Javier Agreda

Malambo: la Lima de hace 400 años

Libro de Lucía Charún-Illescas, la primera novelista afroperuana

Malambo: la Lima de hace 400 años
Javier Agreda
27 de julio del 2022


Hace cuatro siglos el perfil racial de la entonces joven ciudad de Lima era muy diferente al actual. Según los investigadores, la población limeña alrededor del año 1600 estaba conformada casi en igual proporción por blancos, indios y negros; contando entre estos últimos a los mulatos, zambos, cuarterones o cualquiera de esas peculiares denominaciones empleadas para los descendientes de los esclavos africanos traídos a América. Sobre esa época trata Malambo (2001) la primera novela de Lucía Charún-Illescas (Lima, 1950), un libro que ya cuenta con traducciones al italiano y al inglés, y que acaba de ser vuelto a publicar por la editorial Planeta.

Malambo era un barrio ubicado en el actual distrito del Rímac en el que vivían en las peores condiciones los negros manumisos o que habían juntado el dinero necesario para comprar su propia libertad. Ahí habotan los protagonistas de esta novela: Tomasón Ballumbrosio, un anciano pintor de imágenes religiosas; y su nieta Pancha, joven experta en plantas medicinales. También el viejo Jaci Mina, los esclavos Altagracia, Nazario, Venancio y otros, entre los que aparece fugazmente San Martín de Porres. Los sucesos contados son los de la vida diaria en esa época: abusos de los amos y las autoridades, amores correspondidos o no, chismes e intrigas menudas. Finalmente Tomasón pinta un Cristo crucificado que causa la admiración de todos los limeños, y que se insinúa puede ser la famosa imagen del Señor de los Milagros.

A pesar de las numerosas referencias a lugares y personajes reales, no se trata de una novela histórica, pues no se ha intentado hacer un retrato social fidedigno de aquella Lima inicial (por ejemplo, solo hay un personaje de origen andino) sino una imaginativa interpretación, desde la perspectiva de los protagonistas, del inusual encuentro de tres culturas distintas: la europea, la americana precolombina y la africana. En las pinturas de Tomasón, los personajes de la iconografía católica se mimetizan con los orichas de las religiones ancestrales de los esclavos y con el culto andino de las huacas. Lo mismo sucede con las prácticas curativas de Pancha, quien emplea plantas tradicionales locales junto con plegarias cristianas e invocaciones a Babalú Ayé, Ochún o Yemayá.

En la nota introductoria de edición original, se comparaba a esta novela con Matalaché (1928) de López Albújar, obra considerada pionera en el Perú en esta temática, haciendo resaltar que el libro de Charún-Illescas es más auténtico porque está escrito “desde la otra orilla, desde la sangre y la piel oscura”. Por supuesto, en los últimos cien años se ha avanzado bastante al respecto –el trabajo con el lenguaje oral de los negros de Monólogo desde las tinieblas (1975) de Gálvez Ronceros, entre otros- en toda Latinoamérica, y no se puede pasar por alto el importante referente de las obras del cubano Carpentier, quien desde ¡Écue-Yamba-Ó! (1933) hasta Concierto barroco (1974) exploró y teorizó sobre el tema del encuentro en América de esas tres culturas. En Malambo se ha preferido obviar esos desarrollos, para crear una ficción simple y amena, en la que lo sobrenatural cumple básicamente una función estética.

Para dar verosimilitud a esos elementos sobrenaturales, mágicos o religiosos, Charún-Illescas apela, como una buena parte de los escritores latinoamericanos de generaciones posteriores a la del boom, por los métodos narrativos del realismo mágico. Y si bien algunos recursos empleados en esta novela acusan demasiado su carácter epigonal (y hasta un tanto desgastado), hay pasajes que nos sorprenden por su frescura y originalidad, escenas que parecen deberle más al surrealismo europeo que al modelo macondiano. Y también algunos muy interesantes detalles técnicos de la estructura del relato, como el desarrollo de las acciones a partir de la aparición de nuevos personajes, o una cierta “doble visión” del narrador omnisciente.

Javier Agreda
27 de julio del 2022

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