Juan C. Valdivia Cano

La última ideología

El liberalismo es una perspectiva abierta, creativa e independiente

La última ideología
Juan C. Valdivia Cano
23 de agosto del 2022


A pesar de la modernización institucional de 1821, los peruanos mantenemos los hábitos y vicios heredados tanto de las monarquías absolutas europeas, que en la colonia se arraigaron en nuestra tierra a través del sistema virreinal, como de la cultura andina: “El fondo del alma peruana se mantiene labriego”, decía Jorge Basadre. Para él, labriego significa "docilidad, recogimiento en lo cotidiano, imperio del hábito, gravitación hacia el pasado, falta de individualidad". Aunque no reconocido, hay mucho de esto todavía entre nosotros, en medio de las apariencias o realidades modernizantes.

La adopción de modelos políticos extranjeros (francés y angloamericano especialmente) se produjo simultáneamente con otro fenómeno menos advertido: la ruptura con España, con nuestro pasado, una suerte de pérdida de nosotros mismos. Nuestra frustrada modernización es la otra cara de nuestro problema de identidad. El absolutismo monopólico (económico y espiritual) nos aisló de la modernización europea. Éramos parte del imperio y el imperio se anquilosaba encerrándose dentro de sí mismo, mientras el resto de Europa occidental inventaba una nueva época.

Malgrado el modelo político adoptado con la independencia, ese aislamiento no se rompió. Cada peruano parece haberlo interiorizado. Y con él, el caudillismo, el patrimonialismo, el paternalismo, el estatismo, el intervencionismo, el populismo, la arbitrariedad, la corrupción, etc. Solo son diferentes nombres para designar un mismo género de relación, que va desde la más alta esfera política hasta lo más íntimo o doméstico: ni el Estado ni la sociedad realmente existentes son predominantemente modernos. El autoritarismo (gobernar es mandar) es el modelo; la autocracia (la concentración de poder) el arquetipo político. Y eso incluye los impresionantes egos presidenciales, que son todo un signo por sí mismos. Como recordaba Octavio Paz: "La independencia cambió nuestro régimen político, pero no cambió nuestras sociedades". 

En el Perú los fantasmas premodernos del oligarca costeño o del gamonal serrano, con todos sus matices y variaciones, parecen reencarnar en cada generación adoptando nuevas formas y colores. Las formas y colores son modernos, pero la sociedad y el hombre siguen siendo tradicionales. Un cierto tipo de peruano, no poco numeroso, es más vivaz que inteligente, más moralista que ético, más crédulo que reflexivo, más ritual que religioso, más formalista que formal, más vertical que horizontal, más supersticioso que analítico, más reactivo que activo, más autocrático que democrático, más dependiente que autónomo, más tradicional que renovador, más intolerante que tolerante, más premoderno que moderno o postmoderno.

Como buenos hijos de la Contrarreforma católica, no tuvimos Reforma, no cambiamos, no nos reformamos, no protestamos. No pusimos en cuestión la autoridad, la institución, el poder, la iglesia y el Papa sino todo lo contrario. Y en consecuencia, no desarrollamos la capacidad autocrítica (propia de las naciones protestantes) y su correlato: el hábito crítico que sólo pudo desarrollar quien habiendo roto con el intermediario institucional, el representante de Dios en la tierra, no le queda más que practicar el diálogo directo con Él (en buena cuenta consigo mismo, diría un escéptico). 

Solo los místicos practicaron ese diálogo a lo divino en el mundo hispánico de la Contrarreforma, llevándolo a un punto muy alto de creatividad y de virtudes sublimes. Pero la Iglesia los canonizó anulando todo posible efecto subversivo. La mística hispana es el lado genial de la Contrarreforma. Teresa de Ávila y Juan de la Cruz son, además, grandes escritores y creadores. Ellos solos preludian la modernidad por su originalidad (a pesar de los votos de humildad y obediencia) que anticipa el sentido moderno de individualidad, independencia y autonomía. No eran muy dados a la obediencia de la institución eclesiástica terrena sino directamente a la voz de Dios fundida a su conciencia. Y en eso se parecían, paradójicamente, a los protestantes, sin llegar a la ruptura.

