Luis Hernández Patiño

Perú, fe y realidad

Ante los excesos del feminismo y la ideología de género

Perú, fe y realidad
Luis Hernández Patiño
16 de diciembre del 2019


Pese a todo lo que viene ocurriendo en nuestra vida nacional, no cabe duda que el Perú es un país católico. Ello, por si acaso, no quiere decir que entre nosotros haya santos al por mayor. No obstante nuestros defectos y flaquezas, somos un país católico, no solo por lo que indican las cifras estadísticas. En nuestra realidad encontramos una religiosidad popular, que de por sí es un testimonio viviente y un medio de preservación de la fe católica del Perú.

Creo que valdría la pena detenernos en este punto, porque a la religiosidad popular no siempre se le ha dado el valor que en sí tiene. Y en torno a esto, me gustaría plantear una simple pregunta: ¿por qué hay quienes consideran a esa religiosidad popular como un gran problema? Porque su vigencia y su arraigo significan un obstáculo, un muro de contención frente a algunas ideologías que son traídas de Europa o Los Estados Unidos, y pretenden ser impuestas mediante la implementación de políticas de Estado.

Un ejemplo de ello lo encontramos en lo que ocurre con la ideología de género. Dicha ideología cuenta con una gran promoción y apoyo político de las autoridades. Sin embargo, la religiosidad popular impide que se socialice. Entonces, la ideología de género no va más allá de ser un objeto de moda o pose entre algunos miembros de las clases medias y de los sectores aristocráticos. Es de esos sectores de donde proceden los nenes de papá, quienes presumen de estar dando la hora en el campo del pensamiento; y en el fondo, asumen una actitud desdeñosa o despreciativa frente a los sectores populares, a los cuales señalan como ignorantes, conservadores y hasta retrógrados.

En un país católico, como el nuestro, no son pocas pues las manifestaciones de fe que se dan en los diferentes niveles sociales. En algunos casos tales manifestaciones de fe son grandes, como es el caso de la procesión del Señor de Los Milagros; en otros su magnitud varía. Se trata de manifestaciones permanentes. Así por ejemplo, el pasado sábado 7 de diciembre tuvo lugar una de aquellas manifestaciones de nuestra fe católica. Cabe señalar que aquel sábado era la víspera de la Fiesta de La Inmaculada Concepción de María. ¿Por qué me refiero a esta manifestación? Podría ser otra, pero señalo esta por lo singular de su carácter y por el significado de su convocatoria.

Días antes se había anunciado que la tarde de aquel sábado, un grupo de feministas se haría presente frente a la Parroquia de La Virgen Milagrosa del distrito de Miraflores para cantar y bailar una canción. Ante eso, centenares de fieles católicos se congregaron en la mencionada parroquia. El propósito no fue otro más que preservar las instalaciones de la iglesia, teniendo en cuenta como antecedentes los ataques perpetrados por las feministas a templos católicos de países vecinos.

Frente a ello, en lo particular, me alegro por dicho encuentro, porque ese sábado mis hermanos católicos no se limitaron a realizar un acto de simple presencia física en la parroquia. No, los católicos no fueron para decir “aquí estamos”. Tampoco fueron para insultar o para buscarle la bronca a nadie, fueron a rezar. No se quedaron en lo etéreo, verbalista y emocional de aquello que fácilmente suele llamarse oración. Fueron a rezarle a Dios, pidiéndole por su Iglesia, y lo hicieron recurriendo a un arma de tal efectividad que no en vano el enemigo trata de desprestigiar. Me refiero al Santo Rosario. A Dios las gracias por la jornada de ese sábado. Gracias a Él, por haber escuchado las plegarias de quienes estuvieron presentes en la parroquia y de tantos otros que no pudieron asistir. Gracias, porque al final no pasó nada de lo que pudo haber ocurrido. Gracias a todos los que, sin buscar protagonismos ni cámaras, pusieron su granito de arena para darle a esa reunión el nivel que tuvo.

Al redactar estas líneas, relacionadas con nuestra fe y nuestra realidad, pienso en aquellos que rezan el Santo Rosario en sus casas y les pido que lo sigan haciendo. No en vano contamos con la intercesión de nuestra madre en el cielo. Sus plegarias son más que necesarias frente a los intentos de ataque ya no solo a nuestra familia y a nuestra sociedad, sino a nuestra Iglesia. Pienso también en los que anónimamente contribuyen al mantenimiento de la fe, y a estos últimos los invoco a que nos mantengamos siempre juntos para enfrentar el reto que significa ser católicos, opuestos a la violencia, en un mundo como el de hoy, en el que no hace falta echarle más gasolina al fuego.

En lo que a las feministas se refiere, ya que de una u otra forma nos han dado qué hacer, no caigamos en la insensatez de regalarles toda una propaganda que ni se merecen. ¿Cuántas fueron las que estuvieron en el Parque Kennedy? ¿Fueron unas cuantas? Bueno, tengamos muy presente que un puñado de ellas no puede ni debe concentrar nuestra atención, frente a tantos otros problemas que sí merecen nuestra preocupación.

Los católicos debemos mantenernos en nuestra línea de fe. Y nuestra línea de fe es ajena, opuesta a la violencia. No debemos ni podemos poner nuestra esperanza en la espada. Recordemos lo que Cristo le dijo a Pedro: “Quien a hierro mata a hierro muere”. Partiendo de ello, hoy podríamos decir: “Quien puñete busca, puñete encuentra.

Al hermano que está equivocado, antes que descalificarlo, hay que tratar de corregirlo. La descalificación no es ninguna buena fuente de fe. La fe podría terminar muriendo por causa de una descalificación, sobre todo si esta es injusta.

No matemos la fe. La fe es una cuestión de vida. Y la vida y su defensa descansan en la fe. Por eso, hago votos para que el Perú no deje de ser ese país católico, y que no le roben su credo.

Luis Hernández Patiño
16 de diciembre del 2019

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