Raúl Mendoza Cánepa

Manual totalitario

Para hacer realidad el infierno orwelliano

Manual totalitario
Raúl Mendoza Cánepa
14 de julio del 2019

 

Se necesita un enemigo en común. La masa no tiene aparato crítico; asimila, cree lo que le dicen. El enemigo puede ser una raza, un sexo, una posición, un político, un país, un inmigrante. Su discurso es maniqueo, “ellos son los malos, nosotros los buenos. No hay excepción”. La maldad del enemigo le es consustancial. 

Como en todo régimen totalitario aquel que disienta sentirá la necesidad de alinearse con todos para no ser marginal. No se requiere de máquinas de tortura para convencerlo, el disidente lo es siempre por un proceso interno, porque expresar sus objeciones en público puede matarlo. El totalitarismo se vale de la falacia, de las estadísticas engañosas, de ver el todo por una de sus partes. Un criminal de una determinada raza asesina a alguien, el “pensamiento correcto” es: “todos los de aquella raza son asesinos por naturaleza”.

Las conductas “malas” (resalto el entrecomillado) se criminalizan, también su apología. Si los judíos miran a los alemanes van presos, el Código Penal luego lo tipifica. Pronto ordenará que defender, opinar o aprobar que los judíos miren a los alemanes sea también delito ¿Siente ya el sofoco? Pronto o antes, los grandes filósofos, juristas y escritores se sumarán a lo políticamente correcto. La idea fuerza se legitima con otra falacia. Los hombres de derecho se olvidan de los principios básicos porque las líneas del régimen de la verdad y la policía del pensamiento están por encima del debido proceso. Se invierte la carga de la prueba (prueba tú que no eres culpable), la inocencia ya no se presume, ya no hay “a igual razón a igual derecho”, y pronto hasta la conducta que “no es” pero “parece” será castigada.

La rabia de la multitud se expresará en quemas, injurias, provocaciones, blasfemias, lo sagrado del enemigo debe ser pisoteado. La red del odio fue creada, pronto sus sofisticados aparatos opresivos. Winston Smith, en 1984, extraordinaria novela de George Orwell, nos muestra un poco de todo esto, pero también el ahogo de vivir en una sociedad supervigilada. El Big Brother está en todas partes (como Face, Twitter o el espía a cargo), se trata de que “todos se porten convenientemente”. Smith trabaja para el Ministerio de la Verdad y su función es alterar la información porque las cosas deben ocurrir como le conviene al régimen. La presión lleva a Smith a disentir y a escribir (a escondidas del gran ojo) todo lo que verdaderamente piensa y siente. Hacerlo público hubiera sido su condenación.

El lenguaje es adulterado por mayoría, muchas palabras han sido proscritas. En esta distopía no hay ámbito de la vida que no sea tocado por el régimen. El infierno orwelliano dista tanto de La Sociedad Abierta y sus enemigos, de Karl Popper, que llegan a ser antinomias que ninguna mente lúcida debiera asumir como concordantes. La sociedad abierta es la de la diversidad que se respeta, es el régimen de la libertad, de la mente flexible, de la paz y de la duda opuesta al dogma. Popper no perdonó ni siquiera a las ideas generales de Platón (Recomiendo que lean “El zorro y el erizo”, de Isaiah Berlin, sobre esa pacífica pluralidad ajena al totalitarismo). Nada más lejos de Popper que los “ismos”, las manipulaciones mediáticas y las generalizaciones.

En la aterradora sociedad orwelliana si el “poder”, “la mayoría” o (como hoy) “las redes” dicen que 3 +3 = 9, así será para todos (a ver si te opones). Condenado será quien discrepe. Popper nos diría que por lo pronto la suma da 6, pero vale bien tomárselo todo siempre a la duda. Porque disentir y dudar es sano, es una de las ruedas de nuestra evolución.

 

Raúl Mendoza Cánepa
14 de julio del 2019

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