Plata hay…

 

Estamos en el año 2018. ¿Desde el 2011 ha sentido usted una mejora en su calidad de vida, se siente más seguro transitando por las calles o ha constatado que los servicios hospitalarios del Estado han mejorado? ¿Acaso ha percibido una mejora en la infraestructura vial que le permita llegar más pronto a su trabajo o que sus hijos reciben una educación sustantivamente mejor que en el 2011?

Los problemas de corrupción que hoy todos conocemos son hipos públicos de una corrupción agravada en los últimos años. Lógicamente esa corrupción pública convoca nuestra atención, pero siendo repudiable termina por ocultar la corrupción sistémica a la que aludimos y que se refleja en los claramente más deficientes servicios de atención del Estado para con sus ciudadanos. Evidentemente esto ha acentuado el divorcio entre el Estado y la población. Con las graves consecuencias políticas, sociales y económicas que ello conlleva.

En el año 2011 el presupuesto nacional fue de S/ 88,000 millones. Este año será casi el doble, pues bordea los S/ 157,000 millones. ¿Ha sentido usted esa duplicación presupuestal en una duplicación de los servicios del Estado?

Ya sabemos que al 2011 la pobreza había disminuido 20% y que la anemia se había reducido sustancialmente. Éramos ejemplo en América Latina y en el mundo. A partir de ese año, y aceleradamente, no solo la pobreza y la anemia han crecido, sino que los servicios del Estado —en general— no han mejorado. Por el contrario, hemos doblado el presupuesto nacional para arribar a tener servicios públicos que no se condicen con la dignidad humana. En suma: hemos doblado el presupuesto para generar peores servicios. Y lo peor, en medio de una paralización económica y una disminución de los ingresos públicos.

Ya sabemos, entonces, que cuando un funcionario público dice “¡plata hay…!” y no plantea reformas estructurales de ese Estado ineficiente, no solo está hiriendo la sensibilidad de la población carente de servicios básicos, sino que se está haciendo cómplice de la corrupción sistémica que nos corroe. No la de los flashes periodísticos o aquella de los grandes titulares, sino de la corrupción silente y horadante del día a día.

Tanto el presidente de la República como el señor Villanueva han hablado, por ejemplo, del derroche en consultorías. ¡Dos mil millones de soles! El Presidente ha dramatizado el asunto diciendo que han hallado hasta consultorías de las consultorías. Obvio que en referencia a lo que desde hace tiempo y desde esta columna hemos llamado “consultorías de la nada”.

Entonces, S/ 2,000 millones en la nada. En verdad, una pequeñez respecto a los S/ 157,000 millones del presupuesto. Pero una suma que de todas maneras sobrecoge si solo pensamos en lo que significaría este monto, particularmente para las zonas de extrema pobreza. En nombre de las cuales precisamente se hacen muchas de estas consultorías.

Ya que el Presidente y el Primer Ministro han tocado este tema de las consultorías como un ejemplo de gestión indebida (que nosotros llamamos parte de la corrupción sistémica) se presenta la oportunidad de dar una lección de moral pública. Sería una exigencia —precisamente moral— identificar los sectores donde se ha instaurado este reino de la nada e identificar con nombres y apellidos a aquellos consultores que han contribuido a la fabulación del mundo ideal de las consultorías. Individualizando consultores encontraremos que muchos son bastante recurrentes y que —sumados sus ingresos— pudieron convertir el mundo de la nada en hermosas casitas en las playas de Asia.

Sabemos que la corrupción sistémica es mayor. Pero sería un buen comienzo para una gestión que ha prometido honradez y moral pública, poner en conocimiento de la ciudadanía los nombres de los hacedores de la nada.