Carlos Adrianzén
Para evitar el declive
Continuidad democrática y apertura económica
La gente está preocupada. Desde el rey hasta el paje temen que el ruido político y el desenlace de la posible vacancia presidencial afecten muy negativamente el desenvolvimiento económico del país. Este temor es hoy usado políticamente. No son pocos los que velada o abiertamente piden que moderemos nuestros afanes de aplicación de la justicia a los burócratas y empresarios involucrados porque —según ellos— esto podría hacer entrar en recesión a la economía; ya que inefablemente ingresaríamos en una fase de quiebra del orden democrático con el inexorable declive económico del país. Frente a este temor infundado nada mejor que tener una idea razonable de dónde estamos parados.
Nuestro país, si bien mantiene una tasa de inflación solo ligeramente mayor a la de nuestros socios comerciales, desde hace varios años ya, crece cada vez menos. Si contraponemos la tasa de crecimiento económico de las tres últimas administraciones, encontraremos que —mucho antes de desencadenarse este cuadro de vacancia presidencial— el promedio anualizado de crecimiento se está derrumbando. Desde un promedio anual de 6.9% con García Pérez, nos hemos venido contrayendo sostenidamente a 4.7% con Ollanta Humala y a 3.3% en lo que va del año y medio del actual gobierno.
La explicación popular —usualmente infundada— es que esta contracción del ritmo de crecimiento económico se explica por una contracción de nuestros precios de exportación. Pero la realidad demuestra que esto no es cierto. El crecimiento promedio del índice nominal de precios de exportación —respecto al promedio de precios vigentes en la administración del hoy prófugo Alejandro Toledo— ha sido más que generosa. Los precios de exportación peruanos —comparativamente— crecieron en 103.2%, 138.3% y 114.2% en las tres últimas administraciones. La creencia de que crecemos mucho menos por un declive de los términos de intercambio es, pues. un mito.
Para tener una idea clara sobre por qué crecemos mucho menos, a pesar de arrastrar precios de exportación mucho más altos en promedio que los observados en los tiempos de Toledo Manrique, sirve destacar como crece la inversión privada. Esta ha pasado de crecer al 16.0% promedio durante los cinco años de la segunda administración de García Pérez (y su perro del hortelano) a decrecer al -4.0% desde septiembre del 2014 a septiembre pasado.
Estamos trabando el dinamismo económico peruano con severos errores de gestión económica mantenidos por Humala y la administración actual. El estallido de la percepción de corrupción burocrática post 2011 —por supuesto— no ayuda. Pero el fondo de este declive relativo nos remite a torpes regulaciones, trabas a los negocios y la priorización del gasto estatal. Entendámoslo bien: no serán los efectos negativos de la posible vacancia presidencial o el inverosímil arrastre de la administración actual por tres largos años más. Serán los errores de política económica y la parálisis asociada lo que puede golpear en los meses venideros. Por supuesto que observar la voracidad y patetismo de algunos políticos (como el curita Arana y otros voceros de la izquierda limeña, como los dos hermanos Humala hoy presos) y sus amenazas que quebrar la constitución le echa mucha basura a la imagen del país como plaza emergente predecible.
Y ese es justamente el problema. La actual administración —percibida como liberal o técnica por algunas almas de Dios— solo configuró la continuación del mercantilismo socialista de la gestión de Humala. No se atrevió a hacer nada significativo. Y cuando se quiso a atrever a dar algunos pasitos (por ejemplo, iniciar el aeropuerto cusqueño de Chinchero) lo hizo tan mal que ni siquiera leyó los contratos. A la fecha y fríamente hablando, el mayor daño —si no traición— de la administración de Kuczynski y sus colaboradores ha sido el ensuciar la receta liberal con cero reformas de mercado y marcadas sombras de corrupción. La pituquísima izquierda limeña debe estar muy feliz por sus servicios. El país no.
Si alguien debe tomar en cuenta esta reflexión será el primer vicepresidente, quien es muy probable que asuma el cargo en pocos días. En primer lugar solo debe juramentar si corrige el error de su predecesor y comunica —más allá de toda duda— que su trayectoria previa fue impecable. Y en segundo lugar —con importancia similar— debe quebrar con agresivas reformas de mercado la inercia de declive poshumalista mantenida por su predecesor. Que no culpe a sus penosos opositores de lo que no pueda liderar. El país necesita la continuidad democrática y recuperar su tránsito hacia el mercado y la apertura económica. En esta tarea, enemigos recalcitrantes no le faltarán.
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