Carlos Adrianzén
Nada de prohibiciones: controlemos el déficit y prioricemos
Para contar con líneas editoriales más definidas y agresivas
El proyecto del congresista aprista Mauricio Mulder de prohibir la publicidad estatal en empresas privadas ha despertado iras santas y también no santas. Mucha gente ha tomado esto como un intento de avasallamiento a los medios de comunicación. Como el cierre de un caño con intereses políticos inconfesables. Pero ¿qué les parece si vamos directo a la yugular económica del asunto?
Prohibir algo en el Perú actual, con nuestro enredado marco legal e institucional, habiendo tanta plata e intereses de por medio, es sencillamente una tontería. Un saludo a la bandera. Solo basta cambiar una palabra o alguna interpretación en cierto dispositivo legal o regulatorio vigente, y en los hechos la prohibición se acabó. Pasa a ser letra muerta. Pero no nos engañemos: el fondo evidenciado por esta discusión es otro. ¿Habrá hoy medios que solo sobreviven —o que elevan injustificadamente su rentabilidad— por la interesada dádiva del Gobierno?
Y esto nos lleva a la imagen de un juguete caro. O a un lujo que solo los países ricos o los pobres mal manejados se pueden dar. Me explico: en las naciones ricas y con instituciones sólidas, los gobiernos son cuidadosos y mucho menos magnánimos (pagando más por menos) que en las naciones pobres y corruptas institucionalmente. Las comparaciones no resultan pues una práctica muy lúcida. El fiel de la balanza lo da evaluar desaprensivamente cada caso. Algunas líneas editoriales solo podrían reflejar viejas conexiones mercantilistas.
Hoy, en el Perú poshumalista, con un déficit fiscal en explosión (que bordea los US$ 8,000 millones a noviembre pasado, solo en el Gobierno central), registrado en medio de la virtual desatención de la llamada Reconstrucción con Cambios y financiado a un costo financiero escandaloso (con una tasa de interés implícita superior al 6% en la deuda soberana), debemos cuidar cada centavo. A ello debemos agregarle que no atendemos decentemente ni la salud, ni la educación, ni la seguridad básica de los ciudadanos, por lo que es realmente una vergüenza gastar en nimiedades.
El Gobierno debe comunicar en sus medios (ya nos cuestan bastante) y solo excepcional y frugalmente en otros medios, de acuerdo a criterios técnicos y elasticidades ex post que lo justifiquen. Pero aducir alegremente que satisfacen nuestro derecho a la información con pautas publicitarias que incluyen fotos y nombres, o el derecho que tenemos a que nos doren la píldora de políticas públicas poco efectivas, implica una práctica solo comprensible en burócratas diligentes en un régimen totalitario o algo muy parecido. Algo no solamente irresponsable, sino particularmente inútil.
No solamente resulta torpe introducir una prohibición fácil de burlar. En tiempos de sostenido desequilibrio fiscal se debe priorizar austeramente el gasto. Y esto implica acciones muy concretas:
- Acotar severamente el gasto en publicidad. Puntualmente debemos reducir pautas de publicidad y de uso diverso en medios privados y estatales (blogueros y manejadores de redes incluidos) a un solo un tercio del presupuesto actual en todo el sector público, buscando la mejor compra por cada sol. Es decir, escrutar mejores precios y la cobertura óptima a través de la libre competencia.
- Transparencia en la asignación (léase hacer visible cualquier abuso) y aplicar métricas para explicar la rentabilidad de cada sol gastado.
- Nada de cifras parciales o mágicas. La Contraloría debería salir de su letargo.
- Y, por supuesto, proscribir fotitos y nombrecitos. Desde el rey (Presidencia, Congreso y presidencia de otros poderes) hasta el paje (los alcaldes en poblados remotos).
Si hoy por cerrar la brecha fiscal y la hemorragia de endeudamiento caro que lo acompaña —o por priorizar el reequipamiento de escuelas, hospitales o comisarías— quebrasen decenas de medios privados o estatales en todo el país… qué pena. Que los mantengan otros y no a costa de todos.
Pero note, estimado lector, que esta opción de sana austeridad en el gasto estatal implica per se una bendición mayor: alimenta una auténtica libertad de prensa y opinión. Será inverosímil sospechar de prensa alineada con el poder de turno. E incluso, posiblemente transitaremos hacia líneas editoriales más definidas y agresivas. No más sombras.
Claro está, resulta muy poco probable que esto último suceda. El poder de turno (sobre todo cuando está fracasando) necesita disque informarnos, distraernos o tener líneas afines. Asimismo, aunque ayudaría que el MEF dé la talla e imponga austeridad, tampoco es verosímil que esto suceda. Un escéptico sostendría que no los han escogido para eso...
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