Carlos Adrianzén
Los efectos desconocidos
Consecuencias políticas y económicas de la cuarentena
Con las cifras del fin de semana pasada persisten las interrogantes sobre qué tan grave será avance destructivo la de epidemia de Covid-19 en nuestro país. Las cifras conocidas del Ministerio de Salud al 15 de marzo pasado procesaban 1,822 muestras, obteniéndose –hasta las 13:10 horas– 71 resultados positivos por infección, el 72.3% de ellos en Lima. Hasta entonces la aludida dependencia recomendaba que, para evitar la propagación del virus, la población debería mantener un estricto aislamiento domiciliario. El mismo día domingo, pocas horas después, en un discurso a la Nación, el Presidente Vizcarra –consciente de las tendencias, la informalidad del grueso de nuestra población y de lo ceñido de los recursos que dispone la salud pública peruana– disponía una medida drástica: el Estado de Emergencia a nivel nacional, con cuarentena general incluida.
Los objetivos de tratar de hacer cumplir una medida tan drástica son meridianos: apaciguar, detener y minimizar los daños de la epidemia en proceso. Los resultados, en cambio, implican una interrogante. Requieren de un estricto apego a la legalidad e instituciones capaces de hacerlas cumplir minuciosamente, con limitadísimos recursos y antecedentes mejorables. Donde las cosas no resultan para nada meridianas es en los efectos económicos de la pandemia sobre una economía poco competitiva que operaba ya frenada desde hace un quinquenio.
Un primer plano de impacto nos llega desde el resto del planeta. Económicamente hablando el Covid-19 es abiertamente recesivo. No solo deprimiría la demanda externa por nuestras exportaciones de bienes (minerales y productos de agroexportación) y servicios (turismo y casi nada más legal); sino que atemorizaría adicionalmente a inversionistas externos interesados en el país y los calibraría hacia perfiles algo más amantes del riesgo.
Otro plano de preocupación va por el impacto del manejo local por el lado económico-ideológico. Es altamente probable que, pasada la desgracia, el Gobierno apueste por la receta keynesiana ilusa. Es decir, a inflar el gasto estatal a rajatablas, supuestamente para compensar la aludida caída de nuestra demanda externa. Práctica parecida a hacer ingresar a Reynita, el día siguiente a su onomástico, para compensar el ingreso de Messi en el equipo contrario. Es algo altamente probable no porque disponga información superior a los pensamientos de la mismísima Tony, sino porque es lo único que hace el MEF desde hace varias décadas. Tal es la esclavitud ideológica de nuestra burocracia que olvidan los prerrequisitos para aplicar una receta keynesiana de libro de texto. Al shock externo y la receta salvadora descalibrada habría que agregarle eventuales descapitalizaciones sectoriales y problemas en la cadena de pagos.
Finalmente, no hay que descartar a las sanguijuelas. A aquellos que usen la crisis para sus negocios o que nos vendan salidas mágicas con una nueva Constitución Política chavistona y obras públicas truchas y elefantiásicas en Talara o el sur peruano. Los efectos completos de todo este cúmulo: lo destructivo de la epidemia del coronavirus per se, sus impactos globales y los locales son hoy desconocidos.
Para enfrentarlos y superarlos nada mejor que el temple. Primero priorizar la derrota de la epidemia. Desconfiemos de objetivos paralelos, etiquetados de reactivadores o regionalistas. Segundo, aprendamos de la crisis del Covid-19 y del enfriamiento actual. Enfoquémonos en construir una burocracia más liviana y afilada en salud pública y frentes paralelos. La crisis dibuja oportunidades. Menos ministerios y más presupuestos redirigidos a la calidad de los servicios, menos botines presupuestales para la corrupción burocrática y más apertura y mercados para nuestra gente. Requerimos triplicar las tasas de inversión bruta fija privada: la extranjera y la local.
El primer reto no va a ser fácil de superar. Para ello y por ello, el camino de la cuarentena general (con recursos franciscanos) nos pondrá a prueba. Téngalo claro: toda la disciplina presupuestal familiar que podamos desarrollar y todos los esfuerzos de higiene de empresas, personas y familias aportarán tanto o más que las del Estado. Recostarnos a una burocracia descapitalizada resulta algo irresponsable y suicida.
El segundo reto se nos abrirá al día siguiente. La alianza de la izquierda local y sus mercaderes buscarán aprovechar la pandemia para inflar el mismo aparato estatal que hoy nos expone debilitados económicamente. El pronóstico aquí es incierto y reservado. Apoyemos frontalmente en estas dos cruciales batallas.
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