Raúl Mendoza Cánepa

Los liberales y la democracia

La democracia no es la beatificación de la mayoría

Los liberales y la democracia
Raúl Mendoza Cánepa
17 de diciembre del 2018

 

Los liberales desconfían de la democracia como número porque detrás esconde muchos objetivos y adjetivos. Hugo Chávez fue elegido y reelegido por el pueblo mientras destruía la democracia. Si fuera posible esquilmar el dinero y patrimonio de los ricos a mano alzada, no pagar impuestos o invadir un territorio vecino, la democracia sería un monstruo aritmético. Hayek no renegaba de la democracia, pero tampoco la creía ilimitada, por ser un juguete peligroso en manos de un niño.

A veces algunos conceptos se definen en paradojas. 1) La democracia es el gobierno de la mayoría, lo que incide favorablemente en la legitimidad de los mandos. 2) La democracia es el gobierno de la mayoría, sí, pero incide problemáticamente en la legitimidad de los mandos.

La legitimidad, para los que no saben, es la justificación del poder: “¿Por qué tengo yo el poder?”. Si solo es por el “peso” y se mide en kilos de cédulas, la ciudadanía es un cuento. Algunos creen que hay un vínculo necesario entre ciudadanía y democracia. Cuídense los estadistas de ser admirados o aplaudidos por multitudes hipnotizadas, puede que sean siempre multitudes o súbditos, nunca ciudadanos, y entonces ellos mismos sean tentados por los múltiples demonios que nos habitan.

El voto popular es instrumental en la democracia, pues el voto solo sirve para impedir la concentración de poder y su perpetuación. Busca institucionalizar el poder a través de una alternancia razonable (que no necesariamente es la no reelección inmediata). Cierto es que la democracia ha servido para todo lo contrario de lo que prometía en algunos lares. Ha legitimado a personajes como Evo Morales, en Bolivia, que ya no tiene remilgos en ser groseramente quien es.

Ocurre que algunos liberales leyeron alguna vez que la cultura occidental tiene su origen y evolución en Roma y Grecia, y que la “democracia” griega de la Ciudad Estado es la raíz de la civilización. Y claro, para ser liberal hay que ser bien occidental. No saben que ser ciudadano no era en Grecia pertenecer sino “ser del Estado”. Para que lo entiendan mejor: ser liberal no es creerse el chiste de que la democracia es la beatificación de la mayoría. El voto no es lo sustantivo, en realidad, es solo una garantía. Sí, a contrapelo de lo que creías, no es esencial para definirla. Es solo una herramienta, y como tal, debería asegurar la prevalencia de aquello que sí es sustancial para la democracia: el Estado de Derecho y la vigencia de los derechos fundamentales.

Un liberal no cree que “la mayoría, por ser tal, mande por justicia”; cree en el gobierno limitado y en la defensa de la libertad individual, aunque odies la desordenada vida de tu vecino (vivir libres de toda coerción exterior como decía Berlin), en la tolerancia, en la igualdad esencial (que es la “igualdad ante”), en el equilibrio de poderes y en lo que Jefferson (con la guía de Franklin) plasmó como la teleología de la Declaración y de toda la filosofía liberal: el derecho personal a la búsqueda de la felicidad, única opción en la que no nos parecemos ni nos rendimos cuentas. Un liberal no cree en ningún tipo de consulta colectiva de fondo, y menos a una masa rabiosa. La opción liberal, por ser la menos mala, es la democracia representativa vigilada.

Ya que votamos hace unos domingos por temas que no cambiarán tu vida (ya era baja la incidencia de la reelección parlamentaria), y ya que la gente votó por paporreta, conviene voltear la página del ajedrez político, fortaleciendo las garantías del poder limitado. Lo otro es centrarnos en lo urgente: crecíamos en 6% u 8% desde hace más de veinte años, pero desde 2013 nos ralentizamos y decrecemos hasta un ritmo en que los pobres que salieron de pobres están volviendo al rojo. El reto no es el ajedrez, es liberalizar, destrabar y reducir los costos de invertir en el Perú. Miren a Singapur: menos Estado, menos impuesto, más incentivo (va para Palacio y va para el Congreso, para ambos o ninguno).  Señor Presidente, no voltee atrás, podría quedarse estático como la esposa de Lot, convertido en estatua de sal.

 

Raúl Mendoza Cánepa
17 de diciembre del 2018

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