Francisco de Pierola
La partida de Trudeau
El fracaso de un modelo político que privilegió la forma sobre el fondo
La inminente renuncia de Justin Trudeau como primer ministro de Canadá marca el fin de una era que, para muchos, ha dejado más preguntas que respuestas. Trudeau, una vez celebrado como el epítome del progresismo moderno, enfrenta ahora un juicio histórico que no puede ser maquillado por su carisma ni por su dominio de la narrativa políticamente correcta. Su salida, presionada por un partido que busca salvar los restos de una imagen desgastada, pone de relieve el colapso de un modelo político basado en gestos simbólicos y retóricas vacías, pero también deja lecciones valiosas para el futuro del liderazgo en las democracias occidentales.
La trayectoria de Trudeau hacia el poder fue meteórica. Con su apellido ilustre y su habilidad para conectarse emocionalmente con un electorado joven y diverso, logró una victoria arrolladora en 2015. Prometió una nueva forma de hacer política, con un enfoque en la inclusión, la igualdad y el combate al cambio climático. Sin embargo, su gobierno pronto comenzó a mostrar fisuras. Escándalos éticos, decisiones cuestionables y un enfoque prioritario en la “señalización de virtudes” en lugar de resultados concretos erosionaron su credibilidad.
Uno de los momentos más emblemáticos de este desgaste fue el escándalo SNC-Lavalin, que reveló cómo el gobierno de Trudeau presionó indebidamente a la entonces ministra de Justicia para favorecer a una compañía canadiense involucrada en corrupción. Este episodio, lejos de ser una anécdota aislada, se convirtió en símbolo de un liderazgo que predicaba transparencia mientras operaba con doble moral. Además, su respuesta a las protestas de los camioneros contra las restricciones pandémicas fue ampliamente criticada por ser autoritaria, socavando su imagen de defensor de las libertades individuales.
A medida que su popularidad disminuía, las críticas al modelo Trudeau no se limitaron a la oposición conservadora. Muchos de sus antiguos aliados comenzaron a cuestionar su capacidad para liderar en un momento de crisis económica y social. La inflación, el costo de vida y una creciente polarización se convirtieron en heridas abiertas que Trudeau no pudo sanar. Según informes recientes, su propio partido, los Liberales, lo ha empujado a renunciar con la esperanza de evitar un desastre electoral en 2025. Sin embargo, como bien señaló el líder conservador Pierre Poilievre: “Nada ha cambiado. Cada parlamentario y aspirante liberal apoyó todo lo que Trudeau hizo durante nueve años, y ahora quieren engañar a los votantes cambiando una cara por otra para seguir explotando a los canadienses por otros cuatro años”.
Este punto es crucial. La salida de Trudeau no representa un cambio de fondo, sino un intento desesperado de su partido por preservar el poder. La narrativa liberal ha sido constante: promesas grandilocuentes seguidas de una implementación mediocre o inexistente. La transición a otro líder liberal no cambiará las políticas que han generado descontento, desde los altos impuestos hasta una agenda climática que ha castigado desproporcionadamente a las clases medias y trabajadoras.
En contraste, la posibilidad de que Pierre Poilievre asuma el liderazgo del país representa un giro radical en la política canadiense. Poilievre ha construido su carrera criticando la “economía de Trudeau” y defendiendo principios clásicos del conservadurismo: libertad individual, responsabilidad fiscal y menos intervención estatal. Su mensaje ha resonado especialmente entre quienes se sienten abandonados por las élites liberales, que han priorizado causas globalistas sobre los problemas cotidianos de los canadienses.
El caso de Trudeau también sirve como advertencia para los líderes progresistas en el resto del mundo, incluido el Perú. En la búsqueda de aplausos internacionales, es fácil perder de vista las necesidades reales de la población. Las promesas vacías y las políticas simbólicas pueden ser efectivas a corto plazo, pero eventualmente chocan contra la realidad. La desilusión con Trudeau es un recordatorio de que los ciudadanos no se dejan engañar indefinidamente por retóricas bien empaquetadas.
Para los conservadores peruanos, el ascenso y caída de Trudeau ofrece lecciones importantes. Primero, la importancia de construir una oposición clara y articulada que ofrezca soluciones reales a los problemas cotidianos. Segundo, la necesidad de desenmascarar las contradicciones del progresismo, que con frecuencia busca monopolizar la superioridad moral mientras ignora los costos de sus políticas. Finalmente, resalta la urgencia de defender principios sólidos frente a las modas ideológicas que sacrifican el bienestar de las mayorías en nombre de causas elitistas.
La renuncia de Justin Trudeau simboliza el fracaso de un modelo político que privilegió la forma sobre el fondo. Su legado, lejos de ser el de un gran reformador, quedará marcado por la desilusión de quienes creyeron en su visión de cambio. Canadá enfrenta ahora una oportunidad única para redefinir su rumbo bajo un liderazgo que priorice resultados reales sobre gestos simbólicos. Y para el resto del mundo, incluida nuestra región, la caída de Trudeau es una lección de humildad para quienes creen que las narrativas bien construidas pueden sustituir a las verdaderas políticas de Estado.
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