Eduardo Zapata

Quiero la paz mundial

En el Perú la educación va por un camino equivocado

Quiero la paz mundial
Eduardo Zapata
16 de junio del 2022


Se ha convertido en un lugar común, lindante con la comicidad, que las señoritas que aspiran a algún `cetro de belleza´ –nacional o internacional– respondan, dubitativa y a la vez ingenuamente, que su deseo es “La paz mundial”.

Traigo a colación este ejemplo porque las opiniones de muchos políticos y especialistas –tal vez con buena voluntad– transitan más por lo que se denomina lo `políticamente correcto´, en vez de arriesgar una opinión espontánea –pero fundamentada– sobre tal o cual situación. Y debo añadir que si las señoritas candidatas producen alguna sonrisa, este tipo de respuestas no hacen otra cosa que aumentar la inflación lingüística. La emisión inorgánica de palabras sin respaldo. 

Me preocupa este tema porque la palabra pública está hecha para decir, no para esconder. Para trazar vías de orientación social. Y poco se logra –creo– asumiendo el lenguaje de las tímidas candidatas a los reinados de belleza.

Subrayo lo anterior, porque me temo que frente a un problema sustancial para el Perú de hoy, las opiniones parecen más bien extraídas de estos concursos que del análisis serio y la opinión fundamentada. Me refiero a la educación. Todos seguramente coincidiremos en los valores, en las comprensiones lectoras y matemáticas, en las equidades e inclusiones, en el fortalecimiento de las identidades, en los climas de no violencia y amor al medio ambiente, en los derechos ciudadanos. En la paz mundial.

¿Bastarán estas bonitas palabras para asegurar que la inyección económica en educación sea inversión y no gasto? 

Somos un país con recursos escasos. Jamás pueblo alguno educó a su gente para convertirse en Shakespeare, Joyce o Einstein. Al Gore o Ghandi. ¿Por qué nosotros sí lo pretendemos y, por supuesto, no lo logramos?

Estamos equivocando el camino. Nos estamos dejando seducir por el espejismo de la felicidad transitoria que trae consigo el aumento de circulante. Y así como la inflación económica corroe finalmente propiedades individuales y colectivas, la inflación lingüística enajena toda posibilidad de conocimiento real. Y así, toda posibilidad de toma de decisiones oportunas. 

La educación básica –extendible a ocho años obligatorios– debe asegurar alimentación para neuronas abiertas al aprendizaje y asegurar la adquisición de competencias básicas en comprensión de instrucciones,  informáticas, inteligencias múltiples y una –o dos– lenguas extranjeras. Culminando este período –claro está– con la obtención de una certificación que califique al joven para un trabajo. Todo esto en un contexto lúdico, disciplinado y de fomento al deporte.

Advirtamos que frente a problemas sociales objetivos –pobreza, desestructuración familiar y violencia– es indispensable que el estudiante esté en la escuela hasta las 6 de la tarde. Resolviendo sus tareas allí y culminando su permanencia en el espacio educativo con horas diarias dedicadas intensivamente al deporte, como antídoto de males sociales que signan hoy el entorno de la escuela. Me refiero al pandillaje y a la drogadicción.

Y es indispensable también que la escuela trabaje sistemáticamente 

valores fundamentales para la convivencia civilizada y para la competitividad, valores hoy ausentes en la propuesta educativa. Se trata del valor de la propiedad (claro deslinde entre mío, tuyo y nuestro); el valor del trabajo (todo logro implica un esfuerzo); el valor de la producción y productividad; y, finalmente, el valor de la libertad.

La sociedad moderna necesita técnicos, no diletantes recitadores de vidas ejemplares. Por valederas que estas sean. A partir de allí, los mejores –y motivados– podrán acceder a otros niveles. Pero sin gente calificada para la competitividad y la realización económica y personal inmediata, solo tendremos fábricas de frustraciones.

Invirtamos en ciencia y tecnología, sí. Pero con los mejores. No pretendamos despertar la `curiosidad científica´ en quienes necesitan –hoy– aportar a su vida, a la de su familia y al país con su talento y trabajo emprendedor.

El resto, como lo dicen las Escrituras, vendrá por añadidura.

Eduardo Zapata
16 de junio del 2022

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