Hugo Neira

Periodismo criollo y la fabricación de lo no real

Periodismo criollo y la fabricación de lo no real
Hugo Neira
12 de noviembre del 2017

Un diario que no dice qué es lo real, sino lo que le gustaría que fuese

 

Usted, amable lector, y el que firma, ¿qué culpa tenemos de que nos toque vivir en la era de la criminalidad? Esto me pasa por escribir libros insensatos y hablar del tiempo nuestro y, para colmo, consultar autores que conocen descomposiciones más avanzadas que las nuestras. Federico Campbell, obviamente mexicano, dice que su país se parece a los Estados criminales de la Italia del siglo XIX. Iba a cerrar con este asunto cuando me tropiezo con otra propuesta, no menos sabrosa que la anterior. Un especial de Courrier International, que habla de “la era de la desinformación”. De los Estados Unidos a Indonesia, los fake news han invadido al mundo (Hors-série, noviembre-diciembre 2017).

¿Qué es lo que se llama fake news? Para el periodista británico Matthew d’Ancona, con ese nombre se designa un contenido periodístico deliberadamente deformado para obtener una victoria comercial o política. Fake news los llama todo el tiempo el presidente Trump para desacreditar a los medios de comunicación que lo critican. No hay una gran diferencia con la posverdad. Lo que cuenta no es la verdad —¡qué aburrimiento!—, sino el efecto en los consumidores. Es como el discutido chocolate Sublime, puede que no tenga mucho cacao, pero es sabroso. Entonces, con el fake news llegas al lector desde el lado emocional. La noticia, lo factual, los hechos, son lo de menos. Otras son las exigencias del arte periodístico de nuestro maravilloso siglo XXI. El contenido debe coincidir con las emociones y creencias del lector. ¡Qué diablos! ¿Qué se han creído los periodistas, que ellos van a orientar a las redes? No, pues. Basta de pedantes.

Ante este desdén por la verdad y la objetividad, una investigación publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) ha alarmado. La información orientada a afirmar la opinión (por lo general, atiborrada de prejuicios) es compartida en las redes sociales. Y en la encuesta sale a flote que se cree a pie juntillas lo que dice el fake news. «Porque no nos vamos a poner a comprobar la veracidad de la noticia», han contestado. Estas son cosas que no solo pasan en Lima. Los féroces británicos que se enfrentan a las olas de mentiras en medios de comunicación dicen, con todas sus letras, «que estar en grupo provoca inclinarse a lo dicho, como los animales que se sienten en peligro alcanzan la seguridad juntos con los otros». En suma, se alimenta el instinto gregario. Es el instinto «que conduce a eliminar el fact-checking». ¿Para qué? Si me cae mal tal o cual político al que le tengo manía, me lo creo.

De modo que, con una inmensa alegría, con orgullo patrio, no tengo menos que felicitar al diario El Comercio, que se ha sumado a esa corriente periodística que abre su portada de esta manera: «Odebrecht afirma que financió campaña de Keiko». Y cuando la leo, me digo para mi capote, «ya se fregó». Pero treinta segundos más tarde me tropiezo, visualmente, con lo que sigue: «Ex directivo de constructora dice que tiene certeza de que hubo aportes, pero que se debe corroborar los detalles con Jorge Barata». Diablos, hay un “pero”. Y el «se debe corroborar los detalles». Y entonces, por la cabeza me pasa un bolero tropical. ¿En qué quedamos por fin? ¿Me quieres o no me quieres?

Teoría de la separación del contenido real con el contenido achorado difundido. Por lo real, media Lima sabe que la entrevista a Marcelo Odebrecht duró cuatro horas; y lo de Keiko, quince minutos. Y fueron varios los “no” de Marcelo: no la conozco, etc. Felicito, pues, la desconexión del periodismo de El Comercio con la innecesaria verdad. Si se ha cometido un exceso interpretativo, un furor teleologicus, se ha hecho para ir impidiendo el horror de otra derrota de la gente decente en el 2021, dirían en su defensa. Si les entendemos bien, la relación periódico y lectores es una teoría tradicional. Hay que tomar en cuenta que los lectores han pasado por una educación muy peruana en que se ha exaltado el individuo y el empoderamiento. Entonces, ven el diario en un quiosco, ni lo compran. Una foto con la portada y lo envían a sus amigos. Y como lo aprueben, creen firmemente en la posverdad. Es, entonces, el autoconvencimiento. El rumor, el enredo, la inexactitud vence. Felicitaciones a ese diario y a su inteligencia planificadora de mitos y relatos inciertos. Por lo visto, para vencer, hay que olvidar los escrúpulos de otras generaciones.

¡Qué lección de habilidad! Le han hecho decir a Marcelo lo que no ha dicho. Genial, un diario que no dice qué es lo real, sino cómo le gustaría que fuese. Hoy otros periódicos dicen: «Que hable Barata». Sin duda, que hable. Pero por el momento, le han puesto palabras en la boca de Marcelo Odebrecht que esperan diga Barata, o no diga. ¡La portada del viernes 10 de noviembre pasará a la historia del periodismo! El declive de la confianza al decano de los diarios puede arrastrar buena parte de la opinión. Ya no son creíbles. Qué lástima.

Hugo Neira

Hugo Neira
12 de noviembre del 2017

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