Luis Hernández Patiño

Puré de Perú

No esperemos a perder a nuestro país para valorarlo

Puré de Perú
Luis Hernández Patiño
23 de enero del 2019

 

Resulta imposible ocultar la gravedad de la condición en la que nuestra sociedad y nuestro país se encuentran hoy, después de casi doscientos años de la fiesta independentista, a la que solo una casta de privilegiados asistió. Al respecto, deseo precisar que la gravedad antes mencionada no se reduce al estado o a la situación personal de este o aquel líder de la oposición. En todo caso, el tratamiento injusto en contra de unos y la extremada condescendencia para con otros actores de nuestra política es parte, pero no el fondo del problema.

Una muestra sintomática de nuestra condición actual la podemos encontrar en el grado de deterioro de nuestras relaciones humanas. ¡Ni qué decir de nuestra situación económica! Desde una perspectiva histórica, si alguna vez los pizarristas se enfrentaron a los almagristas, hasta el día de hoy los Cáceres, los Piérola, los hermanos Gutiérrez, los seguidores de Leguía y sus detractores se siguen peleando, con nombres y denominaciones diferentes. Ahora la lucha se da entre los apristas y los anti apristas, los fujimoristas y los antifujimoristas, y lo impresionante es la magnitud del enfrentamiento a la que hemos podido llegar. Paradójicamente, mientras a las mascotas de las clases medias y alta se les da un tratamiento más que afectivo, en nuestra sociedad hay quienes actúan como fieras a la hora de defender o atacar en la confrontación de postulados, opiniones o ideas, que podrían no ser propias sino ajenas. Tal como puede apreciarse al observar el descenso en el nivel de debate en las redes sociales.

Pero eso no es fortuito, y el problema es mucho más profundo. En la actualidad, a poco de cumplir doscientos años de parodia republicana, nuestro país es el centro de un conjunto de operaciones que se realizan en las diversas esferas de la vida colectiva. Por una parte están las psicológicas, sutilmente desarrolladas en el campo de las comunicaciones. Por otro lado están las de carácter ideológico, las cuales apuntan hacia la esfera de lo cultural, siendo tales operaciones fundamentales para el cumplimiento de metas muy puntuales. Al mismo tiempo se dan las operaciones de corte político que hoy vemos.

El objetivo es aplastar a nuestras instituciones intermedias, terminar de desorganizar a nuestro cuerpo social, dislocar y desintegrar a nuestra célula básica; es decir, a la familia natural. En un sentido metafórico, se quiere hacer puré del Perú. Así, nuestro país estaría en condiciones de ser sometido a la égida de una oligarquía centralista, de dimensión global, enemiga de la economía de mercado. Ni más ni menos que una oligarquía, como la que menciona George Orwell en su novela 1984. Una oligarquía que ya no busca solo la dominación, sino el control monopólico de la oferta y la demanda, así como el control total y absoluto de las fuerzas productivas, incluyendo por supuesto a la fuerza de trabajo de las naciones —es decir, a la población— para normar en forma impositiva su crecimiento y su eliminación cuando la oligarquía lo considere necesario.

Para lograr la distracción y la condescendencia de la masa se recurre a todo lo que sea posible, utilizando la treta y el truco ideológico de la justicia, de la igualdad, de la anticorrupción, del cambio y el progreso. Tales son los caballitos de batalla utilizados por los tradicionales aventureros de nuestra política, quienes buscan convertirse en los nuevos virreyes de la corona imperial.

Sin que nos demos cuenta, en una forma bien suavecita, el Perú podría estar pasando a engrosar la fila de países que son reclutados para ser puestos al servicio de una nueva forma de esclavitud. Dicho en fácil, se nos estaría entregando al imperialismo; sí, a ese imperialismo para el cual los tecnócratas del viejo mercantilismo hoy trabajan juntos como hermanos, codo a codo, con los socialistas (los Felipillos del siglo XXI). Estos no necesariamente se avergüenzan de hablar en inglés, porque resulta que para ellos el poder hoy ya no nace del fusil, sino de las organizaciones no gubernamentales que el imperialismo financia muy bien.

Dice un refrán que nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde. No esperemos perder a nuestro país para valorarlo. No permitamos que nuestro Perú sea cubierto con un fino y a la vez perverso manto, bajo el cual quien se atreva inclusive a pensar en contra del sistema podría ser más que linchado, por estar disconforme con el nuevo orden.

Estemos muy atentos frente a lo que viene ocurriendo en nuestra realidad. No seamos indiferentes ante las maniobras de quienes buscan distraernos con noticias de aquí y de allá, para hacer puré del Perú. Tampoco les hagamos el juego a los aventureros de nuestra política, a los cuales es necesario aprender a conocer por encima de la piel de cordero que lucen. Recordemos que si estos nos engañan una vez la culpa es de ellos, pero si persisten y nosotros los seguimos mimando, entonces la culpa es nuestra.

Seamos lo suficientemente responsables y sobre todo coherentes en nuestras actitudes cívicas frente a nuestro presente, así como frente al futuro de los que algún día, con todo derecho, podrían interpelarnos por nuestra forma de proceder. Si hoy estamos igual o tal vez peor que hace doscientos años, en parte la culpa es nuestra. De una buena vez, vamos hacia la emancipación de nuestro país.

 

Luis Hernández Patiño
23 de enero del 2019

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