Evidentemente, reforma no equivale a revolución y libertad, aunque parece una condición para ellas. Karl Marx lo veía así: "Lutero venció efectivamente a la servidumbre por la devoción, porque la sustituyó por la servidumbre en la convicción. Acabó con la fe en la autoridad, porque restauró la autoridad de la fe. Convirtió a los curas en seglares porque convirtió a los seglares en curas. Liberó al hombre de la religiosidad externa, porque erigió la religiosidad en el hombre interior. Emancipó de las cadenas el cuerpo, porque cargó de cadenas el corazón". 

 ¿Se ha liberado el hombre peruano de “la religiosidad externa” o se ha atascado en ella? Ahora habría que liberarse también de las propias cadenas, de las “cadenas del corazón”, de las ideologías como cadenas interiores. De todas las ideologías, sin excepción ¿Y el liberalismo? Aunque el liberalismo es más que una teoría económica o política no es una ideología en sentido peyorativo, como adoctrinamiento, lavado de cerebro, alienación o manipulación mental. Solo si la palabra “ideología” se usara como sinónimo de visión del mundo, es decir en sentido descriptivo, sería adecuada para aplicarla al liberalismo clásico y al pensamiento libertario. 

Lo peculiar del liberalismo es precisamente que no se trata de una ideología (en sentido peyorativo) sino del moderno afán de independizarse de todas ellas y hacer del propio punto de vista una concepción del mundo autónoma y libre. El pensamiento libertario es incompatible con la ideología (en sentido peyorativo). No hay doctrina liberal; cada liberal reinventa el liberalismo y lo recrea. El liberalismo no es una teoría o doctrina a seguir. “No se vuelve a una teoría, se hacen otras, hay otras por hacer” (Gilles Deleuze). 

El Renacimiento es el momento histórico en el que el hombre occidental toma conciencia de sí, de su entorno físico y de su cósmica soledad: se auto descubre como individualidad con autonomía respecto a toda autoridad o poder ideológico mental. El siervo que fuga del feudo o compra su libertad al señor con el tiempo deviene burgués independiente, ciudadano libre, al refundar la ciudad. El liberalismo nace con la modernidad y la constituye.

Una ideología, religiosa o laica, (comunismo, islamismo, catolicismo, y cualquier otro "ismo”) se presenta como un conjunto doctrinario formalmente coherente, un tejido sistemático y cerrado de juicios sobre la realidad. Recibida por revelación o creada por un líder carismático (intelectual, político o religioso) es aceptada sin juicio crítico y en bloque por los seguidores. Estos adoptan un punto de vista ajeno compartido con un grupo o comunidad: iglesia, secta, escuela, partido, etc. 

Una ideología es un mecanismo de poder mediante el cual un individuo o grupo, impone o trata de imponer sistemáticamente —vía doctrina— su concepción a los demás, con respuestas incluidas. Con esto les ahorra la trabajosa tarea de pensar con su propia cabeza y elaborar su propia concepción, al costoso precio de aplazar indefinidamente el encuentro de su peculiaridad individual y su madurez integral. Las ideologías promueven cierta pueril dependencia. El rebaño depende del pastor, pero a su vez el pastor depende del rebaño. Y lucha a muerte por no perderlo.

 La ideología es un velo tejido de esquemas mentales a través del cual, no muy conscientemente, el eterno discípulo lee la realidad condicionado por ese velo. Así se ahorra la abrumadora labor de examinarla en toda su complejidad, directamente y sin intermediarios. Las ideologías le simplifican la visión porque, como la Pantera Rosa, ellas pintan el mundo de su propio color: el de la ideología. Así, por ejemplo, el marxismo leninismo repetía de antemano que en cualquier país "la estructura económica determina la conciencia social o superestructura”. No necesitaba examinar la realidad previamente para hacer ese juicio. Es una forma típica de dogmatismo.

Se llama dogmatismo a la actitud que consiste en sacar el manual o catecismo —político, religioso o científico— para ver si hace buen día o no, en vez de abrir la ventana y comprobarlo directamente (Vallejo aludiendo a los “tristes obispos bolcheviques” en uno de sus altamente humanos artículos). Está ligado íntimamente a la ideología. Es “verdad” porque lo dice la autoridad (del texto, del jefe o del pastor). Eso es suficiente. Para ello se utilizan "argumentos" basados exclusivamente en el criterio de autoridad. El homo dogmático no es consciente de su dogmatismo sino dejaría de serlo (dogmatismo y autoconciencia se excluyen). Eso hace al dogmatismo muy peligroso social y políticamente. 

