Hugo Neira

Los reproches del maestro Porras

Los despotismos se hacen desde arriba.

Los reproches del maestro Porras
Hugo Neira
12 de julio del 2020


Cuando vivía en la Polinesia Francesa y siendo profesor, no dejé de escribir semanalmente para
La República. Fue Mohme padre quien me invita (mis sabatinas, a lo largo de 15 años suman unas 2000 páginas). Y entre otras crónicas, inventé un personaje, Vaitea Teihotaatamaraetefau, mi supuesto exalumno de la Papúa Nueva Guinea. Es un recurso literario imaginar un personaje. Vaitea me contaba lo bien que le iba porque hacía viajes de investigación para la Reproduction of Managerial Elites, Ebert. (Por supuesto, esa empresa no existe.) Con el tiempo, al intelectual polinesio lo reemplazan personajes de la cultura occidental. Y es así cómo en mi casa en Papeete descendían por una escalera de caracol, eminencias como Marx, Hobbes, y Luis Alberto Sánchez. Pues bien, ahora, en mi muy modesto departamento, reaparecen mis fantasmales amigos. Anoche escuché unos ruidos en la biblioteca que está en la sala. Me levanto, voy a ver quién es el visitante y me llevo la gran sorpresa. Don Raúl Porras abriendo uno que otro libro en la sala. 

Me asombra y le doy la bienvenida al maestro que tanto cuenta en nuestra vida, la de Pablo Macera, Carlos Araníbar, y Mario Vargas Llosa. En la casa de Colina, en Miraflores, hoy instituto de investigación, nos enseñó las artes del quehacer intelectual, y además, se ocupó de abrirnos puertas. El joven Mario fue recibido en París tras una llamada telefónica del doctor Porras. Sin embargo, esa noche tenía el ceño fruncido. El maestro, por lo general, era sonriente y amable, esta vez no. 

- Mire Neira, no tenemos mucho tiempo por delante. Y señala con el dedo los cielos, el permiso para hablar con los mortales es muy corto.

- Claro doctor, le respondo. Ya me ha pasado anteriormente. ¿Qué pasa, cuál es el tema? Por favor, dígalo, por algo ha venido a verme. Se calma un poco y me pregunta. 

- Está usted dando unas clases de historia, ¿no? Y se va a ocupar de cómo organizaban los Incas, después de Pachacútec, a esas 100 o más etnias de ese inmenso Imperio. ¿Era una novedad la Pax incaica, ¿no?

Como lo conozco bien, le contesté a partir de la complejidad de esa estructura del poder antes de la Conquista. 

- En parte sí, y en parte no. Establecieron ciertamente las cuatro regiones, con un Apu en cada una de ellas. Pero, con los ayllus —comunidades indígenas compuestas de diversas familias— estas organizaciones existían antes de los Incas. Lo que los Incas les imponen es el deber de no guerrear entre ellas. Por lo demás, extienden el principio de distribución a otros pueblos, a medida que los integraban. 

- Neira, dejemos de lado esas instituciones que estructuraban la vida de los Andes y vamos al hecho de que esas normas sirven a los Incas, sobre todo los últimos, para gobernar. 

- ¿Me está usted sugiriendo una suerte de dominación por lo alto de la etnia Inca? Cierto, pero no solo era eso. Hubo la separación de hanan y hurin, los de arriba y los de abajo. Pero también el Inca, el dios Sol y la comunidad, es decir, un triadismo. O sea, se organizaban por 2, por 3 y también por 4, las regiones. Y como usted sabe, decimalmente. Por 10, 100 o mil. Tenían los quipus, sabían contar. 

- A lo que voy, Neira, cuando llegan los invasores, Pizarro y sus huestes, ¿trastornaron todo para dominar? 

- Claro que no. Económicamente se rompe la regla del trueque, aparece la moneda, algo que no usaban. Con la Conquista, es el incario sin el Inca, idea de Luis E. Valcárcel que usted ha conocido. Ahora que me lo dice, la Conquista se asienta en las organizaciones ya existentes (¡!) En vez del trabajo para el Inca, el Sol y la comunidad, aparece el encomendero, el curaca con más fuerza que nunca, y el corregidor. Y también los curas. Los indígenas soportaron todo eso para no perder sus tierras. Hubo estallidos de rebeldía, pero en general, sobrevivieron.

