Luis Hernández Patiño

Pensando en el Perú

El país se encuentra en una tremenda incertidumbre

Pensando en el Perú
Luis Hernández Patiño
22 de enero del 2020


No solo comienza un nuevo año, nuestro país dobla por la curva de una nueva década. Y aunque todavía no llega la fecha, desde ya me parece escuchar el ruido de los preparativos por la próxima celebración del bicentenario. No faltará la gente que ya debe estar preparando su mejor ropa, desempolvando sus más vistosas medallas, títulos y pergaminos, para lucirse a todo dar en esa gran fiesta. Y sin tener que hacer mucho esfuerzo, de pronto me figuro que llegado el momento se escuchará un solo de cohetes y fuegos artificiales. ¡Qué lindo! ¡Salud, salud!

Copa en mano, con voz emocionada, se nos dirá una y mil cosas maravillosas sobre nuestra situación. Sí, nos dirán que estamos muy bien, que seguimos creciendo económicamente como nunca antes, que desde que se cerró el Congreso todo va fantásticamente, que debemos estar muy contentos, felices, muy felices, que la dicha plena va a chorrear entre nosotros. Y en medio de la jarana, mientras la casa se echa por la ventana, ya vendrán las empanadas, los cebichitos, algún pintoresco gol peruano metido en algún mundial de ya no me acuerdo cuando. ¿Y eso para qué? Para que siga la celebración. ¿Qué es lo que hay que celebrar? Yo no sé.

Pero me acuerdo de un viejo y sabio refrán, que no necesariamente brotó de la “ilustrísima cabeza” de algún amauta. El refrán en mención reza “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Y me basta con observar la impactante capacidad de síntesis que hay en el contenido de aquel refrán, para prestarle toda mi atención. Porque sin tanta presunción académica, lejos de la más mínima actitud verbalmente decorativa, típica de los intelectuales, lo que este refrán señala resulta evidente.

En la práctica, de lo oficialmente dicho, a lo realmente hecho, entre nosotros hay pues un gran trecho. Y lo peor de todo, si observamos, es que lo oficialmente dicho es algo que se repite y se repite, una y otra vez. Así, por ejemplo, ocurrió hace tan solo unos meses, cuando se disolvió el parlamento. ¿Qué argumento se esgrimió entonces? El mismo que se utilizó en el año 1992. ¿Qué fue lo que entonces aconteció? El Congreso también fue disuelto. Y como para que no nos olvidemos, porque la historia hay que tenerla muy presente, entonces también se hablaba de luchar en contra de la corrupción y se decían mil cosas más, en medio de grandes fuegos artificiales mediáticamente lanzados.

Hoy, el Perú se encuentra en medio de una tremenda incertidumbre. Nuestra sociedad es el blanco de intereses foráneos que están orientados a destruir sus raíces. Ello con la finalidad de dejarnos sin la institución básica de la familia, sin grupos intermedios, sin una organización estatal eficiente que nos apoye y nos proteja. Y ante eso, si no tenemos un norte político como país, la cosa es como para quitarnos el sueño.

No permitamos que unos cuantos sigan jugando con el destino de nuestra patria. No puede ser que unos pocos mercantilistas (tanto de derecha como de izquierda) se hagan ricos con los recursos que deben servir para atender a los más pobres. Aquello de la inclusión no tiene por qué quedarse en una etiqueta, un caballito de batalla política, una ilusión que termina burocratizándose en los pisos más altos de algunos ministerios, en medio del caviar y el champagne.

Comparto lo que pienso sobre nuestra realidad porque me preocupa el futuro de nuestra sociedad y nuestra nación. No me hace falta postular a un escaño en el parlamento para expresarme como aquí lo hago, diciendo lo que digo. Escribo estas sencillas líneas sintiendo que no tengo derecho a ser indiferente frente a lo que le pasa al Perú.

Y a estas alturas del camino, desde mi propia forma de percibir lo que son las cosas, me permito sugerir que no dejemos que fácilmente nos lleven de las narices por tortuosos y siniestros caminos que nuestro país no tiene por qué transitar. Pongamos, de nuestra parte, todo lo que esté en nuestras manos para que el Perú crezca y se desarrolle. Pienso en el futuro de los niños, que sí tienen todo el derecho a ser concebidos y a vivir; y a vivir en un país en el que la vida humana no puede ser ni tiene por qué ser racionada.

Luis Hernández Patiño
22 de enero del 2020

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