Francisco Swett

Simón Bolívar: contexto, semblanza y visión política

“Libertador de América”, el libro de la peruana Marie Arana

Simón Bolívar: contexto, semblanza y visión política
Francisco Swett
10 de agosto del 2020


Invitado a participar en un foro sobre “Literatura en los tiempos de la pandemia” en la universidad de la cual formo parte, decidí presentarme con la magistral biografía de Simón Bolívar de Marie Arana (Penguin, 2019); una narrativa rigurosamente histórica y espléndidamente escrita que fluye cual novela épica. La autora nos revela, con lujo de detalles, al personaje que la historia aclamaría como El Libertador. Es el retrato de un ser humano que adquiere vida en su apariencia física, en sus hábitos y modalidades; un varón apasionado por las mujeres y un guerrero que habitaba con igual facilidad en el lujo o la privación, el esplendor de los salones o la abrumadora geografía sudamericana; un líder motivado por su odio visceral contra los españoles por causa del régimen de expoliación que establecieron sobre las colonias del Nuevo Mundo. Se trata de un hombre cultivado e inteligente que había conocido el mundo de Europa y Norteamérica, y debió sortear la indiferencia y oposición de las potencias europeas y de Estados Unidos cuyos intereses yacían del lado de España.

La lectura nos hace testigos de la barbarie que fue la lucha por la independencia de Venezuela y Nueva Granada. Se enfrentaban los realistas contra los mantuanos y criollos, y los pardos y negros contra ambos. Los españoles eran despiadados contra quienes osaban desafiar su dominio absoluto. Partidarios y aliados de Bolívar, entre ellos Camilo Torres y José Félix Ribas, fueron desmembrados, descuartizados, decapitados y sus cabezas fritas exhibidas en picas en lugares públicos por meses para amedrentar a los rebeldes. Los pardos y los negros, liderados por José Boves, un sanguinario carnicero, sentían, respecto de los criollos, el mismo desprecio que éstos tenían hacia los españoles. Se aliaron a momentos con la Corona para asolar las ciudades y el campo con la consigna de no dejar ser viviente. Hombres, mujeres y niños perecieron en una orgía de violencia comparable a la de la Revolución Francesa. 

El odio de Bolívar a los españoles alimentó su cruzada y le llevó a exclamar que no cesaría en su empeño hasta no ver a un solo español en suelo sudamericano, desde el Caribe hasta el Cabo de Hornos. Sentía desprecio por Fernando VII, el rey borbón considerado el peor de todos los tiempos en la historia española, quien traicionó a su padre, vendió su corona, vivió de la expoliación de las colonias, y traicionó a todos quienes, habiéndole jurado lealtad, mantuvieron la nación española desde las Cortes de Cádiz, solo para ser perseguidos, amedrentados, y asesinados por orden del monarca. 

Fue la época en que el imperio español llegaba a su ocaso tras derrotas militares, manejo viciado de la economía y la disfuncionalidad de su gobierno. No obstante ello, argumenta Arana, Bolívar debió sufrir más reveses que victorias en los primeros cuatro o cinco años de campaña, manejando no tan solo la falta de recursos, sino la presencia de un ejército de desarrapados sin entrenamiento o vituallas que, a momentos, debían combatir tanto al hambre y la desesperación como a las balas enemigas. Sus lugartenientes eran seguidores repletos de rencillas y animadversión, con sus agendas personales. Es importante el logro de Bolívar el haberlos podido comandar aun cuando algunos, como Santander y el propio Páez, probarían ser sus némesis una vez conquistada la victoria. En cualquier caso, el Libertador resultó ser un genio militar no formado como tal. Emuló la hazaña de Aníbal en las Guerras Púnicas descendiendo sobre los españoles desde las cumbres de los Andes para liberar a Nueva Granada. 

Interesa, para la posteridad, la lectura del pensamiento político de Bolívar. Dos documentos esenciales destacados por Arana son la Carta de Jamaica y el Discurso de Angostura, cuando fue proclamado presidente de Venezuela. En ellos Bolívar hace una lectura profética acerca de lo que es, y no es, Latinoamérica: “No es un pueblo de indígenas ni de pardos ni de europeos… Es una nueva raza que no acepta la monarquía europea, y no se puede adaptar a la democracia americana por haber sido infantilizada a lo largo de trescientos años de esclavitud bajo el dominio de los españoles que solo han sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia”. Esta lectura, correcta, de la realidad lo llevó, sin embargo a una conclusión errada, la de concebir un poder centralizado que ponga coto a las rencillas de los locales, y constituyera un Estado moral que asimile características de La República de Platón, incluyendo el gobierno central de notables cuyo líder sería presidente de por vida (categoría que el Congreso de Angostura le negó). Bolívar se manifestó así parcial a la opción de un ejecutivo firme que dispensara justicia y gobernara con benevolencia de por vida. Creó una cosmovisión, que no duró una década, basada en la negación de presupuestos teóricos o idealizados de pensadores extranjeros: ¡tan solo para reemplazarlos por los de su propia cosecha!.

Resido en Guayaquil, una patria chica cuyo destino histórico federalista fue coartado por el sable de Bolívar. Los doscientos años transcurridos desde la Independencia han probado que la creación de un Estado centralista es la peor herencia que hemos recibido. Es una entelequia que ha pasmado el sentimiento de nacionalidad al eliminar la fuerza centrípeta de la diversidad y no permitir la creación de un proyecto nacional. Es lamentable, por ello, ser los herederos de lo que salió mal, cuando le debemos a su persona la ventura de habernos zafado de un yugo servil.

Francisco Swett
10 de agosto del 2020

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