Francisco de Pierola

Socialismo y dictadura: una relación inseparable

La dictadura es indispensable para imponer un sistema que priva a las personas de su libertad

Socialismo y dictadura: una relación inseparable
Francisco de Pierola
16 de diciembre del 2024

 

¿Es posible hablar de socialismo sin dictadura? Esta pregunta, que para muchos parece retórica, ha sido manipulada por la izquierda progresista para desligar su ideología de los desastres económicos y sociales que ella misma provoca. Según este relato, lo que ocurre en países como Cuba o Venezuela no es socialismo, sino dictadura. Pero esta afirmación no solo es errónea; es una estrategia calculada para evadir responsabilidades y perpetuar una narrativa que sigue captando adeptos, especialmente entre los más jóvenes.

El socialismo, en su esencia, busca imponer la igualdad de resultados. Pero para lograr esta "igualdad", es indispensable recurrir a un gobierno autoritario que limite la libertad individual. La razón es simple: en un entorno donde las personas son libres de tomar decisiones, siempre habrá desigualdad de resultados, porque no todos tenemos las mismas capacidades, talentos, aspiraciones o intereses. La desigualdad no es un defecto del sistema, sino una consecuencia natural de la libertad. Por ello, donde hay socialismo, inevitablemente hay dictadura. No puede ser de otra manera.

La izquierda progresista, sin embargo, se resiste a aceptar esta realidad. Frente a los fracasos evidentes del socialismo en países como Venezuela, donde la pobreza extrema, la escasez de bienes básicos y la emigración masiva son parte del paisaje cotidiano, el argumento más común es culpar a terceros: el embargo, la corrupción o incluso el capitalismo. Esta incapacidad para asumir errores también se extiende a los intelectuales y activistas de izquierda, quienes prefieren redefinir lo que consideran socialismo antes que admitir que su modelo es inviable.

Un ejemplo reciente de esta negación tuvo lugar en uno de los programas de streaming de "Roro Network", donde un conductor afirmó que Perú estaba peor que Cuba. Este tipo de afirmaciones, que no resisten el menor análisis, evidencian la superficialidad con la que ciertos sectores abordan la discusión política y económica. En ese mismo espacio, su fundador, Carlos Orozco, llegó a decir que preferiría a Antauro Humala como presidente antes que a cualquier Fujimori. ¿Cómo es posible que personas con tal nivel de desinformación tengan acceso a plataformas que influyen en la opinión pública?

Más preocupante aún es que marcas como Chevrolet financien este tipo de contenido. Una empresa estadounidense, cuya supervivencia depende de la estabilidad económica del mercado, parece desconocer que apoyar indirectamente a quienes promueven ideas anti-mercado y pro-socialistas es un tiro en el pie. El socialismo no solo ahuyenta inversiones; en sus versiones más radicales, las expropia. Cuando hay incertidumbre, el consumo disminuye, y compras no esenciales, como un auto nuevo, son las primeras en ser postergadas.

Pero volvamos al núcleo del problema: la confusión entre socialismo y dictadura. Muchos argumentan que los países nórdicos son ejemplos de socialismo exitoso. Nada más alejado de la verdad. Suecia, Dinamarca, Noruega, Finlandia e Islandia figuran entre los 20 países más económicamente libres del mundo, según el índice de libertad económica. Son economías de mercado que generan riqueza mediante el capitalismo, y esa riqueza es lo que permite financiar los beneficios sociales que ofrecen. Incluso el primer ministro de Dinamarca aclaró en 2015: “Dinamarca está lejos de ser una economía planificada socialista. Dinamarca es una economía de mercado”.

Comparar a los países nórdicos con Venezuela o Cuba no solo es deshonesto; es ignorar cómo funcionan sus sistemas económicos. Mientras que los primeros fomentan la iniciativa individual y la competencia, los segundos asfixian cualquier esfuerzo emprendedor bajo el peso de regulaciones absurdas y monopolios estatales. Venezuela, una vez el país más rico de Sudamérica, es ahora un ejemplo de cómo el socialismo puede destruir una nación próspera.

El capitalismo, con todas sus imperfecciones, es el único sistema que ha demostrado generar prosperidad de manera sostenible. Fomenta la innovación, premia el esfuerzo y permite que las personas se superen mediante su propio trabajo. En contraste, el socialismo requiere de un aparato estatal que controle todos los aspectos de la vida económica y, para lograrlo, recurre a la coerción y la fuerza. Esto no es una opinión; es un hecho histórico.

Por eso, cada vez que alguien diga que en Cuba o Venezuela no hay socialismo, sino dictadura, es importante recordar que una no puede existir sin la otra. La dictadura es el instrumento indispensable para imponer un sistema que priva a las personas de la libertad de elegir, crear y prosperar. Lamentablemente, quienes promueven estas ideas no solo están trabajando en contra de sus propios intereses, sino también en contra de los más vulnerables. El socialismo no trae igualdad ni justicia; trae pobreza, opresión y desesperanza.

Es responsabilidad de quienes creemos en la libertad desenmascarar estas falacias y defender los principios que han permitido a las naciones progresar. El capitalismo no es perfecto, pero es el sistema que mejor refleja la naturaleza humana y las aspiraciones de una sociedad libre. Ignorarlo es condenarnos a repetir los errores del pasado, una y otra vez.

Francisco de Pierola
16 de diciembre del 2024

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