Carlos Adrianzén
¿Qué pueden hacer?
Cuatro propuestas para el nuevo gabinete ministerial
La semana pasada juramentó un nuevo gabinete, que asume la gestión pública luego que el anterior renunciara por el escándalo mediático despertado por los videos que acreditaban la compra de votos congresales para tratar de evitar la vacancia del presidente de la República. Notémoslo, tal es la debilidad institucional del país que sin esta filtración era improbable que la vacancia se hubiera materializado. Ergo, se hubiera mantenido un régimen ensuciado y particularmente inclinado a ceder ante presiones de todo tipo.
La torpeza de algunas de las medidas económicas que vieron la luz en los últimos días de la administración de PPK —extrapolando un viejo libro escrito por el mismo expresidente cuatro décadas atrás sobre los últimos días de la administración de Fernando Belaunde Terry— podrían perfectamente ser etiquetados como los vaivenes de una democracia (prostituida) bajo muy reducido estrés económico. A diferencia de lo argumentado por PPK sobre los últimos días de la administración belaundista, el efímero gobierno de Kuczynski se caracterizó tanto por recibir precios externos altos cuanto por los sucesivos escándalos de corrupción que terminaron involucrando a la misma Presidencia de la República.
La gestión saliente no sufrió estrés de origen externo (como el registrado a fines de los años sesenta), pero sí sufrió impactos demoledores de origen interno. Se amalgamaron desde el meretricio burocrático a todo nivel (presidentes, ministros, funcionarios y mercaderes) hasta el deterioro institucional acumulado (en los ámbitos judiciales, regulatorios, etc.), añejados desde los días de la hedionda dictadura socialista iniciada el año 1968.
Entender esto último en su real magnitud resulta crucial para el recién asumido gabinete. Ellos, para ser exitosos, requieren entender qué pueden hacer. Si mantienen el estilo de gobierno prevaleciente (al que llamaremos el estilo OH-PPK… por razones obvias) tendrán entrabamientos generalizados a la inversión, asociados a regulaciones medioambientales, laborales, geográficas, etc. Tendrán también la necesidad política inflar el gasto estatal, no solamente para dizque tratar de estimular la economía, sino para evitar complejos conflictos sociales y presiones desde diversos flancos. Exigencia que no podrán satisfacer.
Aquí no importa solamente que hayan recibido una presión tributaria en derrumbe. Pesa también que elevarla significativamente —en tiempos de colapso de la inversión privada— sería una acción evidentemente contraproducente. Y pesa adicionalmente que —dada la explosión del déficit fiscal de los últimos cuatro años— hereden un ritmo acelerado de acumulación de deuda pública que amenaza la regla fiscal vigente. Pero, por encima de todo lo anterior, la estrategia de reactivar el gasto estatal con un entorno burocrático descapitalizado y atemorizado por la avalancha de escándalos de corrupción burocrática, no parece tener mucho sentido.
La inconclusa saga del Decreto de Urgencia N° 003 y sus incoherencias garantizan que este camino solo puede ser una opción atractiva bajo una perspectiva ideológica. No es ni inteligente no verosímil. Por todo esto, aparecen en escena las discutibles pócimas que algunos ya aconsejan por allí, tales como relajar la disciplina monetaria (elevar la meta de inflación a 5%); o debilitar adicionalmente la regla fiscal para gastar o endeudarnos aún más; o la indecorosa opción de tomar los ahorros de los trabajadores en las AFP (a través de la reforma previsional sugerida por la comisión Thorne).
Todas estas iniciativas solo deteriorarían las cosas con efectos tremendamente negativos sobre los índices de estabilidad y crecimiento económico nacional. Tampoco los ayudarán las iniciativas demagógicas contrabandeadas por el Congreso de la República en los últimos días de PPK (tales como la inclusión de las planillas CAS o el cantinflesco subsidio a las amas de casa, auspiciado por un candidato presidencial penosamente expectorado en su propia agrupación), las cuales deberán ser enviadas directamente al tacho de basura.
Entonces ¿qué pueden hacer realmente? Si no desean flotar o fracasar estrepitosamente, que en este caso implica lo mismo. La respuesta es sencilla. Las acciones requeridas no. Aprovechen su popularidad temporal (Y/o la extrema impopularidad del legislativo) para:
1.- Recortar o priorizar gastos burocráticos en todos los pliegos del sector público, priorizando la eficiencia, transparencia y asignación (estricta) por resultados. Esto hasta cerrar por completo el déficit fiscal. Ergo, dar aire a los privados. Congelen elefantes blancos, enfocando y apelando a sus sombras de corrupción.
2.- Optimicen regulaciones y cargas tributarias, eliminando toda redundancia. Incrementen las prácticas de gobierno electrónico e implementen un solo TUPA para todo el sector estatal. Esto destrabará inversiones y negocios.
3.- Inicien una reforma transparente en orden público (Judicatura, Fiscalía y Policía) que depure planillas. Sin orden, ni predictibilidad, no habrá rebote.
4.- Hecho esto, las personas, comunidades y empresas se encargarán del resto.
Como ven, el nuevo gabinete puede hacer mucho desde hoy para reactivar nuestro país. Pero no lo olvidemos, también pueden continuar el proceso de estancamiento y retroceso OH-PPK, iniciando incluso un viaje económico hacia Caracas o Rio de Janeiro (con ladronzuelos populares incluidos).
Mucho ojo: en nuestro medio abundan los personajes que venden estos pasajes como opciones idílicas.
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