Aunque tienen una común raíz religiosa, las variedades o formas dogmáticas exceden este dominio y son muy abundantes e insidiosas. Suelen procrear y alimentar obscuros fanatismos. “Cuando las ideas son descuidadas por los que debieran preocuparse por ellas ─es decir por los que han sido educados a pensar críticamente sobre ideas─ éstas adquieren un carácter incontrolado y un poder irresistible sobre las multitudes de seres humanos que pueden hacerse demasiado violentas para ser afectados por la crítica de la razón”, advierte Isaiah Berlín.

Las ideologías son cadenas piadosamente cubiertas con flores mentales de seguridad. Protegen contra las angustias y misterios de la existencia. Pero, como todas las cadenas, impiden recorrer libremente el espacio abierto de la vida. La solución no es entonces arrancar las flores para dejar al descubierto las escuetas cadenas sino, como decía el joven Marx, para liberarse de ellas y dejar que broten las flores vivas: las flores vivas de la libertad. El liberalismo no es una nueva ideología, una nueva escolástica, un nuevo ismo, a pesar del sufijo; es una perspectiva abierta, creativa e independiente, un estado de ánimo y una visión, una manera de pensar, de ser y de vivir. Forma y contenido de la vida basada en la dignidad y la libertad, y la no discriminación, es decir en la autonomía humana emancipada de toda autoridad mental.

Con el liberalismo se reconoce la legitimidad del estatuto irreductible y único del individuo que se emancipa del grupo y reflexiona por sí mismo. Lo que no significa negar las influencias del entorno; sólo significa que, como agrega Berlín, “nadie puede ser reducido a ese entorno porque eso supondría que, fuera de la vida en comunidad, el individuo no sería prácticamente nada”. No se entendería por qué los sistemas jurídicos, como el nuestro, colocan a la persona humana por encima del Estado y la sociedad, (aunque sólo sea formalmente, en el primer artículo de la Constitución).

Que el liberalismo no es una ideología no significa que carezca de ideas. Por otro lado, la reivindicación de la autonomía individual no niega necesariamente toda idea común. Ocurre que un liberal no es producto del adoctrinamiento sino de la crítica, de la escepsis, de la duda o de la desconfianza frente a las doctrinas, dogmas, iglesias, sectas o partidos. De Erasmo de Rotterdam y Pico della Mirándola a John Locke, Stuart Mill, Kant, Isaiah Berlín, Hayek, Octavio Paz, L. Kolakowski, Karl Popper, Bertrand Russell, los Humboldt, Vargas Llosa, Richard Rorty, o Alexis de Tocqueville, protestantes o reformados, heterodoxos o heréticos, agnósticos o ateos, coinciden en algunas ideas básicas. 

Pero coincidencia no es lo mismo que adoctrinamiento, y no niega la singularidad sino que parte de ella. Hay que hacer presente el carácter horizontal de la coincidencia (frente a la verticalidad del adoctrinamiento), esencial en la actividad política, si se la concibe como tarea de educación. Y a la educación, si se le concibe como la más urgente tarea política. Esto nos coloca inmediatamente en el corazón del liberalismo: en el primer caso se trata de proveer de instrumentos tratando de que cada quien elabore su propia opinión; en el segundo se trata de revelar la "verdad" y convencer al adoctrinado que quien la trasmite está suficientemente autorizado para ello y no hay más remedio que aceptarlo sin dudas ni murmuraciones.

En un caso se trata de ofrecer ciertos medios (métodos, pautas, instrumentos, recursos) y hacer evidente la conveniencia de apropiárselos: tiene carácter facultativo (si no te interesa, lo dejas sin problema). En el otro caso se trata de ganar adeptos, seguidores o discípulos; tiene carácter autoritario normativo y dogmático. Lamentablemente, de esto están hechos la mayoría de peruanos.

Juan C. Valdivia Cano
23 de agosto del 2022

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