Luis Hernández Patiño

La violencia y los violentistas

Tanto en la política como en la vida cotidiana

La violencia y los violentistas
Luis Hernández Patiño
10 de marzo del 2020


En nuestra vida diaria se percibe un grado de violencia tal que no termina de sorprendernos, y no necesitamos ver las noticias para darnos cuenta de ello. Esa violencia está a la vuelta de la esquina, en la bodega del barrio, en el cruce de la avenida, en el estadio y muchas veces en nuestra propia casa. Después de todo, los medios de difusión no hacen más que aprovecharse de sus consecuencias para explotarla morbosamente en una forma noticiosa.

Su causa puede encontrarse en factores que van mucho más allá de lo económico, pues esta violencia se da tanto entre los ricos como entre los pobres. En el fondo, es consecuencia de un profundo desequilibrio emocional y de un grave problema de salud mental que se pone de manifiesto, en forma bien concreta, mediante el abuso y la prepotencia que se produce entre nosotros, ya sea en forma física o psicológica.

Es necesario condenar a la violencia. Sin embargo, debe quedar bien claro que dicha condena tiene que darse a todo nivel y sin medias tintas. Así como se repudia la violencia que se produce en nuestra vida cotidiana, también se tiene que repudiar aquella violencia que se presenta como un tipo de credo, al que algunos violentistas se aferran con fervorosa devoción. Entonces, también se debe condenar a esos violentistas que pretenden imponernos su ideología como si se tratase de la única y última forma de pensar. Tal es el caso de las feministas, cuyas andanzas destructivas se han podido observar este 8 de marzo; y de los comunistas que, en lo más íntimo, sueñan con que la violencia será la partera de la nueva sociedad.

Si lo que buscamos es trabajar para liberarnos de la violencia, que tanto daño nos hace, es necesario empezar por descartar a los violentistas que sin consultarle a nadie se arrogan la representación de todos. La experiencia nos demuestra que semejantes bochincheros hablan en un doble sentido, al estilo de George Orwell, y se manifiestan en una forma selectiva. Así pues, lo que ocurre es signo de violencia si tiene que ver con los intereses de sus patrones financieros. En cambio, si lo que ocurre tiene que ver con sus adversarios, no tienen nada de que protestar; por no decir “bien hecho”.

Nuestro Estado debe proscribir a todas las sectas y movimientos que proclamen a la violencia como su ideal, o que hagan práctica de esta en sus manifestaciones. Asimismo, y aunque a los violentistas no les guste, resulta urgente iniciar un proceso de desinfección ideológica de los cursos que se le imparten a los jóvenes de hoy. No vaya a ser que a las nuevas generaciones se les esté dando una versión de nuestra historia que no se ajuste a la real magnitud de lo que ocurrió en los años ochenta, con la finalidad de presentar a unos cuantos criminales como si estos fuesen grandes héroes.

La violencia no se va a desterrar de nuestro país en una forma efectiva mientras los violentistas tengan las facilidades para promoverla, y la promuevan como parte de un jugoso negocio que el parlamento tendría que investigar. Por eso, hay que tomar al toro por las astas de una buena vez, sin miramientos.

Luis Hernández Patiño
10 de marzo del 2020

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