Los comunistas y la revolución

¡Cómo les gusta! ¡Cómo les gusta la revolución a los comunistas! La idolatran, la defienden a capa y espada, y para ello recurren a mitos y leyendas, a versiones aprendidas, a muletillas y estribillos que repiten una y otra vez como loros, para pretender justificar lo injustificable de la revolución.

No les importa cuál haya sido el origen de esta; podría ser la consecuencia de un proceso violento como en Cuba o Nicaragua. ¿Y si fuese el resultado de un golpe militar de Estado? Ah, también. Los comunistas no tienen ningún problema en aplaudir a los usurpadores del poder. Así sucedió en el Perú en 1968. El 3 de octubre de aquel año un grupo de golpistas instauró una nefasta dictadura. Esa dictadura muy pronto se proclamó a sí misma con el calificativo de Gobierno Revolucionario, y no faltaron los aduladores. ¿Quiénes fueron esos? ¡Los comunistas! ¡Donde se produce la revolución, ahí están ellos! Pero hay algo más: donde están ellos ahí se produce la revolución.

¿Cuál es la explicación de semejante vinculación tan amorosa? La respuesta, en este caso, bien podría encontrarse en lo que dice un viejo refrán: “No es tanto el amor al chancho, sino a los chicharrones”. En efecto, la revolución es comparable con un chancho del cual los comunistas pueden extraer todos los chicharrones que se les antoje.

La revolución es la vía que ellos encuentran como la más efectiva para ascender a las altas esferas del Estado. Les da la posibilidad de entronizarse en los puestos y lugares que jamás serían capaces de alcanzar por sus propios méritos. Por eso tienen el desparpajo de desdeñar a la meritocracia. En el fondo, la ven incluso como algo peligroso. La revolución les brinda la ocasión de disfrutar de los privilegios, privilegios típicos de los oligarcas a los que los comunistas suelen criticar mientras están en el llano.

Una vez hecha la revolución, los comunistas aparecen como los nuevos amos y señores. Ahora son ellos la nueva clase dominante. El resto de la sociedad regresa a su vieja condición de servidumbre dominada. Así las cosas, en las manos de los comunistas está la propiedad inclusive del destino de aquel pueblo, pueblo al que tanta igualdad, libertad y fraternidad le habían prometido. Todas aquellas promesas hechas a los proletarios quedan atrás, y aquel que las recuerde puede ser señalado y hasta castigado como contrarrevolucionario por el nuevo régimen.

Bajo el manto con el que la revolución encubre la más vil y ruin forma de explotación capitalista del Estado, el pueblo se ve reducido y obligado a poner su fuerza de trabajo al servicio de los gustos, antojos y caprichos de los comunistas. Los lujos y privilegios de estos últimos son financiados mediante el sudor de la frente de la fuerza de trabajo. Gracias a la revolución, los comunistas obtienen grandes ganancias y hasta una jugosa plusvalía. Sin embargo, no sacan de sus cuantiosos ahorros para darse el tipo de vida que se dan, pues el pueblo es el que paga la cuenta.

En tal sentido, y estando ya a pocos meses para las elecciones presidenciales, debemos poner mucha atención frente a los afanes revolucionarios de los comunistas. En el Perú, estos se proponen terminar de consolidar aquella revolución que, poco a poco, han ido introduciendo en los diversos niveles, como en el caso de nuestra cultura. Acá no puede haber lugar a ningún tipo de condescendencia o coqueteo, como el que el sector progresista liberal ha tenido con los enemigos de nuestro país. Como sociedad civil, tenemos que actuar en forma responsable para luego no vernos en la situación de lamentarnos por la “suerte” revolucionaria que pudiéramos correr.