Raúl Mendoza Cánepa
Por si no lo sabes
Un tiempo en el que las redes sociales condenan sin reserva

No, hijo, no hay familia democrática. En casa no se vota. Me importa poco si lo dice una ley. En casa mandan los padres mientras seas menor. Tienes derechos, sí, pero también deberes. Por si no lo sabes, la formación ideal te prepara para ese futuro en libertad que apuras, pero primero para ser responsable a perpetuidad.
Y ya que vamos peligrosamente por allí, por encima de mi “incompetencia para formarte”, de seguro sobresaldrá la sabiduría de un maestro que descubrió su sexualidad en un cinema porno de barrio o en el cuché de una revista, cuando no en el cuchitril de una casa de citas. Reposa, “él te dirá qué es lo mejor para ti”. Lo establece el Estado, no yo. Siempre el Estado antes que yo. La estatización es, en ocasiones, muy sutil, toca los valores, la ideología, la familia y hasta la intimidad. El supuesto es que un profesor siempre va a estar mejor guiado sobre las complejas técnicas que yo “no leí” ¿De eso se trata? Confieso que preferiría que te expliquen sobre la prevención de las ETS, sobre la responsabilidad y el respeto mutuo de pareja, porque el goce lo descubrirás solo explorando (a su debido tiempo, pues solo la preparación hace a la ocasión). Y si de respeto se trata, prodígalo a todos, sin excepción. La discriminación no solo tiene sexos, tiene también kilos, matices de rostro, estética, raíz social... El todo es mayor que cualquiera de sus partes.
Y ya que tomaste un móvil al llegar, tu tiempo es también el de la aldea virtual, esa tierra de hunos en la que dañar es como fumarse un cigarro y dejar la humareda detrás. Se integra a tu malformación. Los libros son un apéndice de aquel pequeño aparato que destruye a los libros tanto como a la reputación. Te lo pondré en difícil. Yo lo llamo “involución”. Precisemos. La ciencia física propuso, aunque tarde, el hallazgo de su propio método a través de “la comprobación” hace cinco siglos (hace diez se fundó la primera universidad): cinco siglos de deducciones aristotélicas en la academia ralentizaron al mundo hasta Galileo. La ciencia es un tema serio, hijo, tanto que Popper llama a reexaminar paradigmas cada cierto tiempo.
Lo peculiar es que la ciencia nos dice que más valor tiene lo que se puede probar que lo que podemos apenas creer o percibir. Entre tanto fake, posverdad y policía electrónico de la moral, aprende a probar y a ser justo, a ser equilibrado y compasivo, no te regodees en la falsa sabiduría o el chisme, ni creas a la ligera lo que otros te dicen. El tuyo es un tiempo sin rigor, uno en el que el prejuicio, la etiqueta o la anticipación prevalecen a la prueba; uno en el que la red social condena sin reversa; uno en el que el odio llama a la daga y en el que la desinformación se instala entre tus sesos porque divierte más que la verdad.
Mi lección es sencilla. No etiquetes fácilmente, no juzgues de antemano. No somos reserva moral de nada. Somos débiles, necios, errátiles y nos carga desde el gen una buena dosis de maldad; como todos, como todas. No seas violento de manos ni de boca con nadie, y “nadie” es todos. No injuries en tu desacuerdo. No dividas el mundo en irreconciliables ¿Puedes, acaso, alzar tu índice y esconder la cochambre de tu propia habitación? Mi tiempo de los trece fue otro, hijo, quizás no tan bueno (“siglo veinte cambalache”); pero fue contributivo con una frase que en tu tiempo aún trato de pulverizar entre mis dientes porque la entiendo, a diferencia del poeta Jorge Manrique, como irreal: “…cómo, a nuestro parecer, / cualquier tiempo pasado / fue mejor”.
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