Eduardo Zapata

Lecciones no aprendidas

Un Estado obeso y casi incapaz de moverse

Lecciones no aprendidas
Eduardo Zapata
21 de abril del 2021


Hace algún tiempo un joven futbolista con la expresión ´tócame que soy realidad´ ocupó muchas páginas de análisis en los diarios y provocó desde sesudos diagnósticos –psiquiátricos y sociológicos– hasta risueñas complicidades fácticas. De hecho, muchas combis y micros rápidamente hasta adornaron sus vehículos con ella.

En buena cuenta, la expresión reflejaba y refleja el imaginario de vastos sectores de la población. Particularmente de aquella a la que se denomina despreocupadamente como la población antisistema –emergente o no–, deseosa supuestamente de aceptaciones fáciles y proclive a la ruptura de las reglas. Expresión del `achoramiento´, han dicho muchos.

Si trasladamos esta visión popular a la concepción de lo que los ciudadanos en general esperan del Estado, tal vez la sonrisa desaparezca y hallemos hasta un sentido profundo –y un reclamo– respecto a lo que tanta gente espera de él: cercanía para comprobar su real existencia. El pretencioso `Estado´ también necesita ser `tocado´ por la gente para ser realidad. Si usted cree que es inaccesible, pues solo tocándolo caerá en la cuenta de que existe.

En los últimos años –y con razón, pero abundando en prosaicas e importadas palabras bonitas que dan caché pero dicen poco– se ha hablado de la necesidad de `adelgazar´ el Estado, de `quitarle grasa´, de ponerlo finalmente a dieta. Lamentablemente el consejo nutricionista ha devenido solo en neutralizar atribuciones y funciones, vía estériles transferencias a gobiernos locales, manteniéndose el ‘índice de grasa’ –léase burocracia– por encima de lo permisible. ¿Resultado? Metástasis de la corrupción y nuestro Estado se percibe cada vez más como un obeso omnívoro incapaz, casi, de moverse. Y cuando lo hace, lo hace torpe y tardíamente.

Así, en vez de sonrisas y denuestos, haríamos bien en trasladar al Estado el mensaje subyacente a la expresión ‘tócame que soy realidad’. La gente –no juzgo aquí su concepción– espera un Estado capaz de ser tocado para poder ser concebido como real. ¿Qué significa esto? Que la gente espera que Estado, Poder y Autoridad sean tangibles. Para poder creer en él.

El discurso tecnocrático recetó una dieta para el Estado. Obviamente era necesaria: un Estado pequeño pero eficiente. Pero me temo que la mano invisible del Estado que estos nutricionistas propugnan ha devenido en un Estado mercantilista y discrecional, autosubvertido, anémico e incapaz de ejercer Poder y, menos, Autoridad.

La invisibilidad de la mano del mercado es correcta y necesaria. El Estado, en cambio, necesita ser percibido como visible y capaz de proveer oportunamente los servicios que –como contraprestación– exigimos quienes nos consideramos ciudadanos de este, nuestro país.

Eduardo Zapata
21 de abril del 2021

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