Carlos Adrianzén

Parece que se acabó la fiesta

Necesitamos un drástico cambio de timón económico

Parece que se acabó la fiesta
Carlos Adrianzén
23 de octubre del 2018

 

El panorama económico del país está cambiando, a pesar de que todos estábamos resignados a vivir —hasta las elecciones del 2021— en un entorno de sucesivos cambios de reglas hacia una mayor intervención estatal (retrocesos) y un creciente ruido político (masivos escándalos de corrupción burocrática), pero con precios de exportación muy favorables (no solo altos sino crecientes). Un monitoreo de las cifras económicas recientes nos trae un campanazo. Los precios de exportación promedio no solo dejan de crecer, sino que se reducen, mientras que los precios de importación persisten creciendo.

En un relativamente corto plazo, entre diciembre del 2017 y agosto del 2018, las cifras del crecimiento de los precios promedio de exportación e importación se han complicado. Unos se deterioran en 6.4% y los otros se inflan al 5.0%. Como resultado de esto, los términos de intercambio (ese sólido predictor de nuestra recaudación tributaria, producción minera, inversión privada y la inversión extranjera directa) se derrumban en once puntos porcentuales. Un discreto batacazo.

Un observador acucioso nos recordaría que una cosa es cometer errores —lo que nos caracteriza desde mediados del 2011 a la fecha— cuando llueven billetes y otra persistir cometiéndolos cuando ya no llueven. Es cierto, la suerte existe, y los términos de intercambio que recibimos del exterior podrían rebotar en los meses venideros. Razones para esto, sin embargo (en estos tiempos de desarrollo de la guerra comercial americana-china) no parece haber.

En estas líneas nos interesa enfocar lo que implicaría este nuevo panorama enfocando cómo vamos y qué hemos hecho en los últimos años. En esta tarea renunciaremos a cualquier afán de adivinar en qué puede terminar la escala de ruidos políticos e institucionales de los episodios de Chinchero, Fuerza Popular y el encarcelamiento de Alberto Fujimori enfermo, las Agendas de la Señora Nadine y su secretaria, y la extradición a Alejandro Toledo y compañía. Y lo hago convencido de que esto es difícil de predecir, dado el extremo deterioro de la predictibilidad institucional casi a todo nivel.

No sostengo que esta desgracia institucional es inocua (puede ser altamente destructiva), pero encuentro que hacerlo seriamente —usando, por ejemplo, una matriz secuencial de juegos— nos distraería demasiado y nos perdería en la tarea de enfocar cómo vamos hoy y qué hemos hecho (cuántos costosos errores económicos hemos cometido entusiastamente) en los últimos años.

Bueno pues, para abordar estos temas es menester enfocar la contraposición entre los ritmos de crecimiento mensual de los últimos tres meses (cercanos al 2%) y su ritmo anualizado, estancado alrededor del 3%. Aquí tanto el congelamiento del crecimiento anualizado de la minería metálica cuanto el de las exportaciones totales en las cuentas nacionales (ambos muy cerca del 0%) grafican un panorama económicamente débil. Enfocar este panorama implica además ponderar la tibia recuperación de la inversión privada (alrededor de 6%) y un severo enfriamiento de la inversión extranjera recibida (estancada alrededor del 3% del PBI), y destacar que el ritmo de crecimiento anual de esta inversión en los últimos cinco años roza el 0% también.

Crecemos a un ritmo magro —en función a nuestros estándares recientes, y solo destacable en comparación a otras naciones perdedoras de la región—, pero mantenemos una virtud crucial: la inflación local se mantiene por debajo de su meta (al menos usando el Índice de Precios al consumidor de Lima Metropolitana). Referirnos a una brecha fiscal cerrada, gracias a la evolución de los precios externos o a una brecha externa relativamente equilibrada gracias al estancamiento de la inversión privada, no cambia la perspectiva.

No ayuda a dibujar una foto optimista para el 2021 el tener en cuenta que —gracias a los retrocesos de la política económica— el auge minero de pocos meses atrás parece ya extinguido. Ni que la conexión entre mayor inversión privada y crecimiento económico local es también cosa del pasado. Así la cosas, pasar a vivir en un entorno donde los términos de intercambio no permitirían arrastrar los patrones de gasto fiscal que hoy mantenemos —ni que el Banco Central fije nominalmente el dólar (y todavía acumule divisas)— cambia severamente los escenarios de futuro desenvolvimiento de la economía peruana.

De mantenernos dentro de los cánones de la ecuación OH=PPK (cero reformas y énfasis en inflar el presupuesto y el crédito nominal) el gradual deterioro de los patrones de crecimiento económico y estabilidad nominal parecen previsibles. Claro está, las justificaciones mediáticas para culpar a lo externo (el deterioro de los términos de intercambio) y a lo interno (el ruido político local) abundarán, y hasta serán aceptadas como usuales en otra plaza sudamericana perdedora.

Pero existe otro camino. Fallecido esta semana el exministro Boloña, tal vez ha llegado el momento de recordar cuál fue la receta que permitió salir del infierno económico al que nos llevaron las ideas de la olvidada alianza entre el Apra e Izquierda unida. Hoy todavía el avance de las ideas de la izquierda en el Gobierno no se ha consolidado. Necesitamos un drástico cambio de timón hacia el mercado, el Estado limitado, la reconstrucción institucional y la apertura comercial. Tal vez eso nos permita ser optimistas y reconocer que con esta evolución de precios externos mucho de los retrocesos tendrán que ser revertidos. Cuanto más nos demoremos más costosa será la factura.

 

Carlos Adrianzén
23 de octubre del 2018

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