Angel Alvarado
El sentido común en peligro: La universidad y el dogma progresista
Es hora de recuperar la esencia de la universidad y de nuestros principios

En el Primer Congreso de Agrupaciones Conservadoras del Perú (Conacop), el ponente de Essentia PUCP in dijo que la universidad no debe servir al dogma progresista ni mucho menos caer en los postulados cerrados de cierto grupo minoritario, sino que debe servir al libre intercambio de ideas, al cuestionamiento constante y a un fuerte espíritu crítico; que debe ser rebelde a lo que el globalismo y las ideas tendencia están dictaminando. Sin embargo, vemos que la universidad se ha convertido en una cuna de ideas contrarias al sentido común. Y es que en lugar de fomentar el debate riguroso, muchas instituciones han adoptado posturas progresistas que, en ocasiones, parecen alejarse del sentido común y radicalizar sus ideas, catalogando como reaccionario a aquel que defiende la importancia de la tradición, la religión y la verdadera familia. Este artículo se justifica debido a la tendencia socialista que ha erosionado el espíritu crítico y cuestiona el impacto de un dogma que, lejos de ser plural, se muestra excluyente y discriminante.
En las últimas décadas, el discurso académico ha experimentado un giro notable: de la búsqueda objetiva de la verdad se ha pasado a una interpretación que prioriza las narrativas posmodernas. Afirmaciones como que “la libertad académica incluye la libertad de enseñar cualquier cosa, incluso que dos más dos es igual a siete, y que la Tierra es plana”, “en la época posmoderna todo es relativo, no hay verdades objetivas ni es necesario poner a prueba lo que se conjetura” o que “la historia es una rama de la literatura” demuestran una tendencia a relativizar conocimientos que tradicionalmente se consideraban objetivos.
Esta reconfiguración del saber no solo afecta las humanidades, sino también disciplinas como la psicología, donde el psicoanálisis y otras doctrinas se pueden institucionalizar como verdades a las que al se cae en un discurso de odio. Algunos miembros de la generación Z afirman que puesto que la ciencia es falible, es posible que la pseudociencia de hoy sea la ciencia de mañana (Bunge, 2011). Debido a esto, el citado Bunge tenía tres dudas muy fuertes. Primera: ¿se legitiman el autoengaño y la estafa al enseñarlos en la universidad? Segunda: ¿es necesario que la universidad deje de ser el principal taller de búsqueda de verdades? Tercera, pero no menos importante: dado que el derecho al macaneo es uno de los derechos del hombre, ¿por qué exigir diploma para ejercerlo?
El sentido común, entendido como el acervo de conocimientos y experiencias compartidas a lo largo de la historia personal o compartida, se ve amenazado cuando se desprecia lo que “ha sido”. Afirmaciones como “Dios no existe” o “el tiempo es oro, y se lo ahorra aprendiendo una pseudociencia en lugar de una ciencia” y la normalización de conductas que rechazan familias biológicas, si bien son posturas defendidas por algunos sectores, generan controversia al chocar con convicciones que durante siglos han sido la base de la convivencia social. Criticar estas posturas no debe equipararse a promover el odio, sino a preservar un debate que respete tanto la innovación como los fundamentos que han sustentado la sociedad.
Una tendencia lamentable es calificar a cualquier crítica a estas doctrinas progresistas como “discurso de odio”. La influencia de un discurso académico excesivamente relativista trasciende el ámbito universitario, ahora las nuevas generaciones se forman en un ambiente en el que se escucha lo que se quiere oír, incluso lo que resulta evidente por el sentido común. Este proceso puede llevar a una pérdida de referentes culturales y a la dificultad de establecer consensos en temas fundamentales, generando una sociedad polarizada en la que se desprecia la tradición en aras de una modernidad que, en ocasiones, se impone sin debate.
En suma, la defensa del sentido común y de los valores tradicionales no debe verse como una negación del progreso, sino como un llamado a equilibrar la innovación con el respeto por las verdades que han marcado la historia y no catalogarlos como discurso de odio. La universidad debe ser, ante todo, un espacio de crítica y diálogo, donde se permita la coexistencia de distintas visiones sin caer en dogmatismos, resentimientos o censuras ideológicas. Es menester recuperar ese espíritu crítico para formar ciudadanos probos, capaces de defender su legado, enfrentar los desafíos del futuro sin perder de vista las lecciones del pasado. No podemos sucumbir ante las tendencias globalistas que están destruyendo nuestras instituciones más valiosas. Es hora de recuperar la esencia de la universidad y de nuestros principios.
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