Más allá del fujimorismo

Bien dice Juan José Garrido, director de El Comercio: “Lo más fácil para Keiko Fujimori y su partido habría sido, desde aquella posición de poder, hacerse de la presidencia en 2021. Bastaba con demostrar (…) que podían actuar con altura política (…) fiscalizando y legislando en pos del desarrollo y de la democracia (…) y que eran la mejor defensa del modelo económico, sostén de un caudal importante de sus votos”. Lamentablemente, en el mal cálculo estratégico del fujimorismo prevaleció la posición de resistencia continua y no el jiu jitsu, que es la habilidad de no atacar ni resistir, y de moverse de tal forma que sea el adversario el que se golpee a sí mismo. Pasar desapercibido en política y ser flexible cuando se es mayoría en un Congreso que históricamente termina el lustro tocando el dígito es un tema de inteligencia. Claro, ¡para eso sirven los asesores!

Igualmente, Keiko no hubiera podido confrontar con facilidad el cargo que se le imputa hoy (que por cierto, con añadidos, también compromete a otras tiendas y personalidades políticas…), pues más temprano que tarde quedaría pulverizada por las “deslealtades” internas que, para salvar el pellejo, desnudarían la organización y la captación del dinero de la caja negra de Odebrecht, de la que “recién en estos años nos venimos a enterar”. Mientras no se condene, se presume la inocencia, pero el costo político del proceso judicial es alto y muestra que en el Perú las adhesiones políticas son volátiles. Los partidos son bloques en el auge, pero débiles en la crisis. La devaluación política es el costo de la sobreexposición de los mastines partidarios, los tercios históricos son precarios y los poderes fácticos, las redes y la toma de las calles por los colectivos son mucho más poderosos que las dinámicas partidarias. El fujimorismo tuvo a un pie de Palacio dos veces consecutivas porque tenía la fuerza para ganar los votos, pero no la tuvo nunca para movilizar las calles.

¿Qué queda sin el fujimorismo? Nada ¿Hay un nuevo mapa electoral auspiciado por las municipales? No necesariamente, si consideramos la fragilidad de las adhesiones y que han quedado demasiados espacios electorales descubiertos, que cualquier radical y aventurero podría aprovechar si se alimenta del hartazgo actual y la impunidad general que en 2021 deberían azuzar algunas rabias. Decía hace unos días que el vacío (desaparecidos los tercios históricos) podría jugar en favor de radicales como Antauro Humala, lanzado ya.

Cuando se escucha a alguien apaciguar demasiado a las ovejas y decir que se exagera, el espíritu de Chamberlain nos sobrevuela (el ex primer ministro inglés decía que no se debía temer a Hitler porque “en el fondo es una buena persona”). La ingenuidad y falta de reflejos se paga con desastres y con la urgencia de nuevos o renovados líderes, algún Churchill para la ocasión. Se necesitará, en efecto, un líder con carácter, convicción, astucia, persuasión, sin atisbo para suspicacias; uno que aglutine, mientras las otras opciones caen al ras frente a él.

El hartazgo actual, el huracán Odebrecht, la incapacidad de movilización de los partidos y el fenómeno de descomposición de las instituciones, hacen que el actual escenario sea más peligroso que el de 2011. Aduviri se hizo fácilmente de Puno, para Antauro u otro el centro y el sur podrían ser igual de llanos. Para Antauro la solución a la corrupción es el “paredón patriótico-pedagógico”, cosa que sorprendentemente ya no asusta a muchos (ni en B o C) sino que los anima como una frase de revenge apocalíptica. Los reservistas no recorren el país desde ayer ni andan quietos en sus casas, quizás están cerca de las minas y abonando a la billetera desde algún margen. No tendrán a los brasileños con sus maletas, pero sí recursos. En poco tiempo la urbe podría contagiarse de la fiebre nihilista a la que lleva el desencanto y la impaciencia ¿Tendremos entonces un Churchill que nos salve del apocalipsis?