresora: ¿cuánto vale cada ser humano?

Los economistas se han preocupado, a lo largo de la historia, por el valor de las mercancías y cómo colocarles un precio. El precio comenzó a denominarse “valor”. En el siglo XVIII se perfilaba la mano de obra como instrumento para medirlo. Adam Smith le añadió nuevos elementos. Los utilitaristas se centraron en el uso. Una botella de agua en el desierto tiene un valor mayor que un lingote de oro si es que nuestra vida pende de un hilo. Pronto se habló del valor intrínseco, pero nada tiene un valor per se, somos nosotros quienes se lo damos según nuestra necesidad, utilidad o gusto. Existen más teorías que es inútil explicar, porque se caen solas.

En realidad, el valor de un objeto depende de lo que evalúe su consumidor, nadie lo explica mejor que Menger. En condiciones normales un diamante vale más que el agua ¿Por qué? Porque el agua abunda, como el aire, y los diamantes son escasos. Al beber agua hasta saciarnos, ella pierde utilidad porque es fácil conseguirla, y menos valor tendrá si añadimos más a nuestra boca; pero un diamante más en la bolsa siempre valdrá mucho más que el agua que abunda.

¿Y qué tal si el ser humano tiene un valor en el mercado? Más allá del humanismo, por desgracia en el uso cotidiano ocurre que los hombres sí atribuyen un valor diferente a cada persona según su utilidad o escasez. “Alguien vale porque me paga. ¿Para qué me serviría de amigo, en un parque conversando, y más si necesito recursos”, diría alguno. Lo humano parece no contar cuando se trata de optar por quien reporta utilidad. La bondad pasa a ser un concepto marginal y solo queda cuán útiles o escasos podemos ser.

Para ser más gráficos. Una persona adinerada, generosa o físicamente muy bella es escasa en el mercado de la elección humana y satisface algunas prioridades; proporciona una “buena vida”, tranquilidad, recursos y satisface la vanidad. En un mundo deshumanizado, en el que la bondad o el espíritu parecen haber perdido importancia, el mercado parece regir malévolamente sobre las elecciones particulares.

Es fácil reparar en el valor subjetivo de las personas cuando ellas tienen algo que ofrecer, sea relaciones, dinero, acceso o satisfacción inmediata. Un ex congresista contaba de los parientes nuevos que surgían tras juramentar; o del summum de llamadas e invitaciones y amigos mientras era representante, y de la soledad luego de haber abandonado el poder. Lo contaba también un adinerado fabricante que, tras quebrar la fábrica, quebró algunos vínculos amicales importantes. En la cumbre se conocen muchos rostros, en el llano las espaldas. Es el efecto perverso de economizarlo todo.

¿Podemos fundar una teoría económica sobre el valor subjetivo de la persona? Se dice que demasiada oferta de uno mismo aleja a los demás. Quien necesita y ruega es aislado como quien nada tiene, sale del círculo del valor hasta que tiene algo que ofrecer. En la oferta amorosa, incluso, hay quien dice que más exposición, gestos y regalos debilitan y llaman a ser la menor opción. Más distancia e indiferencia incrementa el valor. ¿Es así?

Escasez, oferta, demanda, utilidad, valor… Son criterios que solo deberían aplicarse a los objetos. El análisis económico puede arrastrarnos por caminos infernales que mejor es no conocer, y mucho menos transitar.

 

Raúl Mendoza Cánepa
24 de marzo del 2019

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