Eduardo Zapata

Mamá, me están pegando

La matonería como estrategia de gobierno

Mamá, me están pegando
Eduardo Zapata
20 de junio del 2019

 

Cuando estábamos en el colegio, no faltaba aquel abusador con cara de “yo no fui” o de malo que escogía a su víctima y gozaba escalando gradualmente en sus maltratos. Y el pobre niño maltratado, en vez de salir al frente, iba a casa a refugiarse en las faldas de mamá para que ella lo defendiese. Ciertamente —en la política nacional— el niño “símbolo” de la victimización es el Congreso de la República y el “abusador faltoso”, pero buena gente para la opinión pública, por cierto manejada por la industria mediática (encuestas, periódicos, TV…), es nuestro querido presidente.

Es evidente que nuestro Congreso no goza de simpatía alguna. Por lo demás, revisen encuestas internacionales de opinión y nadie los quiere en casi ningún país. Son —para el imaginario popular— los ociosos e incapaces que se la llevan fácil, mientras uno tiene que sudar para llevar un pan a casa. Es evidente también que nuestro Congreso tiene ejemplares impresentables, siendo los más calladitos los peores (“se la llevan más fácil aún”). Es más: preparémonos porque el Congreso que viene (si viene) será peor: pero eso no importa, el cortoplacismo de negocios y oropeles importa más.

Pero como en el caso del niño de la escuela, la causa del abuso no está en el abusador, sino en no hacerle frente al ataque a veces artero. Desde un primer momento era visible que este Gobierno estaba aprovechando la impopularidad de los Salaverry Inc. Para desprestigiarlos más a todos. La parte por el todo. Metonimia se llama en el argot lingüístico. Pero como la industria mediática atacaba más y más, repitiendo una y otra vez una misma información, el niño vejado callaba y —en el mejor de los casos— iba donde su mamá a quejarse. Probablemente llorando.

Ocurre que esa misma figura se ha producido a nivel político. “Obstruccionistas, inmorales, comechados, buenos para nada”. Y lo peor de los peor en insultos: “aprofujimoristas”. Y nadie se defendió. Nadie salió al frente. Todos cobraron puntualmente su sueldo, confiando en su mayoría y tal vez el rostro poco “decidido” del Presidente. Jamás hicieron valer su mayoría, mostrando a la población un auténtico interés por ella.

Pero nos hemos cansado de decirlo. El Estado ya no tiene el poder; este está detrás. Y las caras más “inocentes” (para ser benévolos) tienen que hacer lo que el poder desea. Así el mandadero sea presidente, congresista, juez supremo, fiscal o lo que fuere. Mandaderos.

Reforma política, judiciales escándalos con figuras públicas, persecuciones inútiles a enemigos ad hoc, promesas incumplidas. Opiáceos faltando solo dos años, lo que imposibilita —por ineficiencia— emprender reformas más urgentes para la población.

No defenderse desde un principio fue un grave error de estrategia comunicativa por parte del Congreso. Más aún teniendo al frente a alguien en verdad debilón, sin partido, sin bases populares, sin cuadros técnicos, sin programa, con alguna muy seria acusación, como la del hospital de Moquegua durante su gestión. Es decir, sin nada. Pero callaron y hoy el ayer abusivo con cara de tonto (porque cara de malo no tiene) vuelve a las andadas. Y amenaza y amenaza. Y arrincona y arrincona. Ante el aplauso general: la gente quiere sangre, paga por un KO en el box o una cogida grave en una corrida de toros. Si no, no hay espectáculo en la sociedad del espectáculo. Y hoy ya no hay mamá para el consuelo.

Goebbels no tenía el menor escrúpulo respecto al uso de la censura o de la información en general. “La política de las noticias es un arma de guerra; su propósito es el de hacer la guerra y no el de dar información”, como lo subrayaba Leonard W. Doob a propósito de la comunicación.

 

Eduardo Zapata
20 de junio del 2019

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