Raúl Mendoza Cánepa

La república práctica

¿Es viable aún la República liberal de los precursores del XIX?

La república práctica
Raúl Mendoza Cánepa
30 de junio del 2019

 

El gran cuento es que somos una república liberal y que el Bicentenario será realmente el Bicentenario. La verdad es que tras trescientos años de coloniaje español, la república es una utopía. Muchas de las leyes de Indias siguieron rigiendo décadas después de la proclama de San Martín. La Independencia fue separación de Estados, no revolución. El privilegio, el favor estatal y el caudillismo express siguieron siendo la puerta cerrada al republicanismo.

Manuel Lorenzo de Vidaurre, nuestro gran codificador, fue bolivariano y luego antibolivariano, gamarrista y luego antigamarrista, su camino de contradicciones es el espejo de esa república que fue y no fue a la vez. Desde la determinación de San Martín y Monteagudo de traer un monarca y la reacción de los republicanos que propugnaban la libertad sin rey, el Perú se debatió entre dos facciones. Bartolomé Herrera llamaba a un gobierno conservador, ordenado, regido por la inteligencia. Frente a él, los hermanos Gálvez defendían el ideal sin rumbo de la libertad. Era el pragmatismo autoritario guerreándole al idealismo principista. 

Frente a la mal ensamblada república que Manuel Pardo tampoco llegó a fundar (su partido se convirtió en cueva de negociantes y luego en república aristocrática) se gestó, entre susurros, la idea de que el gobierno fuerte funciona mientras sea estable y tenga un fin público. Hay quienes creen que Castilla, Leguía, Benavides y Odría fueron, por tal, autoritarios eficaces, trazadores y edificadores, y abdican de su fe en la “república liberal”. En esta época, como en tiempos de los caudillos, los partidos obedecen al interés de llegar más que al de colaborar. El poder antes que la patria, el personaje antes que la institución, el Estado como cofre por abrir. Así, la política, eje de nuestras tertulias, nunca lo es de nuestras soluciones.

¿Es viable aún la República liberal de los precursores del XIX?, de esos mismos que a sable hicieron del Estado su botín. O, ¿de seguir a Bartolomé Herrera podríamos gestar una próspera y estable “república del orden”? Los intelectuales le huyen a las preguntas peligrosas, esas que los hagan parecer menos intelectuales y muy de derecha. 

Por los déficits de formación histórica, muchas de nuestras reglas sirvieron al gobernante antes que al “orden político”. Sirvieron a la urgencia de tapar sus huecos, reelaborar instituciones jurídicas y contentar a la gente (aún hoy, si no lean el expansivo y abigarrado Código Penal y tantas leyes y ordenanzas que dicen buscar nuestra felicidad, pero nos ahogan, nos limitan, nos quitan, nos regulan y nos persiguen). Sin embargo, las leyes fueron más eficaces que la Constitución, porque aquellas servían a la voluntad de los poderes de paso y la segunda a los ciudadanos. 

Pardo expresó su perplejidad ante la ineficacia constitucional, que nos pudo proveer de estabilidad y ciudadanía: “Hubo un tiempo en que el Perú creyó en la necesidad de una Constitución, hubo un tiempo en que el Perú creyó en la posibilidad de tener una Constitución, pero tras la esperanza vino la fría lección de la práctica inexorable, y no tardó la época en que los pueblos se dijeron al oído: ¿para qué queremos una Constitución? (….) Las constituciones son letra muerta....”. 

Chile se rigió por la visión de orden y derrotero de Diego Portales; Estados Unidos se rigió mejor por un texto ordenador que es materia de culto, su constitución. El Perú anduvo a palo de ciego (tanteando en zigzags) entre las arengas de los pasajeros salvadores de la Patria, al enviado de Dios.

¿Hay Bicentenario que celebrar? ¿Y qué tal una nueva Ilustración? Bobadas, ¿verdad? No tenemos tantos preclaros intelectuales, ideales ni “padres fundadores” que hagan real la vieja república de sueño.

 

Raúl Mendoza Cánepa
30 de junio del 2019

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