Francisco Swett
Socialismo: ¡contra natura!
Los socialistas son maestros en propiciar la ruina
Los fundamentos de la economía tienen su origen en la Ley Natural. Son principios imperturbables ante las acciones de los humanos, y universales en cualquier tiempo y circunstancia. No se puede, por ejemplo, crear prosperidad con leyes o decretar la igualdad sin pisotear la libertad. Como doctrina, el socialismo, basado en las teorías simplistas de la lucha de clases y el determinismo histórico, viola los principios de la convivencia social de los humanos. Su sistema político, el comunismo, que en la interpretación leninista requiere la dictadura del partido por sobre la del proletariado, es aberrante y corrompe totalmente. La adopción de los abusos más perversos del feudalismo lo torna antihistórico, y su desprecio por el derecho de propiedad es antiético. Si para muestra basta un botón, ha quedado demostrado que la oleada del socialismo del siglo XXI (SSXXI) dejó como huella el autoritarismo y el abuso de poder, la compra de conciencias, la práctica de la ambición desmedida y el robo a mano armada.
En lo económico, los socialistas son maestros en propiciar la ruina. Y para ilustrarlo uso la experiencia de Ecuador, la que conozco de cerca. En los doce años transcurridos desde la elección de Rafael Correa el país experimentó una bonanza inédita, pues los ingresos públicos superaron los US$ 350,000 millones: siete veces más de los ingresos habidos en los años desde el inicio de la dolarización y doce veces los de la década de los noventa. El país recibió dos terceras partes del total de los ingresos petroleros habidos desde el inicio de la “era” petrolera en 1974, y los malbarató. Los contribuyentes y usuarios de los servicios y bienes provistos por el Estado pagaron US$ 200,000 millones para sostener un ultraje blindado con un muro monopólico de gestión y abuso.
Y no fue suficiente. Correa y Moreno han endeudado al país en más de US$ 60,000 millones, sin incluir las cuentas impagas. Gustan de hacer proclamas respecto de sus inversiones en carreteras, en hidroeléctricas, en infraestructura petrolera, en aeropuertos y en edificios descomunales. Pero, ¿qué hay detrás de todo esto? Sobreprecios por US$ 35,000 millones y coimas por otro tanto, calculados por el BID. Carreteras mal distribuidas, dejando de lado las vías más importantes (como la de Guayaquil a Machala); aeropuertos donde no aterrizan aviones por falta de mercado; una refinería que no funciona y otra en la que se hundieron US$ 1,500 millones para aplanar un terreno; poliductos que se revientan; represas hidroeléctricas a medio hacer y cortes de luz recurrentes; proyectos de riego que no aguantan una sola lluvia torrencial y un terminal de GLP que se cae por la herrumbre y subutilización. Las mal llamadas empresas públicas son botines de patronazgo político y pierden dinero a raudales. El régimen previsional está actuarialmente quebrado en una relación de entre 1 y 1.5 veces el PIB. La plantilla burocrática supera los US$ 10,000 millones. El crecimiento de la economía está por debajo del crecimiento poblacional, y la calificación de crédito del país es de “basura”, teniendo que pagar intereses en de doble dígito para arrancarle un mendrugo a los mercados de capitales.
Las cifras, todas oficiales, son un ejemplo de mala práctica económica pero palidecen ante las de Venezuela. No es que los socios del SSXXI no hayan practicado el socialismo, lo han hecho correctamente, apegados al libreto del Foro de Sao Paulo y a una doctrina irracional, ilógica e intelectualmente quebrada. El populismo socialista, no obstante, no está extinguido. La cura del idiotismo, denunciado por Plinio Apuleyo Mendoza y sus coautores, no es simple y no se dará mientras imperen los remedos de democracia y la supresión del mercado.
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