Raúl Mendoza Cánepa

Miedos y monstruos

Están en las raíces de los totalitarismos, las dictaduras y los “antis”

Miedos y monstruos
Raúl Mendoza Cánepa
16 de junio del 2019

 

Vivir en el miedo es vivir “en las consecuencias”, siempre con el escenario adelante. Turbados, nos anticipamos a los desastres. Crispación, síntomas e hiperventilación, la angustia que deviene de la falta de control sobre nuestra existencia. Vivimos en una sociedad encrespada por sus temores: la precariedad familiar, lo incierto del mañana, las enfermedades, los males que nos sobrevuelan y un mundo que solo a Gramsci se le hubiera ocurrido: el de una revolución cultural anticapitalista que no necesita de obreros, sino de todos ellos sumados a un tumulto mayor de LGBT, feministas, vulnerables furiosos, marxistas y hombres críticos de ese mundo al que consideran opresor. Algunos lo llaman “marxismo cultural”, otros “nuevo orden mundial” y los más pesimistas “la victoria cultural de la izquierda sobre Occidente”.

Cuando examino la ansiedad de muchos, percibo un elemento común: el irrefrenable miedo a perder el control de sus vidas. Al final, la ansiedad es solo un déficit de poder. Puede ser control sobre la realidad, sobre el futuro, sobre el cambio, sobre nuestras decisiones o sobre nuestro cuerpo frágil. Cierran la escotilla del avión y el dominio se deshace. En ese vacío arriba y sin referente del cual asirse no somos nada.

Las mujeres temen ser violadas, y “todo hombre es un violador” que teme ser asumido injustamente como tal. Los hombres y las mujeres temen que sus hijos pierdan el pan. La gente teme el veredicto destructor de las redes y todos temen la involución del Derecho. Mientras tanto, la masa se relame en la sangre de los que han perdido el control.

El problema es que a toda pérdida de control vital sigue una reacción indeseada. Hurgando entre papeles redescubro aquel famoso manifiesto publicado por Marinetti en Le Figaro (Francia) en 1909, un anticipo que sirvió a algunos para enfrentar los miedos de los años veinte y treinta, tanto como para prestarle electricidad vital al monstruo que nacería con Mussolini. Tenía razón Gramsci, encarcelado por Mussolini, sobre la importancia del adoctrinamiento cultural. Aunque el fascismo, dicen, “no fue ideología”, fue un culto a la acción y una formación cultural bastante sutil.

El Manifiesto Futurista, prefascista, le cantó a la fuerza, al poder, a la máquina, a la velocidad y a ese “vivir peligrosamente” que los fascistas celebraban tanto como la pertenencia del individuo a la Nación: “Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad (…) El coraje, la audacia y la rebeldía serán elementos esenciales de nuestra poesía (…) Nuestra pintura y arte resaltan el movimiento agresivo (…) la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo (…) Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad (…) No hay belleza sino en la lucha (…) Queremos glorificar (…) el militarismo, el patriotismo, (…) las ideas por las cuales se muere (…) Queremos (…) combatir el moralismo, el feminismo (…) Cantaremos a las grandes multitudes que el trabajo agita, por el placer o por la revuelta: cantaremos a las mareas polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos al febril fervor nocturno de los arsenales y de los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas (…) a las locomotoras de ancho pecho que piafan en los raíles como enormes caballos de acero y al vuelo deslizante de los aeroplanos, cuya hélice ondea al viento como una bandera y parece aplaudir como una muchedumbre entusiasta”. Marinetti trabajó cerca a Mussolini y validó la voluntad de poder. Poeta oficial del régimen, muchos lo llaman “el padre del fascismo”.

El temor, la debilidad, la indignación y la precariedad del mundo de posguerra en los veinte (incluyendo hambre, anarquía, pobreza y peste), condujeron a ese Frankenstein devorador. El horror a la falta de control, a no ser sino una pluma al viento, engendra monstruos (y algunos, abominables como las tiranías). Así se conciben los totalitarismos, las dictaduras, la persecución religiosa, los movimientos violentos, los “antis”. ¡Despiertos!, porque los monstruos (de la laya ideológica que sean) solo reposan; es el miedo el que los despierta o reconstruye.

 

Raúl Mendoza Cánepa
16 de junio del 2019

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