Raúl Mendoza Cánepa

Mujeres ideales

Sobre el poemario “malévola tu ausencia” de Héctor Ñaupari

Mujeres ideales
Raúl Mendoza Cánepa
07 de julio del 2019

 

El poeta Héctor Ñaupari Belupú, en su nuevo poemario Malévola tu ausencia (Summa, 2019), nos trasmite el pálpito por aquellos personajes femeninos que nos encienden, pero son inalcanzables. Pacientes y devotas, enamoradas y extrañas, hechiceras, abandonadas, prohibidas, inspiradoras, encaprichadas, brillantes, alucinadas, esplendorosas, apasionadas, retadoras, fugaces, transgresoras… Cada una de ellas se representa en la poesía de Ñaupari, que las reúne con asombro. Penélope, Circe, Pasifae, Ariadne, Betsabé, Friné, Salomé, Sherezade, Dulcinea, Milady, Emma Bovary, Salammbo, Wanda von Dujanev, Constance Chatterley, Lolita, Emmanuelle, Pies Dorados y Miel. El recorrido toca la mitología y la literatura, la mujer que nos da la vida o nos la deshace. 

Salammbo deslumbra a Flaubert, tanto que muda el título de su obra (Cartago a Salammbo). Al margen de algún previo encuentro; en un paseo por Roma Flaubert se detuvo. Cerca pasó la mujer más bella que verían sus ojos. “Parecía venir de otro mundo”, dice. Pensó que no la vería más. Como en Dante o Cortázar, imposibles o predestinadas. Quién no pensó en la ilusión que era Dulcinea para el Quijote; condenado a morir o a (lo que es lo mismo) recuperar la razón. Qué lector no delineó la sonrisa de hoyuelos y comisuras arriba de Lolita o sumó a su sueño (ávido de sintonía) a una Emma sensible de romances. Todas ellas habitan nuestros ojos, reflejo de la poblada herida de algún escritor.

Ñaupari se atreve a raptarlas y mostrar el relumbre de su admiración. “Entonces, precipitado por la melancolía, / adquieres súbita forma. / Tu cuerpo resplandece delicado entre los arroyos / donde nos entrevimos asombrados como dos amantes (…) desafiando al tiempo implacable que no conoce / de nuestros arrebatos intactos / como tus muslos cerrados en mí”. Ulises no puede llegar a Ítaca (tras años de guerra y accidentada navegación) al regazo de Penélope, que aún lo aguarda. Ñaupari vivifica las tentadoras noches con Circe. “(…) En este delirio mis pensamientos son sofocados por la tibia temperatura de nuestra última noche, allende el norte, en tu palacio espléndido. Por la ambrosía de feble sabor que se desliza como la seda en nuestros labios (…)”. Herodes diluye el acero de su poder por la danza de una mujer. El hechizo ahora se envuelve en telas y movimientos, exalta a los ojos: “Pues si yo, Herodes, me enciendo por ti hasta que ni una ceniza / mía quede que enarene al viento, entonces que arda el mundo / hasta su centro mismo si éste quiere hacerte suyo. / Yérguete, sobrina mía./ Obseso estoy por morder tu ávida carne (...)”.

Los mitos tienen magia de mujer, Pasifae: “Ellos darán testimonio ante todas que eres mi eterna creadora, / mi amanecer más delicado, mi atardecer más bello, como yo soy la fruta que codicias la presa que te caza, Pasifae, / y así, agotados de acecharnos, / nos perseguiríamos como la brisa que acosa al sol sin alcanzarlo”.

Personajes disímiles, constantes musas llamando a lo imposible. “Suéñame, dices. Porque sólo en los sueños rotos como mi corazón puedo vivir, sollozas. Pero si ni siquiera puedo dormir por pensarte, cómo quieres que te sueñe, Ariadne”. Madame Bovary se quita la vida y se hace vacío, sin reverse, de amante perdida: “En esta casa vacía ya sin ruidos no se oyen más tus gemidos / culpables. No estoy más vestido con tu cuerpo, pero me / encuentro sepultado en tus recuerdos, extraviado por siempre en tu paseo definitivo hacia el bosque de tu suicidio y mi / desasosiego”.

Constance Chatterley es crispante utopía. “Te estoy buscando, Constance, / te estoy buscando”. Lolita deshilvana el tiempo y lo centra todo en un instante: “Ese sexo generoso, agitado y sin respiro sobre la mesa / desechando los platos y los tenedores con estrépito salvaje, / nadando entre la prisa y la ropa en colgajos hacia los pasillos, / como buscando el tablón que nos salva de este maldito / naufragio que es vivir”.

“Malévola tu ausencia” es la exclamación de quien ve volar en el cielo a ángeles remotos, a las musas que algún escritor tomó sin antes advertírselo. Bajo ese cielo, donde los brutos asuntos terrenos demuelen palacios, habita la creación. Esa que tanteamos hurgando a las diosas cuya luz algún antiguo prendió para alumbrar nuestra efímera inmortalidad.

 

Raúl Mendoza Cánepa
07 de julio del 2019

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