Carlos Adrianzén

Las venas abiertas

Perú siempre ha sido un país muy pobre y consistentemente subdesarrollado

Las venas abiertas
Carlos Adrianzén
11 de octubre del 2023


El marketing puede ser pernicioso. Puede ser un ámbito de gestión, engañoso y hasta inútil. Pero no se confunda, estimado lector, también puede ser útil, esclarecedor, altruista y poderoso. Y aunque ese conjunto de operaciones por las que ha de pasar una mercancía implica muchos planos retadores, no pocas veces cae dentro de la categoría de ruin y engañoso. Esto tiende a suceder con mayor frecuencia cuando la mercancía es una ideología.

Como sucede en el caso de muchas otras mercancías, cuando el objeto del marketing resulta dañino o tóxico, esta disciplina –como cualquier otra– puede ser usada por manos despreciables para tratar de engañar y convencer. Algunas veces también, como en el caso de ciertas prendas, medicamentos o dulces, solo tiempo después se descubren sus toxicidades o contraindicaciones. Sus muertos.Pero nótese, aun así, que abundan los consumidores insensatos. Fieles o adictos al engañoso mensaje.

Este último detalle puede hacer del marketing ideológico una práctica muy demandada globalmente. Esto, dada la cantidad de veces con las que sus técnicos logran esconder o engañar. Consiguen presentar a un candidato opaco, opresor, ladrón o incapaz (a lo López Obrador o Cristina Fernández), como todo lo contrario. Logran incluso exhibir a grandes perfiles de gobernantes (Katz, Uribe, etc), como corruptos, ineptos y esclavizadores.

Claro está, las responsabilidades trascienden a los marketeros. En naciones con ciudadanos ideológicamente educados su trabajo es más difícil. Lo opuesto sucedeen naciones donde, por décadas, se han creado consumidores políticamente insensatos (léase, fieles o adictos a mitos, creencias o sentimientos infundados). Allí estos técnicos en manipulación venden humo con facilidad. Salen exitosos y, por supuesto, ricos. Su ubicación en el cogollo del poder está pegada al del vidente o las amantes.

Ellos repiten que los deberíamos envidiar. Que solo ellos son capaces de percibir -y rentabilizar electoral y personalmente- lo que quiere la gente. Que ellos no creen que las ideas pueden ser tóxicas. Que el comunismo, el centro y el capitalismo serían iguales. Que todos los regímenes se rinden a la corrupción burocrática y que el mal gobierno es algo endémico o universal. Casi inexorable. 

Lamentablemente solo repiten el veneno marxista con el que están ya inoculados. Todo buen marxista es un creyente irreflexivo. Cree que las gentes –los electores trabajadores– están alienadas. Que habrían perdido su condición humana. Que estaría bien ayudar a elegir un opresor -sin que importen mucho las etiquetas politiqueras-. Esto, si les pagan bien. Pero el cadáver sigue muriendo.

La data los muerde. Las ideas políticas y económicas sí pueden ser muy tóxicas. Cualquier diligente corte transversal sobre Latinoamérica del año pasado, por ejemplo, contrastaría que las naciones más pobres, estancadas, burocráticamente corruptas o inestables resultan las más opresoras económica y políticamente (i.e. Cuba, Venezuela, Nicaragua o Bolivia). Asimismo, notemos cuán rápido se van deteriorando las economías que siguen la senda opresora del socialismo-mercantilista (México, Colombia, Brasil o Perú). 

Resulta nada curioso, aunque sugestivo, que todos estos regímenes, embelesados en deprimir las libertades de sus ciudadanos, usen entusiastamente la misma retórica. Y que sus líderes (Lula, Boluarte, Petro, Morales, etc.) no pierdan oportunidad para evidenciar su profundo desprecio al crecimiento económico y la estabilidad.

En cambio, los invito a desinflar algunos globos que –desafortunadamente– estos patéticos personajes han introducido en la discusión económica local reciente. El primero, habría sido originado en una maloliente dependencia cubana, y ha sido extensamente copiado por los bohemios de la izquierda local. Me refiero aquí al eslogan “no más pobres en un país rico”. Observando la historia peruana, la figura 1 nos descubre que desde los años treinta del siglo pasado, siempre hemos sido una nación pobre y consistentemente subdesarrollada. Que no somos –ni hemos sido– una nación rica. Y que, desde los días del corrupto velascato hemos retrocedido consistente y significativamente. Década tras década hemos encogido nuestro desarrollo económico relativo.

Este cambalache, ignorado en el grueso de nuestros usuales discursos electorales (digamos, este perfume del marketing ideológico peruano), se descubre reconociendo el tufo mercantilista-socialista, de nuestra falsa-derecha, y las centro-izquierdas y extrema-izquierdas. Y nótese que este se fundamenta en otro mito: necesitamos más Inversión (pero solamente la pública). Pero notémoslo: este globo es fácil de desinflar. Primero, la llamada inversión pública es una porción mínima de la formación buta de capital del país y además… es sinónimo de alta corrupción burocrática. Históricamente, su aporte, sino resulta accesorio, resulta casi simbólico. Lo que mueve el país es la inversión privada, liderada, dicho sea de paso, por la inversión extranjera directa (ver figura 2). Pero, frente a esto, aquí también el consistente trabajo de la izquierda y sus enriquecidos marketeros ideológicos, se han salido con la suya. 

A pesar de que con mayor Inversión extranjera crecemos más y reducimos la pobreza a un ritmo mucho mayor (ver Figura 2, de nuevo), lo tradicional en el Perú es que desde la burocracia se bloquee (o impida), la inversión emblemática (la inversión extranjera directa). Aquí también ellos vienen ganando. Han logrado que el grueso de los electores peruanos vea con patética suspicacia que alguien invierta (léase: confíe) en el Perú. Vienen por nuestras riquezas, nos cuentan. Desgraciadamente para los peruanos más pobres, el cantinflesco panfleto del uruguayo Galeano (“Las venas abiertas de América Latina”) se ha hecho un texto de lectura imperativa en nuestras universidades. Es casi como un dogma entre progresistas. Dicho sea de paso, no se sorprenda si, con el catolicismo sinodal de Francisco, las ideas de este charrúa se incluyen como un nuevo dogma oficial. Ojalá que no.

Como frente a cualquier otro ejercicio de Marketing dañino, frente al ideológico, los ciudadanos somos responsables de pensar. Resulta una traición fácil a los más pobres de nuestro país caer en la categoría de ciudadanos políticamente insensatos. Wokeism, le dicen los gringos. Recuérdelo: la idea de una Latinoamérica de alienados resulta inaceptable. Es altamente despectiva, inhumana y marxista.

Carlos Adrianzén
11 de octubre del 2023

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