¿No gusta pasar a tomar una tacita de café?

Era el verano de 1993. Caminaba detrás de unas distinguidas damas por la arena de un distrito donde el candidato Vargas Llosa había obtenido prácticamente el 100% de votos contra el ´pulpero de la esquina´. Pero ese pulpero había decidido dar un golpe de timón y ahora el comentario era ¡Mario nos ha traicionado! Porque nuestro nobel literario pedía castigar internacionalmente la ruptura del ´Estado de Derecho´ en el Perú.

Ciertamente cada persona tiene su opinión y tiene su estilo para comunicarla. Resultaba hasta divertido comprobar que la apertura a los negocios del llamado ´pulpero´ convirtiese al héroe de ayer en un antihéroe. 

Sabemos con la Real Academia de la Lengua Española que una palabra es esencialmente la mínima unidad lingüística portadora de significado. Y por esa vía sabemos también que la separación de una palabra de otra depende de pausas en la pronunciación. En el caso Fujimori/Vargas Llosa vale la pena entonces atender no solo a la identificación de las palabras en sí, así como tampoco exclusivamente a la fácil intercambiabilidad de las adjetivaciones en un relativamente corto período de tiempo, sino a la irrelevancia real de las características físicas de los hablantes.

Formalmente, el verano ya empezó en algunas de las playas de Lima. Y caminaba nuevamente detrás de un grupo de señoras. Ciertamente no hay en nuestra circunstancia política ni un Fujimori ni un Vargas Llosa. Pero habría alguno que por sus características físicas podría ser más aspirante a antihéroe que a héroe; aun cuando no haya nadie como competidor. Y ya habíamos vivido los escándalos de inmoralidad permanentes, ya estaba la misión de la OEA en Lima, podía entonces estarse discutiendo sobre el Estado de Derecho por ejemplo. Pero no: el asunto era discutir acerca de la dirección económica que podría tomar el actual inquilino de Palacio de Gobierno.

Pero dado que una de las características de la cortesana habla la limeña es decir sin decir, las damas hablaban del ´gran pasado´ –aún pre virreinal– por el que había transitado nuestra sociedad. Y más que obvio que saltó Caral junto a los incas, aderezado todo con algún plato con ingredientes originarios. Toda una cultura integral por enaltecer. Casi casi un por si acaso cultural.

Nadie pronunció el nombre del señor Castillo. Tampoco se mencionó la ruptura del Estado de Derecho ni la corrupción. Menos se mencionó la palabra dinero, pues en Lima ese objeto simplemente se posee, se usa y ejerce, aunque no se hable de él ni de su origen. Lo que quedaba claro de esa alegre conversación sabatina era que si ayer el pulpero se había convertido en héroe, hoy –en el imaginario de una determinada clase social– podía caber esta conversión si el hasta ayer ignorante de las alturas daba pie a negocios con los esposos para convertirse en un héroe con telúricos vínculos de continuidad con nuestra historia.