Eduardo Zapata

Si no hay PISA, al menos pizza…

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Eduardo Zapata
23 de junio del 2016

La legitimación racional del voto emitido

Las mismas personas que en Ancón no dudaban en calificar a Mario Vargas Llosa de prácticamente “traidor a la patria” por haber solicitado sanciones para el Perú —a raíz del golpe de Estado de Alberto Fujimori— reclamaban esta vez duras sanciones contra la hija de Fujimori. Han transcurrido más de veinte años, pero al parecer una secta religiosa —del tipo “Pare de sufrir”— las ha ungido con una verdad democrática.

Las recientes elecciones nos han dejado lecciones lingüísticas imperecederas, que no esconden mucho de lo que somos, de nuestra ubicuidad y de nuestras conveniencias. Allí tuvimos grandes conglomerados de medios alineados detrás de una candidatura. Tuvimos también personajes que fungiendo de periodistas no solo tuiteaban y retuiteaban sus quereres, sino que también preparaban certeras emboscadas a los rivales políticos. Hubo hasta un intelectual probo, que a lo largo de la campaña había mostrado sindéresis y ponderación; pero he aquí que ese mismo personaje —el día del último debate— no tuvo el menor empacho en mostrar desde su primera intervención una sospechosa simpatía por un candidato determinado.

De hecho el lenguaje empleado en la reciente campaña electoral ha sabido más de confrontación que de cooperación. De oportunismo y carencia de argumentos y —por cierto— de poca ética profesional. Y henos aquí todavía entrampados en quién tiene que pedir disculpas a quién. Cuando, en puridad, lo cierto es que las palabras inapropiadas no provinieron realmente de Pedro Pablo ni de Keiko, sino —en lo esencial— de asesores de campaña atentos más a los errores del rival que a la propuesta propia. Bien miradas las cosas, y sin que esto signifique la imposibilidad de cerrar heridas, los estrechos márgenes de diferencia obtenidos en la segunda vuelta electoral no obedecieron a las campañas políticas en sí, sino —más allá de los errores cometidos— a una suerte de mano oculta que mecía la cuna.

En un lapso no mayor de quince días se sembró un informe, supuestamente atribuido a la DEA, que comprometía a la candidata Fujimori, y se acuñó hábilmente el término “narcoestado”. ¿Resultado? Sospecha instalada. Luego vendría la focalización en el señor Ramírez y sus dudosos bienes. ¿Resultado? Temor. Para, a renglón seguido, entrampar al señor Chlimper en un episodio aún no suficientemente aclarado y que culminaría —el día viernes— con la primera página de un diario de circulación nacional que reiteraba el tema. A efectos de resultados electorales, se logró el objetivo. A efectos de la gobernanza de un país difícil, durante los próximos cinco años, terminamos por enrarecer el ambiente.

Y aquí me dirijo particularmente a los jóvenes. Quienes con sus lógicas pasiones optaron por uno u otro candidato. Tal vez el adulto que no tenga nada que hacer y esté pensando ya en el 2021 (como muchos lo están pensando) no pueda fácilmente desentenderse de ello. Pero al joven que votó conscientemente por una u otra opción, le pediría la legitimación racional de su voto y el abandono del adjetivo fácil. Y también la vigilancia permanente acerca del sentido del voto que emitió. El voto pudo ser producto de un impromptus o una moda —o acaso resultado de un temor justificado—, y toca ahora seguir el sentido del voto emitido a la luz de la razón. Antes de pensar en el candidato del 2021, pensemos en ayudar a Pedro Pablo Kuczynski a gobernar bien el país.

Eduardo E. Zapata Saldaña

 
Eduardo Zapata
23 de junio del 2016

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