Angel Alvaro

¿Salvar al planeta o sacrificar a la Humanidad?

Ecología integral versus ecologismo radical

¿Salvar al planeta o sacrificar a la Humanidad?
Angel Alvaro
02 de octubre del 2025

 

“Vivir la vocación de ser protectores de la creación de Dios es
parte esencial de una existencia virtuosa” (Papa Francisco, 2022).

 

Este trabajo de investigación comienza recordando al Papa Francisco, quien en una de sus obras más relevantes, Laudato Si’, propuso un paradigma revolucionario y disruptivo: la ecología integral. Su premisa es cuidar la Tierra sin desatender al ser humano, en especial a los pobres. Una visión solidaria que, para algunos sectores conservadores, parece idealista. Sus palabras fueron un canto al cuidado del planeta, al que metafóricamente llamó “casa común” de todos. En contraste, ciertos sectores progresistas radicales sostienen un discurso alarmista que retrata a la humanidad como un intruso en la Tierra y plantea soluciones drásticas —¡y carentes de sentido común!— para la crisis ambiental. Este choque entre la dignidad humana basada en principios cristianos y el antropocentrismo extremista, entre el papel del hombre en la naturaleza y las respuestas al desastre climático, dibuja un contraste tan real como caricaturesco, que merece ser examinado.

El ser humano posee dignidad inalienable; cada persona no es algo, sino alguien con valor infinito. Negar a millones el acceso al agua o al aire puro equivale a negarles el derecho a la vida y socavar su dignidad. El Papa enmarca la crisis ambiental como una lucha por la justicia entre generaciones: cuidar el medio ambiente es, al mismo tiempo, defender a los más vulnerables. Incluso señala que todo ensañamiento contra cualquier criatura contradice la dignidad humana, uniendo así la defensa de los animales a la del hombre como imagen de Dios. En esta visión católica, el hombre no es un mal innecesario, sino la criatura responsable, amada por Dios y llamada a proteger la creación, no a exterminarla.

De acuerdo con Laudato Si’, los humanos somos parte de la naturaleza, no ajenos a ella. La obra lo expresa con poesía: nuestro cuerpo está hecho de los elementos del planeta, el aire nos da aliento y el agua nos vivifica. Pero esta unión no justifica destruir, sino colaborar con la naturaleza. El ser humano tiene un lugar peculiar: es mayordomo de la creación, encargado de hacerla florecer y no agotarla. La encíclica propone la ecología como un nuevo paradigma de justicia que integra dimensiones humanas y sociales. La solución pasa por un crecimiento sostenible, inversión en tecnologías limpias, promoción de valores cristianos —sobriedad, solidaridad— y un diálogo internacional constante. De ahí surge en la academia el concepto de solidaridad intergeneracional: dejar un planeta habitable a las futuras generaciones como muestra de amor al prójimo.

Por el contrario, el ecologismo radical tiende a despojar al hombre de cualquier papel positivo. En su discurso, todo crecimiento económico es veneno. Sus defensores —economistas y activistas de izquierda extrema— critican el desarrollo sostenible como fachada del capitalismo y predican un decrecimiento drástico, equivalente a planificar la escasez y el racionamiento masivo. Algunos se basan en lecturas de Malthus: desde el petróleo “apocalíptico” de Yves Cochet hasta propuestas extremas que buscan suspender la mayoría de las actividades humanas. En ese imaginario, solo una sociedad austera o un gobierno dictatorial ecologista podría salvar el planeta. La humanidad es vista como un cáncer, por lo que se busca reducir su huella incluso a costa de limitar derechos o vidas. En el extremo, se plantea un mundo sin humanos para conservar el planeta: una visión nihilista y tecnocrática donde somos considerados un error evolutivo, no guardianes de la creación.

En cambio, Laudato Si’ ofrece una síntesis de acciones para un crecimiento integral: acción política, tecnologías verdes y un estilo de vida basado en la fe cristiana. El Papa alienta la inversión en energías renovables, la economía circular y la educación ecológica, todo dentro del bienestar común y la justicia divina. Para él, el núcleo es la conversión personal: el ser humano, elegido por Dios, es agente del cuidado. Nos corresponde superar la cultura del descarte mediante la caridad y la sostenibilidad. Rechaza de plano las propuestas de eliminación poblacional o decrecimiento global y llama, en cambio, a revisar los sistemas económicos que dañan al ser humano. Limitar hijos o imponer austeridad radical son posturas fanáticas que reducen los derechos humanos a obstáculos utilitarios. En la lógica eco-radical, lo que importa no es la dignidad de las personas, sino su supresión. ¿El resultado soñado? Una Tierra verde… pero vacía de seres humanos.

La caricatura de este enfrentamiento es evidente. De un lado, el Papa Francisco, con tono paternal y firme, pide amor al prójimo y cuidado sensato de la creación, recordándonos que somos parte de la misión divina en materia ecológica. Propone una alianza entre fe, ciencia y humanidad para sanar el daño. En la esquina opuesta, los defensores del ecologismo extremo ven a los humanos como plaga y al autoderrotismo como solución. La pregunta final es inevitable: ¿queremos salvar la Tierra con la ecología integral —donde se lucha por los pobres y se protege la dignidad— o con el ecofascismo absurdo —que nos condena como plaga del universo? La visión cristiana del Papa contrasta con los delirios utópicos de los “verdes” más radicales. En suma, la ecología integral es un camino humano y sensato: concientizar al hombre sobre su hogar natural. El otro bando nos ofrece, en cambio, un final inquietante: un mundo con menos humanos. ¿Adivinan cuál es más humano?

Angel Alvaro
02 de octubre del 2025

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