Porras me mira furiosamente. 

- ¿No se da cuenta usted que el poder se toma desde arriba? Los Incas usando las tradiciones milenarias. Y los españoles del virreinato, ¿acaso no se sirvieron de las reglas y normas de la sociedad andina para dominarla? Además del trabajo de la mita, —o sea la minería— ¿los tributos, y el uso de la mano de obra? 

- Bueno, ¿ha bajado usted de los cielos a decir que la dominación española en el XVI se aprovechó de las instituciones incas para a la vez dominar y deshacerlas? Bueno, eso lo sabemos.

Porras sigue furioso. Y continúa.

- ¿Y no es eso lo que está pasando ahora en Lima cuando las bancadas votan para despojar de la protección de la inmunidad y el antejuicio a los actuales ministros, al propio presidente y de paso, los futuros congresistas? ¡Todos salvo ellos! No se olvide que yo fui un liberal. ¿Y usted no se da cuenta de que la democracia varias veces ha sido destruida desde la misma democracia? 

Pucha, Lenin, Maduro... Me quedo frío. No se me había ocurrido. Pese a que un buen rato he estado estudiando el poder de las analogías, «unas semejanzas entre cosas distintas». Pero para seguir la línea del maestro Porras que se ha dado el trabajo de visitarme, le hago una observación.

- De acuerdo, las bancadas que se creen radicales no son sino una suerte de conquistadores españoles. Pero necesitan pueblo. Masas que los apoyen, ¿no?

- Otro olvido de su parte. Dígame, ¿cuál era la jerarquía social de la sociedad incaica?

Está un poco pesado el maestro, pero igual le respondo. 

- El clan de los Incas, los cuatro Apus, los tucuyricuy (inspectores). Las panacas familiares, suerte de nobleza de Estado. La burocracia local o curacas.

- ¿No ve? Se olvida de un grupo, ¡los yana! Esos indígenas abajo de toda la escala social del incanato¡!

- Sí pues, me había olvidado de ellos. El yana durante el Tahuantinsuyu, no tenía ayllu ni tierras, era un errante. Y es cierto que se vuelven los siervos del Estado Inca y cada vez más numerosos. Y recién me doy cuenta de que fueron los servidores de los Españoles. Durante la guerra de la Conquista, que fue corta, se pusieron del lado de los invasores, asaltando los tambos y violando a las ñustas sagradas. Fueron un factor de la descomposición social. 

Pero ya no estamos en el XVI y se lo digo a Porras.

- ¿Así no? Neira, piense. ¿Hay un grupo social que no está del todo asimilado a la sociedad peruana? 

- Diablos, y —temblando— le digo al maestro, ¿se refiere a los informales? 

Entonces, Porras triunfante:

- Los nuevos conquistadores cabalgarán el poder legal republicano como lo hicieron los incas con los ayllus ya existentes. No se olvide de que yo fui no solo liberal sino que estudié también derecho. La República está en peligro. Los despotismos se hacen desde arriba. 

Porras se despide y parte por la escalera de caracol. Es cierto que los yanaconas estaban en el nivel más bajo de la pirámide social incaica, un «proletariado nómada», que se acomoda a los nuevos mandones, a curacas y corregidores, dice Carlos Araníbar (Nueva historia general). Pero la actual informalidad es muy compleja, desde el vendedor ambulante al pequeño empresario en las pymes, e incluso, una clase media emergente y algunos millonarios. Si el maestro se hubiese quedado un rato antes de regresar a los Campos Eliseos, le hubiese dicho que son capas sociales heterogéneas. Por lo tanto, habrá diversas clientelas. En cuanto al poder, los peruanos del siglo XXI quieren que se ponga orden, pero sin excesos. El mismo Porras me dijo una vez una frase de Garcilaso de la Vega, el Inca, llegada de sus parientes cusqueños: «ne me mandes demasiado».

Hugo Neira
12 de julio del 2020

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