Eduardo Zapata

Mi mini Cooper

La educación y el disfrute del conocimiento

Mi mini Cooper
Eduardo Zapata
29 de noviembre del 2018

 

Es evidente que la educación —más allá de los nobles fines declarados y declarativos— es una forma de “civilizar” a niños y jóvenes de acuerdo a los intereses del grupo social. Cuando yuxtaponemos permanentemente los “nobles fines” de la teleología social con dotar exclusivamente a los estudiantes de armas para ubicarse en un tiempo y espacio dados, algo anda mal.

Y algo anda mal en el Perú por allí. Estamos formando jóvenes que “declarativamente” tal vez sean impecables, pero operativamente muy mediocres. Y ello en gran parte es consecuencia de haber mediatizado los cursos operativos e instructivos con lo que se ha venido a llamar ”ejes transversales de la educación”. Que pretenden ser portadores de lo declarativo, que meten sus narices en los cursos operativos, mermando su poder, y que terminan por producir el estudiante que tenemos.

Una educación castrante, diría yo. Falsificada. En la que quizás el alumno repita mecánicamente valor tras valor, pero en el fondo no sabe ni qué significa cada uno de ellos. Y en la que —por ejemplo— tras doce años de lenguaje y matemáticas, el alumno no sabe ni leer ni escribir, ni sumar ni restar.

Y la cosa se agrava porque cada ministro y su corte de asesores simplemente añaden y publicitan un nuevo “fin noble”, lo que repercute en que cada curso operativo tendrá que incorporarlo en su propuesta a costa de la finalidad específica del curso.

Y en este ir y venir de reformas no solo nos hemos olvidado de valores fundamentales para la convivencia civilizada y el desarrollo de un país —tal vez como la propiedad, el trabajo, la producción, la productividad y la libertad— sino que nos también hemos olvidado de un principio fundamental para que la educación tenga éxito: el disfrute del conocimiento, tan emparentado con todos los valores mencionados.

Lo recordarán mis alumnos de la Universidad de Lima de fines de los sesentas. Como en aquella época yo no fumaba dos cajetillas y media de cigarrillos por día, me dedicaba al remo. Uno de los placeres más grandes en mi vida ha sido estar en el mar a las 5:30 de la mañana. Yo vivía en La Punta y estaba en el mar hasta las 7:00 de la mañana. Me duchaba y en mi veloz Mini Cooper salía a las 7:30 y llegaba a mi clase de las 8:00. Salía lleno de ilusión porque sabía que me esperaban horas de enseñanza y aprendizaje en las que tanto los estudiantes como yo íbamos a disfrutar del conocimiento. Junto con los alumnos disfrutábamos durante un año de la lectura de El Quijote, por ejemplo.

No quiero dejar pasar la oportunidad de dedicarle unas palabras a la vitalidad de Enrique Bernales. Nos deja no solo su profesionalismo académico, sino también su permanente hostilidad hacia el ditirambo y el yoísmo. Era un hombre que de veras disfrutaba el conocimiento.

 

Eduardo Zapata
29 de noviembre del 2018

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