Eduardo Zapata

Sobre las camarillas universitarias

Sobre las camarillas universitarias
Eduardo Zapata
28 de enero del 2016

Sunedu y la derogatoria de la ley universitaria

Ya adelantamos en nota anterior que era comprensible que los estudiantes  –ante el hartazgo del abuso de sus autoridades- viesen la ley universitaria como una herramienta para salir de ellas. Y felizmente lo lograron.

Sin embargo, dijimos también que esta ley debe ser derogada porque ningún estudiante de universidad pública o privada querrá que sea el Estado ineficiente –en este caso a través de la SUNEDU- el que decida su futuro personal y profesional; es decir, que se viole la autonomía académica de las universidades. Y tampoco querrán que en las instituciones donde estudian se institucionalice la mediocridad académica. Y eso es lo que consagra la ley al señalar como “voluntaria” la acreditación universitaria por parte de entidades nacionales o internacionales.

Si el hartazgo de los estudiantes los llevó tal vez a no advertir lo anteriormente señalado –y tal vez a no leer la ley en su integridad- resulta alarmante y peligroso que políticos, periodistas y hasta gente de universidad, al parecer tampoco hayan leído la ley con detenimiento, desconozcan por completo la realidad universitaria o, tal vez sin quererlo, terminen siendo cómplices de ella.

Ciertamente en las universidades públicas ha habido malos manejos económicos y una pésima gestión académica y administrativa. Pero tampoco las universidades llamada asociadas son todas sacrosantas. El rector que gana millones mensuales lo es de una universidad asociada. Y en otras asociadas esos millones se distribuyen entre las camarillas de la facción que se hizo del poder. En una de ellas –muy prestigiada- hay “inclusión” y hasta “equidad de género” en el reparto de Grados, nombramientos y promoción de profesores, asignación de investigaciones fantasmagóricas y aun financiamiento de viajes que -so pretexto académico- terminan siendo turísticos. Más de un profesor de alguna de estas universidades ha viajado por el mundo –con el pretexto de crear una Facultad- para “informarse” de cómo eran Facultades análogas y cómo era la “vida cultural” de diferentes países. Es sabido que algunos ex Rectores gozan de hasta tres amplias oficinas y Jefes de Práctica asignados, mientras falta espacio para el profesor regular.

En alguna otra universidad asociada ha habido una máxima autoridad reelecta “democráticamente”… ¡por 31 años! Repartiendo Honoris Causa y medallas aceptadas por gente que se dice demócrata. Haciendo uso irrestricto de tarjetas de crédito, promoviendo a los suyos y obstruyendo a los opositores.

De algunas privadas con fines de lucro, mejor ni hablemos. Porque para acumular alumnos y producir grados y títulos al por mayor no han vacilado en contratar profesores (muchos con Maestrías otorgadas por estas mismas universidades) por 18 soles la hora dictada. ¿Es posible así garantizar una buena educación y –peor aún- decir que esta se está democratizando?

Es tiempo, pues, de retomar la reflexión respecto a la universidad. Pero partiendo de la realidad y de la verdad. Urge una nueva ley universitaria, se requiere la indignación de los profesores y de los estudiantes. Y sería saludable que todos nos hagamos eco del espíritu del Grito de Córdoba, cuyos ecos precisamente deben aún sentirse.

“Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estudio es un baluarte de absurda tiranía y solo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia…en beneficio de determinadas camarillas”.

Cuando escuchamos algunas opiniones sobre la ley universitaria no sentimos el eco de este reclamo. Daría la impresión de que sus emisores o ignoran la realidad sinceramente o más bien –interesadamente- repiten la célebre expresión del hermano del famoso narcotraficante Reynaldo Rodríguez López: “Soy su hermano, pero no sé nada”.

Por: Eduardo E. Zapata Saldaña

Eduardo Zapata
28 de enero del 2016

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