De Senectute

Marco Tulio Cicerón (106 - 43 AEC) vivió hasta la edad madura. Sesenta y tres años de edad que hace dos mil años eran el equivalente de un nonagenario contemporáneo. Reunió en su persona las características de ser un hombre de ideas que se sentía igualmente cómodo en el fragor de la acción. Fue un político formidable, un abogado exitoso, uno de los oradores notables de la historia cuyas Oraciones aún retumban, y, por encima de ello, un estadista de principios que vulgarizó el uso de términos como “moralis” para atacar con contundencia a los corruptos. Fue amigo de Julio César, pero rechazó sus intentos dictatoriales en defensa de la república al punto de quedar marcado para ser eliminado, tarea que le tocó a Marco Antonio cuando lo hizo asesinar. 

Su presencia ha perdurado en el panteón de los inmortales a través de sus escritos. Interpretó y tradujo los escritos de los filósofos griegos al latín y los hizo comprensibles; fue poeta en su adolescencia, escribió un volumen considerable de cartas, y ya en sus cincuentas produjo su tratado De Oratore. Sin embargo, tomaría una década más para llegar a la cima de su capacidad como escritor, produciendo sus obras maestras, que incluyen la República, en la cual avocó por una forma de gobierno que combine elementos de la monarquía, oligarquía y democracia; un Tratado de cuatro volúmenes sobre el método filosófico; cinco volúmenes de diálogos sobre la búsqueda de la felicidad; tres volúmenes sobre la Naturaleza de los Dioses, la Predicción del Futuro, el Supremo Bien y el Mal, y la naturaleza del Destino, el Deber y, el tema que nos reúne, La Senectud.

Su mente lúcida define la etapa madura de la vida con estas relevantes frases: “La verdadera armadura en la senectud es una vida bien vivida que la precede; una vida empleada en la búsqueda del conocimiento útil, en acciones honorables y en la práctica de la virtud; quien cosecha estos principios durante su juventud, recogerá los más preciados frutos en su edad madura pues éstos no se disipan o pierden en ningún momento. La conciencia que serenamente contempla una vida bien vivida, junto con la memoria de las acciones virtuosas y buenas, le retribuyen grandes méritos al alma”. Cicerón inventó otro vocablo que ha perdurado, “beatitudo”, que en el tiempo devino en “felicidad” y fue apropiado por la Iglesia católica para definir el estado preparatorio a la santidad.

Escritos sus primeros capítulos en tono de conversación con otros notables como Lelio, Catón y Escipión, Cicerón llega a la conclusión de que un mal temperamento, “perverso” para usar su vocablo, conduce a una vida miserable. Se presenta así como un discípulo de la “línea media” de Buda y antecede a las enseñanzas de Cristo. Muestra su admiración por el General Quinto Máximo quien en sus años maduros dirigió la defensa de Roma contra Aníbal en las Guerras Púnicas y, rehusando pelear contra el adversario, optó por ser paciente y cuidadoso, y logró romper la estrategia del impetuoso joven que había asolado a Roma, recuperando el sitio de Tarento. 

Con la misma entereza objetó los inconvenientes que se asocian con la edad madura: la supuesta incapacidad para manejar los asuntos privados o de Estado, las enfermedades que diezman la capacidad física, la privación de los placeres de la vida, y la creciente proximidad e inminencia de la muerte. Los asuntos de trascendencia se resuelven no por ser rápido o fuerte, sino con el recurso del buen juicio, el buen consejo y la autoridad que nace de la experiencia. Nos recuerda que, en los tiempos pasados, los pueblos eran gobernados por el Consejo de Estado, compuesto enteramente por ancianos, que recibió el apelativo colectivo de Senado; esto es, un cuerpo compuesto por senes “hombres de edad”. 

Si la memoria falla en la edad madura, ello se produce porque la mente no ha recibido el ejercicio debido y la fuerza flaqueó. Temístocles (da el ejemplo de una memoria sana) en su venerable edad podía llamar a cada ciudadano ateniense por su nombre; él mismo, Cicerón, anciano, podía recordar no solo el nombre del interlocutor presente sino el de sus padres y abuelos. ¡Aún no había conocido a ningún viejo que haya olvidado el lugar donde guardaba su tesoro! 

Cita a Sófocles, a quien, en su avanzada edad, sus hijos quisieron declararlo mentalmente interdicto porque, por estar dedicado a sus Tragedias, dejaba de lado sus otros asuntos y, argumentaban, los conduciría a la ruina. Cuando compareció ante la Corte decidió leerle a los Jueces partes de su obra “Edipo en Colono” (que escenifica la muerte de Edipo, ciego, en Tebas) y les preguntó si consideraban que ése podría ser el trabajo de un decrépito; obviamente la Corte falló a favor de Sófocles. 

Las lecciones de De Senectute son interminables y la obra de Cicerón es de consulta para quienes quieren enriquecer su vida. En tiempo presente vibran las estrofas de Toby Keith en su grata composición de “Don’t Let the Old Man In” cuando expresa que “no dejes al viejo entrar cuando golpee la puerta; sabes que algún día todo terminará, pero hoy es momento de salir. Muchas lunas has vivido, tu cuerpo cansado está; sin embargo, hazte la pregunta ¿Cómo te sentirías, si ignoraras la fecha en que naciste?”. La vejez es un estado mental y la mente es el órgano más poderoso que, en nuestra condición humana, poseemos. Más allá de las estadísticas que muestran el avance de la edad humana, lo que mide Cicerón es la calidad de vida de una existencia bien vivida. Son las enseñanzas inmortales de un inmortal.