Luis Hernández Patiño

No al golpe de Estado

Un recurso vetusto, desgastado y demasiado costoso

No al golpe de Estado
Luis Hernández Patiño
17 de octubre del 2018

 

Siguiendo la tónica de un viejo bolero, yo me pregunto ¿y qué fue del cambio aquel que me juraron, de aquel cambio con el que yo siempre soñé?, ¿y qué fue de las promesas de justicia; promesas, que desde niño tantas veces escuché? Y más aún, ¿a qué debo el desdén y el abandono de un Estado, que en manos de unos pocos mi ilusión pisoteó?

La realidad me lleva a preguntarme esto y mucho más, hoy que con tanta facilidad escucho decir ¡que cierren el Congreso, que se vayan todos, que venga gente nueva! Como si aquello fuese una receta mágica que alguien hubiera descubierto recién; una receta increíble, la más recomendable, para la solución de nuestros problemas, para la transformación de nuestro país. Como si en nombre de todo aquello el Congreso jamás se hubiera cerrado, como si en nombre de ello nunca hubiese habido un solo golpe de Estado. ¿Y qué fue después de tanto golpe? ¿Y no fue acaso el pueblo el que al final más se empobreció?

 

En el terreno de los hechos

Pero más allá de tales interrogantes, ya en los hechos, hay asuntos muy graves, como los relacionados con nuestra conciencia nacional. Desafortunadamente, nuestra conciencia nacional sufre una profunda conmoción, que le impide reconocer la situación en la que hasta ahora nos encontramos. Al respecto cabe señalar que aquella conmoción en buena parte se debe a los golpes de Estado que entre nosotros se han producido una y otra vez, bajo el pretexto de favorecer a las grandes mayorías, con la excusa de la igualdad, la solidaridad y la libertad. Libertad que los golpistas se atrevieron a utilizar (y utilizan) como concepto para alcanzar su más caro objetivo: entronizarse en el poder.

Lo que hoy se pretende entre nosotros no es nada nuevo: dividir a los compatriotas entre los buenos y los malos, entre los que supuestamente están con la historia y los que se ponen en contra de ella, entre los que apoyan al caudillo y los enemigos del régimen totalitario que se nos quiere endilgar, recurriendo para ello a una nefasta demagogia aplicada mediante diversas operaciones psicológicas (a través de los medios de comunicación) que obviamente producen resultados. Y lamentablemente, muy lamentablemente, hay sectores enfrentados. Sectores que, sumergidos en un profundo rencor, están dispuestos a prestarse a las maniobras más ruines e inconfesables de las minorías. Y minorías que en el fondo lo que más desprecian es el derecho natural de nuestro país a tener salud, educación, crecimiento económico y desarrollo, tanto material como espiritual.

 

El fetichismo de la mercancía

Al ver que la alternativa golpista tiene demanda en el mercado político, hay quienes le hacen propaganda al golpe de Estado como si se tratase de un gran fetiche, como si fuese la solución frente a la corrupción. Una corrupción que hoy nos agobia, como sucedía a finales de los años ochenta, como ocurría en 1968 y antes también, sin que algún golpe de Estado haya podido ponerle fin a semejante mal. Sin embargo, en el fondo lo que se busca es que los peruanos compremos un producto nefasto, de pésima calidad, que ya ha sido puesto a prueba entre nosotros a un altísimo precio, no solo económico.

Los interesados en imponer un régimen de tipo totalitario quieren meternos de contrabando un producto: el golpe de Estado. Un producto que ya está desgastado, que es de lo más vetusto, pero que se nos presenta espectacularmente decorado, pintorescamente adornado con palabras, frases y conceptos que buscan encandilar a los ingenuos, a los resentidos. Y también a los oportunistas y adulones de vocación, que podrían ser sus posibles compradores. En suma, lo que hoy estamos viendo es casi lo mismo que siempre ocurrió.

 

Un pequeño símil

Imaginemos una película producida en el año 2018 con todos los recursos modernos posibles, con toda la parafernalia tecnológica que hoy existe, con todo el financiamiento que sea necesario, con caritas nuevas, etc. Lógicamente, esa película tiene que impresionar a la platea. Sí, y a más de uno deja con la boca abierta, hasta que se descubre que el guión de esa película no es nada nuevo, que sus productores no hicieron más que robarle el guión a la historia para darle unos cuantos toques ideológicos y así presentarlo como lo más espectacular.

Así es como aparece la actual intentona de golpe de Estado. Pero siguiendo con el símil, los problemas comienzan cuando, al salir del cine, los espectadores descubren que somos todos los peruanos los que vamos a tener que correr con los gastos de la producción de la película. ¿Estaría dispuesto usted a financiar semejante aventura?

 

Luis Hernández Patiño
17 de octubre del 2018

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